La importancia de las formas
¿Qué significa que Trump no haya asistido a la toma de posesión del presidente Biden?
El primer presidente de Estados Unidos que no quiso asistir a la toma de posesión de su sucesor fue John Adams. El 4 de marzo de 1801, en plena madrugada, salió de la Casa Blanca a bordo de un carruaje de postas para no ser testigo en cuestión de horas del juramento de Thomas Jefferson como tercer presidente de Estados Unidos. Imposible de obviar este feo entre antiguos amigos y correvolucionarios, su ausencia fue criticada en una nación muy joven pero consciente de la importancia de las formas para el éxito de su gran experimento político.
La espantada de John Adams supuso una precoz ruptura de la tradición iniciada cuatro años antes, cuando el primer presidente George Washington fue testigo del relevo del que había sido su vicepresidente. Aquel momento de continuidad fue mucho más que una simple cuestión de protocolo y respeto. Simbolizaba un principio fundamental para toda democracia: la pacífica y ordenada sucesión en el poder. Cuestión especialmente relevante para una república débil, con tan solo una década de experiencia constitucional pero devota de sus ideales de libertad, igualdad y autogobierno.
Con todo, el pulso electoral de 1800 –considerado incluso hoy en día entre los más reñidos en la política americana– dice mucho de Estados Unidos. El cada vez más impopular Adams terminó por convertirse en el primer ocupante de la Casa Blanca perdedor de su reelección para un segundo mandato. Aquellas memorables elecciones sirven también para ilustrar la profunda división política que siempre ha caracterizado a este país y que a principios del siglo XIX se vertebraba en los proyectos antagónicos de federalistas y antifederalistas.
Al ausentarse de la toma de posesión de Biden, Trump se ha convertido en el primer presidente que en más de un siglo ha incumplido con esa tradición de continuidad institucional en la presidencia. Las dos excepciones anteriores fueron el hijo de Adams, John Quincy Adams, que evitó ser testigo en 1829 de la investidura del primer gran populista Andrew Jackson. Y el sucesor del asesinado Lincoln, el sureño Andrew Johnson y primer presidente sometido a un «impeachment», que también evitó asistir a la toma de posesión de Ulysses S. Grant, optando por consumir sus últimas horas como presidente firmando decretos. Sin olvidar en 1974 a Richard Nixon subiéndose al helicóptero tras dimitir en lugar de esperar a que Gerald Ford pusiera su mano sobre la Biblia.
Si algo demuestra la historia de Estados Unidos es que el 20 de enero a las 12 de la mañana es el momento en que todo enfrentamiento electoral, por muy corrosivo que haya sido al estilo de Adams contra Jefferson, debe superarse para poder asumir y avanzar en la corresponsabilidad de gobernar. Por mucho que esa demostración de confianza y lealtad resulte imposible de asumir por un narcisista con rasgos de psicópata.