Agotadoras de 12 horas
Las fuerzas de seguridad del Estado, policías, gendarmes y soldados, son víctimas de ataques de ansiedad y callada angustia, estrés crónico, trastornos psicológicos, tentaciones suicidas y heridas psíquicas crecientes. Consecuencias no solo de la pandemia
Según las estadísticas oficiales, unos 3.000 soldados han recibido ‘heridas psíquicas’, debido a una movilización excepcional, en la escena nacional e internacional, durante los últimos años. A esas lesiones morales es necesario añadir otros 600 heridos con armas de fuego «de origen mal conocido», que es una manera elíptica de callar tensiones y tentaciones suicidas. La amenaza yihadista, las manifestaciones de los chalecos amarillos, las protestas contra la ley de seguridad global tambiñen han jugado su papel.
Esa tendencia se ha agravado durante los últimos doce meses. Y Florence Parly, ministra de Defensa, ha decidido relanzar la apertura de centros de acompañamiento de soldados víctimas de heridas psicológicas.
Dos nuevos centros fueron abiertos el mes de enero pasado, con el objetivo oficial de: «Contribuir y favorecer la mejor rehabilitación psicológica de los militares con problemas».
La crisis «va por dentro»
Gilles (33 años), joven oficial que lleva varios meses dirigiendo operaciones de muy diversa índole, en París y la región parisina, comenta el ‘malestar’ de la tropa de este modo: «El Gobierno comenzó movilizándolos para prestar ayuda a los hospitales. Nos pareció un honor. Pero pronto nos sentimos incómodos, sin saber concretamente cuál era nuestro puesto. Cuando se trabajan doce horas al días, ronda tras ronda, por las calles de
París, muchos soldados terminan cansados. La jerarquía pasa revista y decimos que todo va bien. Pero sabemos que la crisis va por dentro. Y la disciplina se relaja, consecuencia de un cansancio que termina siendo angustioso».
La Policía ya era el segundo sector social más afectado por los suicidios, después de los agricultores. Doce meses de crisis sanitaria, con muchos flecos de seguridad e inseguridad, han creado nuevas tensiones íntimas y corporativas, que Daniel, policía de base, armado, me comenta a la salida de la estación de metro de Barbès-Rochechouart, al norte de París: «Tenga usted cuidado con la cámara. Entra usted en un zoco, la ‘casba’ de París, llévese mucho ojo». «Conozco el barrio, no se preocupe, ¿lo conocía usted?», le respondo. Y me contesta: «Los policías todoterreno vamos de aquí para allá. Yo trabajaba hasta ahora en Perpignan, donde también hay muchos barrios multiculturales. Llevo dos semanas en París. Y tengo que tomar pastillas para dormir y vitaminas para darme un chute, cuando tengo que salir a la calle, a trabajar».
Antoine (38 años), policía todoterreno en una comisaría del norte de París, resume de este modo el malestar que preocupa a sus colegas: «En la familia, son frecuentes las bromas sobre los garrotazos que damos a moros y negros. Cada semana, desde hace un tiempo, tenemos que soportar las manifestaciones de protesta contra la nueva Ley de seguridad global. Y, entre los policías de base, sentimos
Suicidios Los informes indican un aumento de los suicidios: hasta uno por semana entre la Polícia