Pasión por el ciclismo
a pregunta rebotó en el aire en algún momento de 2006, cualquier circuito del mundo vale, mientras el hombre que había convertido la Fórmula 1 en un fenómeno de masas en España luchaba por ganar su segundo título. «¿Y el Tour no lo puede ganar Zabriskie?», preguntó Fernando Alonso. El estadounidense David Zabriskie se había impuesto en el prólogo del Tour 2005, primer maillot amarillo, y había sido segundo en la contrarreloj de 67 kilómetros en Blois. «Porque el Tour se gana en las cronos», siguió el piloto con su argumentación. Zabriskie nunca ganó el Tour, se quedó en aspirante, pero el razonamiento tenía todo el sentido. Esta semana, en Lugano, Alonso fue atropellado por un coche mientras montaba en bici, una noticia que a nadie en su entorno le sorprende porque ya contaban desde hace tiempo con el riesgo inherente a la pasión irrefrenable del campeón. El ciclismo.
Fernando Alonso se crió en un cuarto sin ascensor en un barrio de las afueras de Oviedo, desplazándose cada fin de semana para encontrar carreras de karts en los pueblos de Madrid, compitiendo en lugares recónditos de Castilla y León donde las protecciones en las curvas eran balas de paja y no de kevlar y viajando los viernes a Parma
L(Italia) con su padre al volante de un coche ranchera con el kart a cuestas para regresar de noche el domingo a casa. En medio del trajín, Alonso siguió el curso de sus paisanos, tan fervientes seguidores del ciclismo los asturianos: siempre sintió adoración por la bicicleta.
En su afición el piloto no creció con aquellos escaladores castellanos que acudieron a la conquista de las montañas del Tour, Ángel Arroyo o Pedro Delgado. Lo hizo con las hazañas de Miguel Induráin, a quien miraba con los ojos de niño como platos. Un contrarrelojista que desplegaba cada verano desfiles imperiales en Francia, no suspense o incertidumbre. Su veneración hacia él era total. Cuando al piloto profesional se le preguntaba en las típicas encuestas de final de año sobre el mejor deportista español de la historia y se le incluía a él, rechazaba la propuesta de lleno. «El mejor siempre será Induráin».
De una vida que transcurría entre válvulas, motores, neumáticos y gasolina, Alonso siempre sacó tiempo para disfrutar del ciclismo. En bici o en la tele. Ya como campeón del mundo profesó admiración hacia Lance Armstrong. Movió hilos para conocerlo en una concentración en Italia, entre carrera y carrera de Fórmula 1. Fue así hasta que el dopaje acabó con su fascinación por el americano.
A medida que creció como piloto, descubrió en la bicicleta un método de preparación para mantener la forma física que se exige a una estrella de la F1. En su Asturias coronó bastantes