ABC (Galicia)

«Si algo no tiene arreglo, lo mejor es estropearl­o del todo», dicen los anglosajon­es. Sirve también para nosotros

- ELECCIONES CATALANAS

LAS elecciones catalanas, tan reñidas, tan confusas, tan inciertas, son el mejor retrato de lo que está ocurriendo no sólo allí, sino en toda España. Una pelea de todos contra todos, incluidos quienes comparten objetivos y son los más feroces en atacarse entre sí. Nueve partidos en liza, con tres empatados en cabeza, y otros tres en la cola que pueden ser a la postre quienes decidan. Y los tres de en medio tanteando venderse al mejor postor. Resultado: un rosario de la aurora que acaba a cristazos, y puede traer más problemas que los que resuelva, tanto en Cataluña como en España.

Teóricamen­te, deben decirnos si el brote independen­tista que puso en jaque la Nación con un referéndum ilegal el 1 de octubre de 2017 y llevó a la cárcel o la huida a sus organizado­res se ha apagado o continúa, aunque no tiene muchas posibilida­des de aclararse por la sencilla razón de que los independen­tistas no han decidido qué van a hacer si logran más del 50 por ciento de los votos, nivel que se habían puesto para declarar de nuevo la independen­cia. Mientras Esquerra Republican­a es partidaria de medir los pasos no vaya a ocurrir lo que la vez anterior: que el Gobierno eche mano del artículo 155 de la Constituci­ón para desbaratar la maniobra y enviarles de nuevo a la cárcel por más años, como reincident­es. Su propuesta es afianzarse en el poder y ensanchar la «masa crítica soberanist­a» hasta acercarse al 70 por ciento de la población que, según los expertos es lo mínimo para que una apuesta de tal magnitud tenga éxito. Juns per Catalunya, en cambio, con Puigdemont más farruco que nunca en Bélgica, advierte que «no renunciará­n al 1-O». Entre ellos, el PSC apuesta por una España «nación de naciones», Cataluña una de ellas con más atribucion­es de las que ya tiene, y un federalism­o asimétrico para todos. PP, Ciudadanos y Vox, más divididos que nunca y, por eso, condenados al papel de espectador­es se contentan con ser los primeros de la derecha, flaco consuelo. Mientras la izquierda radical, desde Podemos a la CUP, sueña con ser quien decida el ganador. Si ganador puede llamarse al que tenga que hacerse cargo de un territorio que un día fue líder de España en modernidad, industria y comercio, y hoy está más arruinado, dividido y desmoraliz­ado que ella.

Lo que quiere decir que estas elecciones no van a arreglar nada. Puede incluso que empeoren la situación a un lado y otro del Ebro. Es lo que suele ocurrir cuando tanto los dirigentes como sus seguidores de un país son incapaces de ver más allá de si mismos. «Si algo no tiene arreglo, lo mejor es estropearl­o del todo», dicen los anglosajon­es. Sirve también para nosotros.

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