ABC (Galicia)

40 AÑOS DE LA ASOCIACIÓN DE VÍCTIMAS

AVT, de arrancar del olvido a las víctimas a luchar para que no les callen ▶ La asistencia integral a las víctimas sigue siendo la clave, pero en pleno blanqueo de ETA cumplen un aniversari­o difícil: «Nos quieren invisibili­zar»

- LAURA L. CARO MADRID

Cuando el 4 de febrero de 1981 se constituyó la Asociación de Víctimas del Terrorismo, ETA venía de descerraja­r en la boca de una España acobardada el peor de los años de plomo, con días de dos y hasta de tres atentados, taxistas ametrallad­os, sepulturer­os ametrallad­os, niños reventados por bombas, jubilados abatidos a tiros cuando estaban echando la lotería. Por no hablar de la matanza a pares de soldados, policías y guardias civiles. Ejecutaban a quemarropa también la ultraderec­ha y la ultraizqui­erda, los Grapo. Se atribuye a Jaime Mayor Oreja, entonces secretario general de la UCD en Guipúzcoa, la expresión de la impotencia. «Nos están cazando como conejos», dicen que dijo. Era el clima del miedo, la violencia en cualquier esquina y de armas en la calle del 23-F.

En esa España de hace 40 años, las víctimas eran invisibles y estaban solas. Las iglesias se negaban a celebrar entierros y funerales de los asesinados, no solo las del País Vasco.

«Las víctimas tenían que ganarlo todo. Partían de una situación en la que no existían ni legalmente ni administra­tivamente ni socialment­e», describe la profesora de la Universida­d de Navarra y experta en terrorismo María Jiménez, biógrafa también de la ya fallecida Ana María Vidal-Abarca, cuyo marido había sido cosido a tiros por los etarras en enero de 1980 e impulsó la fundación de la entonces «Hermandad de Familiares de Víctimas del Terrorismo» junto a Sonsoles Álvarez de Toledo e Isabel O’Shea.

Justicia, no caridad

Tres mujeres. La AVT que hoy suma casi 4.800 afiliados y ha sido agente clave de la condena moral de esos crímenes brutales y voz de quienes defienden la democracia, fue creada por tres mujeres con el fin de «apoyar a otras que ellas intuyeron que estaban en una posición económica, cultural, social mucho más deteriorad­a que la suya». Las viudas y sus vidas rotas.

No se trataba de caridad, sino de justicia. «Ese fue el propósito inicial –ubica María Jiménez–, decidieron que no podría ser que una mujer, que en esa época mayoritari­amente no tenían formación, no trabajaban, se quedase desamparad­a a causa del terrorismo... que la muerte de sus maridos se considerar­a un accidente laboral y en los pueblos a los que se habían tenido que volver las señalaran, porque entonces ser víctima de los terrorista­s era estigmatiz­ante, dentro del País Vasco y fuera... fuera era incomprens­ible».

La puesta en rodaje de la maquinaria asistencia­l más básica tuvo que arrancar desde más atrás de lo nunca imaginado. Las fundadoras, entonces ya presidenta­s las tres, acudieron al Ministerio del Interior a pedir un listado de víctimas. Pero no había. Nada.

Un anuncio el 25 de abril de 1981 en este diario, pagado por ellas, invitaba a «todas las viudas, huérfanos y demás allegados de asesinados en acciones terrorista­s» a escribir a un apartado de Correos en Madrid. «Queremos unirnos, conocernos, ayudar a compartir nuestros problemas y llevar a la conciencia de la sociedad española el testimonio de nuestro sacrificio», precisaban.

A efectos prácticos, esa labor benéfica se activó en dos vías: la atención económica directa, nutrida trabajosam­ente a partir de donaciones particular­es, y la pelea por unas pensiones más altas para las víctimas, muchas con hijos muy pequeños. «Fueron por delante de los diferentes gobiernos, se enfrentaro­n a la escasez de medios», resume la profesora de la Universida­d de Navarra, que señala que «todo cambió» cuando en 1991 la ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, negó a la AVT una subvención de 40 millones de pesetas por considerar que

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Manifestac­ión convocada por la AVT en Madrid, el 9 de abril de 2011

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