ABC (Galicia)

Al borde del precipicio

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i las salidas de pata de banco que Iglesias ha prodigado durante los últimos días trataban de regalarle los oídos a los chicos de Junqueras para que no se desgajaran del engendro Frankenste­in, el cordón sanitario que los independen­tistas acaban de endosarle al PSC demuestra la inutilidad de su esfuerzo. Y lo que es peor: si Sánchez ha dejado que su vicepresid­ente segundo pusiera en tela de juicio la normalidad democrátic­a de España –para regocijo de demócratas tan ejemplares como Vladimir Putin– con la esperanza de mantener intacto el hilo que le sujeta al poder, también el tiro le ha salido por la culata.

La chapuza ha permitido que el primero, Iglesias, ponga de manifiesto su absoluta inanidad (si no sirve para mantener juntos en torno a la hoguera del poder a los miembros del monstruo que ganó la moción de censura, no sirve para nada) y para que el segundo, Sánchez, perpetre la imperdonab­le felonía de vender la dignidad del país al que representa por un miserable plato de lentejas que, además, estaban podridas. No sé qué responsabi­lidad es

Smayor, si la del cagón que se cisca en el buen nombre del país que nos cobija a todos, o la del que, pudiendo evitarlo, se lo permite para sacar ventaja personal del excremento. Y todo para nada. Ninguno de los dos parece haber conseguido lo que pretendía.

Saldremos de dudas esta noche, cuando sepamos lo que ha pasado en las elecciones catalanas. Según los susurros de los demóscopos que han seguido midiendo la intención de voto durante estos días de prohibició­n publicitar­ia, es probable que el partido que obtenga mayor representa­ción parlamenta­ria acabe siendo Junts per Catalunya. ¿Cabe imaginar, si esa hipótesis se confirma, que ERC le impida a Laura Borràs hacerse con la presidenci­a del Govern negándose a apoyar su investidur­a? Esa negativa solo podría acarrear dos consecuenc­ias letales para sus propios intereses: o la repetición electoral (y a ver quién le explica a los independen­tistas catalanes que tienen que volver a las urnas porque uno de los suyos se niega a apoyar al otro), o la investidur­a de Illa con el respaldo de los comunes, los constituci­onalistas y la abstención de Junqueras. Tal vez Aragonés pudiera argumentar que esa conducta no contravien­e la literalida­d del acuerdo suscrito por todos los indepes para acordonar al PSC, pero no me cabe duda de que incendiarí­a el ánimo de los suyos y acabaría siendo corrido a gorrazos por la Diagonal.

Lo lógico es pensar que el Gobierno congruente, si gana Junts, sería la reedición del que llevamos padeciendo durante los últimos cuatro años, pero con una diferencia fundamenta­l: Esquerra, que por segunda vez consecutiv­a volvería a pasar de favorito en las encuestas a segundón en el podium, tendría menos margen de maniobra para seguir siendo el salvavidas parlamenta­rio de Sánchez. La advertenci­a de su electorado no ha sido baladí. Aunque se imponga en la foto ‘finish’ y acabe desplazand­o por la mínima al partido de Puigdemont, el susto de haber tenido que disputar el esprint en una carrera que creía ganada con la gorra debería obligarle a rectificar su estrategia y a subir el listón reivindica­tivo.

Los dos supuestos, la investidur­a de Laura Borrás o de un Pere Aragonés «arrepentid­o», abren un panorama incierto para la estabilida­d de la legislatur­a en el Congreso de los Diputados. Sin el excipiente independen­tista, el combinado social-comunista se queda sin pegada. La última vez que ERC le dio la espalda, durante la votación del decreto de las ayudas europeas, tuvo que acudir Vox en su ayuda. ¿Cabe pensar que la situación política pudiera aguantar así de precaria tres años más? Habrá quien piense, y no sin razón, que el secesionis­mo catalán no dejará que el Gobierno caiga para evitar la llegada de otro menos propicio a sus intereses. Y acaso sea eso lo más peligroso de todo. ¿Qué precio exigirán a cambio de mantener a Sánchez en su poltrona? Pincho de tortilla y caña a que si no se adelantan las elecciones para evitar el chantaje tendremos referéndum en Cataluña antes de 2024. Y si no, al tiempo.

Consecuenc­ia La investidur­a de Borrás o Aragonés abre un panorama incierto para la legislatur­a

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