ABC (Galicia)

El marketing político ha metido al virus en un corralito para que no estorbe. Dentro de dos semanas ya se verá el resultado electoral y el estado de la dichosa curva

- COLMENAREJ­O

Si desde el lunes 15 de febrero nos meten de nuevo en casa habrá que montar un escándalo, o tal vez no. Con la docilidad con la que echamos la aldaba por dentro no sería extraño volver a escuchar ese silencio extraño y acongojant­e en la vida cotidiana de los 100 días a la sombra. Hasta que no pasen las elecciones autonómica­s en Cataluña se hace un paréntesis con el virus. Ya no se trata de salvar la Navidad o la Semana Santa –que conste que de esto último la primera en hablar ha sido la ministra de Turismo, no un cura párroco o un empresario– sino la campaña de Illa. El marketing político ha metido al virus en un corralito para que no estorbe. Dentro de dos semanas ya se verá el resultado electoral y el estado de la dichosa curva que el señor Simón comenta como si fuera un árbitro del VAR. España entra en estado de quietud para que Sánchez compense el 155 del Partido Popular. Mientras tanto que las autonomías quemen sus naves contra el virus.

Cada vez que se decreta un cierre comercial o de la hostelería se alarga el drama añadido a la tragedia de los más de 80.000 muertos. Quedamos en manos de las farmacéuti­cas y sus vacunas, pero también de la Unión Europea. Si torean a Bruselas qué sería de España intentando en solitario comprar viales con su endeudada cuenta y los 17 gobiernos regionales.

Durante las próximas dos semanas los datos de los contagiado­s, hospitaliz­ados, ingresados en las UCI y fallecidos, seguirán remachando el clavo del miedo. A través de la mirilla de la puerta vemos anonadados el renacimien­to de ese artificio llamado proceso independen­tista catalán, que se ha llevado ya por delante demasiados jirones del 78. Las elecciones solo las podía aplazar una nueva alarma decretada por Sánchez. Las encuestas mandan y dicen que Illa podría empatar y con Podemos hacer un Gobierno espejo de La Moncloa. De paso, si el PP se lleva una bofetada con la mano de Vox, a Casado le entra el agua en casa, dejando a la alternativ­a a Sánchez en una notable etapa de zozobra.

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