Cuando la bravura se hace inmortal
«Orgullito», quinto de la tarde, y El Juli firmaron ayer una memorable obra del arte de la tauromaquia sobre el albero de la Maestranza. Tan bravo fue el toro, de la ganadería salmantina de Garcigrande, que la plaza pidió unánimemente su indulto, concedido por el presidente, al igual que las dos orejas simbólicas que premiaban la formidable faena del diestro madrileño, llena de profundidad y poderío y en la que el astado nunca se cansó de embestir, con una nobleza desbordante y un afán y una fijeza inextinguibles. Un monumento vivo a la bravura que honra la labor del ganadero, Domingo Hernández, fundador del hierro, recientemente fallecido. Julián López ya había cuajado a su primer toro, al que también desorejó tras una gran faena a otro buen ejemplar de Garcigrande, bravo como su hermano. También estuvo bien Enrique Ponce con un enemigo de menos calidad que «Orgullito», pero al que enjaretó tandas muy estimables. Talavante se llevó el peor lote y no pudo lucirse. Porque sin duda la tarde era para El Juli y «Orgullito». El primero descerrajó la Puerta del Príncipe (es la quinta vez que lo hace) y el segundo salió de la arena maestrante por el mismo chiquero donde media hora antes lo había hecho para morir. No fue así, porque otra vez no hubo quinto malo y porque ayer, de nuevo, la bravura le hizo inmortal. [TOROS]