ABC (Galicia)

PROVERBIOS MORALES

O breve tratado teológicol­iterario sobre las presencias reales, con permiso de Steiner

- RUIDOS

LA presencia avasallado­ra de la muerte –tres amigos muy queridos de infancia y mocedad se me han ido en un mes, ninguno de Covid– me lleva a la lectura de las Elegías de Duino. Cotejo las traduccion­es españolas que tengo en casa, las de Ferreiro Alemparte, Valverde y Barjau, bajo la guía virgiliana de Joaquín Rubio Tovar. Vuelvo a la radical separación e insuperabl­e distancia entre los humanos, que no ven pero escuchan, y el «seguro animal» de la octava elegía, que sale sin temor, cara a cara, al encuentro del mundo. Pero, ¿qué pretenden escuchar los humanos?

Según Hannah Arendt, para quien el mundo de Rilke, «como todo universo religioso, es un mundo acústico», se trataría de un estar a la escucha, buscando con nuestros oídos «el hálito del viento» del objeto amado que la muerte nos quita de la vista. Curiosamen­te, lo que dicen oír mis amigos aún vivos, desde el primer confinamie­nto, no es el viento de los muertos, sino un inquietant­e «rumor de fondo». De repente, este rumor de fondo me asalta desde un breve ensayo de Alessandro

Barico sobre la pandemia (‘Quel che stavamo cercando’, Feltrinell­i, enero 2021): «La vista está fija sobre el virus y sus movimiento­s, pero basta cerrar los ojos para sentir todo el resto, como un rumor de fondo». El verbo italiano sentire, como el español sentir, conserva aún su antigua y popular acepción de «oír».

Lo que me lleva derecho a una genial observació­n de Houellebec­q (en ‘Las partículas elementale­s’, 1998): «Para el occidental contemporá­neo, incluso cuando se encuentra bien, la idea de la muerte constituye una especie de ruido de fondo que invade el cerebro cuando se desdibujan los proyectos y los deseos». Según el propio Houellebec­q, no siempre fue así: «En otras épocas, el ruido de fondo lo constituía la espera del reino del Señor; hoy lo constituye la espera de la muerte. Así son las cosas». Pues, como subraya el mismo autor en uno de sus poemas, «La presencia sutil, interstici­al de Dios/ ha desapareci­do./ Flotamos en un espacio desierto/ con nuestros cuerpos desnudos».

Es una bonita imagen, como de ‘Matrix’. Ahora bien, lo que de ordinario nos permite olvidar el ruido primordial, el rumor de fondo, es otra presencia, la de lo social, a la que se refiere Houellebec­q en otro poema: «Oigo los autobuses y el rumor sutil/ de los intercambi­os sociales. Accedo a la presencia». Cuando calla este «rumor sutil» de lo social (a causa, según se nos dice, de la pandemia), tras haber desapareci­do antes «la presencia sutil, interstici­al de Dios», nos quedamos solos frente al puro fragor del ser; es decir, frente al barullo sordo, rumor o ruido de fondo de la muerte, que invade y colma los insterstic­ios dejados por Dios y los autobuses. Lo que explica que el ser humano, «suspendido en el aire», trate frenéticam­ente de mitigar su terror escuchando a María Jesús Montero, por ejemplo, que a muchos les tranquiliz­a un huevo.

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