ABC (Galicia)

«El obeso no es culpable»

Carlos Ballesta

- SALVADOR SOSTRES

—Tranquilo, Salvador no es tu culpa. —Es falta de voluntad.

—No es verdad.

—Intento hacer dieta pero sale la bestia.

—No se puede criminaliz­ar al paciente. —Soy un gordo, doctor. Lo que se dice un gordo de mierda.

—Esto la sociedad aún no lo ha asumido, pero la obesidad no depende de la voluntad, sino de unas células que se encuentran en la parte alta del estómago y que liberan las hormonas que te obligan a comer.

—¿Esa ansia es una hormona?

—Sí.

—Pensaba que era un cerdo. Un cerdo interior.

—Es una segregació­n excesiva de estas hormonas, llamadas Leptina, Grelina y Reductina.

—Parecen las tres hadas de la Bella Durmiente.

—Por eso cuando haces dieta estás de mala leche: porque las hadas te obligan y tú no obedeces.

—Mala gente, las hadas. Mi dietista me dice que soy un yonqui de la comida. —A los drogadicto­s que lo están dejando les cuesta menos si les das metadona; la obesidad se cura bloqueando esta hormona.

—¿Y ya puestos no podríamos arreglarlo con una pastilla?

—Yo soy un soñador y confío que en el futuro aparezca este fármaco, pero de momento no existe.

—La Viagra de la obesidad.

—Hay intentos, pero no han dado resultado todavía. La única manera es la cirugía.

—Pero doctor, mi gran pasión son los restaurant­es. ¿Perderé el gusto por comer?

—No vas a perder absolutame­nte nada, pero en lugar de necesitar 3 docenas de gambas, con 3 gambas te sentirás lleno. —¿Sólo tres? Más que una operación, parecerá un racionamie­nto. —Comerás de todo, pero perderás el ansia. Pasarás de ingerir a disfrutar. —¿Esta operación tiene algún peligro? —Lo que es peligroso es la obesidad. Para el cuerpo y para el cerebro.

—¿Al cerebro también afecta?

—El cerebro del obeso está edematoso y se hincha. No le llega suficiente oxígeno y se le intoxica de carbónico. No puede pensar o piensa mal. Te quedas dormido después de comer, o en el coche.

—Yo pienso bien. Pero duermo mal. —Si dejas de ser obeso, dormirás bien. —La diabetes.

—Si dejas de ser obeso, dejas de ser diabético. Lo mismo pasa con la hipertensi­ón, el hígado graso, o los que necesitan una máquina para respirar por la noche.

—Los infartos.

—Dicen: «Se ha muerto de un infarto». ¡Qué puñetas! Se ha muerto de obesidad.

—Y la autoestima.

—Recuerdo que hace tiempo un paciente me llamó muy contento para decirme que estaba en los caballitos con su hija cuando antes la niña no quería que le fuera a buscar al colegio porque se avergonzab­a de tener un padre tan gordo. —Operarse es el capricho de los que no nos esforzamos en la dieta que tendríamos que hacer.

—Somos un centro de excelencia médica reconocido internacio­nalmente. Sólo operamos los casos en que la cirugía está indicada. Los criterios son científico­s, no estéticos, aunque benefician a la estética.

—¿Qué es ser un obeso? —Dividiendo tu peso por la talla al cuadrado obtienes tu índice de masa corporal. Eres obeso si este índice es 35 o superior a 35.

—Lo mío va tan justo que tendría que revisarlo el VAR.

—La obesidad es la enfermedad de las sociedades ricas.

—Por lo menos no tengo algo que encima sea de pobres. Los dietistas le adoran, supongo.

—Al principio me acusaron de estar loco. «¿Cómo puede operar eso?», me decían. Ahora están integrados en mi equipo de obesidad.

—Y le insistían en lo de la fuerza de voluntad.

—Yo he sido un pionero mundial con la técnica de operar la obesidad por laparoscop­ia. Fue un gran avance de la Ciencia.

—Laparoscop­ia.

—Es mirar sin abrir el abdomen. —¿Me va a doler?

—Es un dolor leve, que se puede controlar con paracetamo­l.

—Yo soy más de ibuprofeno.

—Con paracetamo­l basta, pero bueno. —¿Y la recuperaci­ón?

—Si no es un trabajo físico, al día siguiente puedes ir a trabajar.

—Pero con la operación en sí no perderé peso.

—No. Perderás entre 8 y 10 kilos el primer mes y luego uno a la semana hasta que te estabilice­s. Mejor perder peso lentamente que más de golpe, pero irá rápido en cualquier caso.

—¿Pero seguro que podré disfrutar comiendo?

—Comiendo y con lo otro.

—Doctor, que en casa somos de derechas.

—Operé hace un tiempo a un banquero muy famoso porque tenía diabetes y lo que me agradeció no fue que le curara la enfermedad, sino que había vuelto a funcionar estupendam­ente.

—O para o llamo a un guardia. —Cualquier diabético tiene problemas de erección y necesita Viagra y tal. —¿Cuánto cuesta operarse?

—Entra por la mutua. La obesidad no es un capricho, es una enfermedad.

—Y luego está lo de la inmunidad del Covid.

—Al ritmo de vacunación que vamos, es un chiste decir que la alcanzarem­os en verano.

LOS aparicioni­stas del Palmar ya han avisado. «Ha llegado el apocalipsi­s». Vale que están chalados y que detrás de las tapias del templo los abates carmelitas de la Santa Faz se dedican fundamenta­lmente a los pecados de la carne, pero a mí estas cosas me dan jindama. A ver si no va a ser casualidad que los marajetas que anuncian el armagedón en plena pandemia divisaran sus trampantoj­os paranoicos en un lugar llamado El Palmar. ¿Y si es verdad que la vamos a palmar todos? A poco que uno lo piense, señales no faltan porque hay muchas formas de extinguirs­e sin que se haya parado el corazón. Esta nueva sociedad enmascarad­a que tiene que enclaustra­rse para sobrevivir pero, según la impudicia politiquer­a, ha de votar aunque se muera, respira ya sólo por instinto. Nunca pensé cuando leí a Chaves Nogales la historia de los desvalijad­ores de cadáveres en Odesa durante la I Guerra Mundial que viviría algo parecido. Contó el periodista en una de sus crónicas bélicas que en la ciudad de la escalera Potemkim había bandas que se dedicaban a peinar los campos de batalla para arrebatar a los caídos cuantas cosas eran superfluas para los muertos: relojes, dinero, sortijas... Y no sé si lo de ahora es peor porque el tropel de expoliador­es pisa moqueta y arrambla con las cosas que sí sirven a los difuntos: el respeto, la dignidad...

Ni siquiera apetece bajar al fango de las elecciones catalanas en esta España que pone el derecho al voto por encima del derecho a la vida. Ni al augurio de Illa a Darias en el traspaso de la cartera de Sanidad tras 90.000 funerales: «Vas a disfrutar». Ni al desmontaje del país desde el Gobierno mismo. Ni a la liberación de los presos para que den mítines. Ni al espantajo de las vacunas. Ni a la naturaliza­ción de la mentira. Ni a la caída del PIB a cifras de la Guerra Civil. Esto ya sólo se puede describir con argumentos surrealist­as. A mí me gusta especialme­nte este de Oliverio Girondo: «¡Es tan real el paisaje que parece fingido!». Corren tiempos palmariano­s, sí, porque ahora mismo no sabría decir qué secta tiene más dura la Santa Faz, si la de los chiflados del Palmar de Troya o la de La Moncloa.

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