La demagogia de derechas y de izquierdas, que hasta no hace mucho parecía constreñida a los totalitarismos, se extiende cada vez más por las democracias
Recordando al profesor Laurence J. Peter, podríamos afirmar que todo tonto contemporáneo, ascendido hasta su nivel de incompetencia, puede ser seducido por el adanismo. Y es indiferente que sea el dirigente de un país, de un partido, de una empresa o de un club de fútbol. A mayor porcentaje de soberbia más convencido estará el adán de que ha llegado él, el primer hombre, y tomará decisiones diferentes de sus predecesores, ya que ¡por fin! el club de fútbol, el país o el mundo ¿por qué no? comienzan a despertarse de su error gracias a él. Si la realidad no refleja con éxito sus decisiones, o no es tal como él la cree, recurrirá a la demagogia de negar la realidad, debido al sencillo razonamiento de que no está a su altura. Y es que resulta bastante difícil estar a la altura de un soberbio adanista.
La fórmula suele funcionar. Ahí está el asalto al Capitolio, un hecho tan insólito e impredecible como el ataque a las Torres Gemelas, los dos acontecimientos que ya están inscritos en la Historia de la primera parte del siglo XXI. La diferencia está en los muertos: en 2011 fueron segadas las vidas de 2.996 personas, mientras en el asalto sólo murieron cinco. Pero hasta llegar a construir el Capitolio, es decir, el templo de la Democracia, hace 120 años, antes hubo cadáveres en los campos de batalla, y una terrible Guerra de Secesión que acabó con la vida de 750.000 personas.
No creo que Donald Trump conozca esos datos, ni le interesen, porque está complacido de que, gracias a su insistencia demagógica, casi tres de cada cuatro votantes del Partido Republicano, o de él, están convencidos de que es una víctima del conteo electoral y que le han robado la Presidencia. De las víctimas reales, de los cuatro asaltantes y del policía que murieron durante la insólita invasión nadie se acuerda. No crean, tampoco parece que despierte mucho interés el juicio sobre su ‘impeachment’, que parece que se saldará a su favor, porque los republicanos –aunque muchos le aborrezcan– no les van a servir en bandeja a sus rivales políticos, los demócratas, una victoria. Como siempre, el interés político por encima del interés de la sociedad a la cual juran servir.
La demagogia de derechas y de izquierdas, que hasta no hace mucho parecía constreñida a los totalitarismos, se extiende cada vez más por las democracias en las que el aburrimiento democrático ha sido sacudido por estos nuevos adanes que aseguran que, con ellos al frente, los tartamudos serán oradores, los bajitos se convertirán en jugadores de baloncesto y los pobres serán ricos. Observar EE.UU. no es tan diferente a observar fenómenos semejantes que suceden en Francia, en Brasil, en Hungría, en Italia… o en España. Y admitamos parte de nuestra responsabilidad: cuando nos quedamos pasivos ante estos fenómenos o los arropamos con nuestro voto, estamos fortaleciendo lo que luego sufriremos. Porque el adanismo y la demagogia, al final, destruyen y causan dolor, mucho dolor. Incluso causan la muerte.