Iceta ha envuelto su generosidad con el más vetusto de los embalajes: proclamando su lealtad a la Constitución
ESPAÑA está en pública subasta. Mejor dicho, en rebajas de liquidación. Para celebrar su nombramiento al frente de las Administraciones Territoriales, el nuevo ministro ha hecho un centenar de concesiones a Cataluña y el País Vasco, como si ya no tuvieran bastantes, algunas de ellas, como la Seguridad Social, de dudosa constitucionalidad. Sabíamos que Miquel Iceta es un hombre que se lleva bien con todo el mundo, los nacionalistas a la cabeza. Pero la generosidad tiene un límite, como cuanto afecta al conjunto del pueblo español, patrimonio del Estado, por lo que conviene andarse con mucho cuidado, no vaya uno a pasarse.
En cualquier caso, la Generalitat está encantada y, como contrapartida, ha concedido el tercer grado a los condenados por el procés, lo que significa que sólo tendrán que estar en la cárcel, para dormir, teniendo el día libre, para dar mítines políticos, por ejemplo, ya que hoy empieza la campaña para las elecciones catalanas del 14 de febrero.
Ya se les concedió en diciembre, pero el Tribunal Supremo lo anuló. ¿Ocurrirá ahora lo mismo? Imposible saberlo. El escenario político español se ha convertido en una pista de hielo, donde uno puede hacer todo tipo de piruetas, incluido darse un castañazo.
Iceta ha envuelto su generosidad con el más vetusto de los embalajes: proclamando su lealtad a la Constitución y describiéndonos la España que desea: «Fuerte en su unidad y orgullosa de su diversidad», que es algo así como decirnos que le gusta la tortilla de patatas, pero sin patatas. «Para comerte mejor» podría haber añadido, como el lobo a Caperucita.
Únanle que el Gobierno logró sacar adelante la solicitud de los fondos de reconstrucción a Bruselas gracias al apoyo de Bildu y la abstención de Vox, mientras ERC, su presunto aliado, le negaba el apoyo, junto al PP y Ciudadanos, se darán cuenta de que es la primera muestra de que el «efecto Illa» ha pinchado antes de empezar. A los nacionalistas no les basta con un president simpatizante con el soberanismo catalán. Quieren la soberanía y seguirán buscándola, como no ocultan. Si a ello le añadimos el panorama desolador que está dejando la pandemia, ya en su tercera fase, que puede empalmar con la cuarta de no resolverse el problema de los suministros de vacunas, tenemos que irnos haciendo a la idea de que lo peor está por venir, sobre todo para los catalanes, que se consuelan de no ver realizados sus sueños soberanistas en la Tierra, lanzando su primer nanosatélite al espacio el 20 de marzo desde el cosmodromo de Baikonur, en Kazajistán.
Lo verían en ABC, no como chiste «Ens posem en òrbita». Y en Waterloo.