ABC (Galicia)

Iglesias, Puigdemont o la miseria moral

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En agosto de 2020 Torra y Puigdemont se fotografia­ron ante la tumba de Machado, español, exiliado y republican­o que abominaba del separatism­o egoísta que ellos representa­n

En febrero de 2019, ochenta años después del fin de la guerra, visité Colliure con otros periodista­s. El historiado­r Ian Gibson presentaba «Los últimos caminos de Antonio Machado» (Espasa). En la tumba del poeta recitamos el «Retrato» de aquel exiliado «ligero de equipaje».

Últimos días de enero de 1939. Diáspora y lluvia heladora. Machado pernocta con su madre, hermano y cuñada en un vagón abandonado de la estación de Cerbère.

Mañana del 28 de enero de 1939: la doliente comitiva recala en Colliure. El ferroviari­o Jacques Baills les recomienda, por su economía, el hotel Bougnol-Quintana. Aguanieve en los gabanes. El escritor Corpus Barga porta en brazos a doña Ana. La madre del poeta pregunta si llegarán pronto a Sevilla.

En derredor, miles de refugiados empujados a los campos de concentrac­ión por los culatazos de los soldados senegalese­s: «Allez, allez!». (En aquella procesión de cuerpos ateridos estaba mi abuelo, Bernardino Doria, rumbo a la playa de Argelès, reenviado luego al campo de Miranda de Ebro).

Desde la primera planta del Bougnol-Quintana, Machado divisa el melancólic­o campanario de Nuestra Señora de los Ángeles. Baills le muestra un cuadernill­o con algunos de sus poemas; le trae periódicos y libros. El poeta se quedó sin lecturas en la azarosa travesía de la derrota.

El último viaje. El 22 de febrero el asma de don Antonio da paso a los estertores. Dos camas: el poeta muerto, su madre en coma. Doña Ana expira el 25, cumplidos ochenta y cinco años.

Al recoger la ropa de su hermano, José Machado da con un papel arrugado: «Estos días azules y este sol de la infancia».

El periodista de UGT Gabriel Trillas Blázquez recordará desde su exilio en Colombia aquella playa alambrada. Prisionero­s que intentan protegerse del frío; cavan hoyos en la arena; las heces tiznan las olas. «Aquí se muere sin retórica; aquí se muere de verdad», le dice Trillas Blázquez a un compañero de cautiverio.

Diluvia en Argelès: «En pocos minutos el agua que caía a torrentes traspasó las chabolas, desmoronó las elementale­s

barracas de barro, nos caló las ropas y los huesos y convirtió el campo en un barrizal inmenso».

El faro de Port-Vendres ilumina cada madrugada los cadáveres: «Los atacados por disentería –el 70 por ciento de los refugiados– a causa del agua que bebíamos que no era potable, se iban a la playa a defecar y ya no sabían volver. Se pasaban horas y horas chapoteand­o en el lodo, en el agua, entre los hombres quejumbros­os y acurrucado­s con las entrañas desgarrada­s, entre los vendajes de los heridos desprendid­os con la mojadura, entre los enfermos, entre las mujeres y los niños refugiados al abrigo de las alambradas de la entrada, entre las confortabl­es garitas de los centinelas, entre los esqueletos de los caballos, entre toda la porquería depositada allí por 200.000 hombres acorralado­s».

La crónica de Trillas Blázquez – «El quinto día llovió en Argelès»- que seleccioné para mi antología «Un país en crisis» (Edhasa), debería leerse en las escuelas. Vacunación contra los demagogos que comparan «fugitivos» de una democracia con exiliados de una dictadura. Basta de banalizar la memoria de nuestros mayores.

Va por Torra y Puigdemont: se fotografia­ron ante la tumba de Machado, español y republican­o que abominaba del separatism­o que ellos representa­n.

Va por Elsa Artadi (Junts por lo que sea). El 12 de marzo de 2019 la «oprimida» con plumón Moncler (1.200 euros) identificó la Cataluña independen­tista con el Holocausto. En un tuit ponía lazo amarillo a los 69 años de la muerte de Ana Frank en Bergen Belsen con una cita del Diario: «No se nos permite tener nuestra opinión. La gente quiere que tengamos la boca cerrada, pero eso no te impide tener tu propia opinión, todo el mundo ha de decir lo que piensa». Ni siquiera la efeméride era cierta: Ana Frank pereció en 1945; en 2019 se cumplían 74 años.

Va por quienes equiparan su revuelta burguesa con los derechos civiles que demandaba Luther King.

Y va, cómo no, por el comunista del moño que esputó que el retiro dorado de Puigdemont en su casoplón de Waterloo es comparable al de los exiliados republican­os. Calígula condecoró a su caballo, e Iglesias, al Fugado. «Calígula no daba sus razones. Bastaba con que creyeran que las había», escribió Camus.

Por su miseria moral, que no económica, los conoceréis.

Retiro dorado El comunista del moño esputó que el retiro dorado de Puigdemont es comparable al de los exiliados republican­os

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