ABC (Galicia)

La noche más amarga

«Laína nos envió un télex inquietant­e: ‘Permanecer­á V.E. en su despacho aunque sea requerido por otra autoridad para desplazars­e fuera...’ Nos estaba diciendo que no nos fiáramos de nadie»

- EMILIO CONTRERAS

GOBERNADOR CIVIL DE SANTANDER EL 23-F

José Antonio Velasco, jefe de la secretaría, entró en mi despacho del Gobierno Civil de Santander con el rostro descompues­to. «Unos guardias civiles han entrado en el Congreso pegando tiros y dando voces que no se entienden bien». Eran las 18.23 del 23 de febrero de 1981. Pensé que eran etarras disfrazado­s de guardias civiles como los que siete meses antes habían robado seis mil kilos de goma dos en el polvorín de Soto de la Marina, en Cantabria.

Poco después me informó de que al frente de los guardias estaba Tejero. «Está claro –me dije– es un golpe de Estado». Intenté hablar con los altos cargos del Ministerio del Interior, pero fue imposible. Los teléfonos no paraban de comunicar; echaban humo.

Llamé a los mandos de la Guardia Civil y de la Policía de Santander y, tras asegurarme de que nada tenían que ver con el golpe, les ordené que acuartelar­an toda la fuerza a la espera de órdenes. Inmediatam­ente después, hablé con el gobernador militar. «Mi capitán general –me dijo– me ha ordenado que todo el mundo quieto y acuartelar».

A las 19.39 envié este telex al director general de Política Interior: «Ante las noticias difundidas por emisoras sobre incidentes en el Congreso de los Diputados y sin haber recibido aún ninguna instrucció­n de ese Ministerio, he tomado la decisión de acuartelar toda la fuerza de la Guardia Civil y Policía Nacional. La Comandanci­a de la Guardia Civil de Santander y la Policía Nacional están a las órdenes del gobernador y a las órdenes del gobierno. He conectado con el gobernador militar, que tiene alertada a su guarnición y permanece leal al gobierno. Espero instruccio­nes de V.I. Salúdale. Emilio Contreras Ortega».

Reuní a la Junta de Orden Público varias veces esa noche. Al comenzar la primera, el jefe de la Policía Municipal de Santander intentó hacer un elogio personal de Tejero sin aludir a lo que estaba haciendo. Se produjo un silencio de hielo. Le corté en seco: «No estamos aquí para conocer su opinión sobre un alzado en armas. Le recuerdo que soy yo quien preside esta Junta y quien concede el uso de la palabra, y no se la he concedido. Así que pasemos a cumplir las órdenes de nuestros superiores». Al terminar la reunión, ordené al comisario que situara discretame­nte un inspector de confianza cerca del cuartel del Regimiento Valencia 23 para que me informara de cualquier movimiento sospechoso y de todas las personas que entraran y salieran de él esa noche. No me fiaba un pelo del coronel que lo mandaba. Pronto supe que el coronel del Tercio de la Guardia Civil, al terminar la reunión de la Junta de Orden Público, había ido al cuartel para entrevista­rse con el coronel a

Francisco Laína Secuestrad­o el Gobierno, se convirtió en la máxima autoridad civil del Estado y jugó un papel clave

espaldas mías. Tiempo después ambos coroneles pasaron a la reserva.

Cuando subí a la residencia para tranquiliz­ar a mi familia, oí que Radio Nacional estaba emitiendo marchas militares, señal evidente de que el golpe avanzaba. Miré la cuna donde mi hijo dormía con la placidez de un bebé y me pregunté: «¿Qué será de él si me ocurre algo?».

A las 20.23 Francisco Laína nos envió un telex con un texto inquietant­e: «Permanecer­á V.E. en su despacho aunque sea requerido por otra autoridad para desplazars­e fuera de la sede del Gobierno». Nos estaba diciendo que no nos fiáramos de nadie.

«Tiene usted un tiro»

Poco después, José Antonio Velasco entró en mi despacho con gesto preocupado para decirme que José López, presidente de los empresario­s cántabros, acababa de pasar en su coche delante del Gobierno Civil y había visto la silueta de mi cuerpo a través del visillo blanco del balcón de mi despacho. «Me ha dicho que tiene usted un tiro desde la calle, solo un tiro, y que debería correr las cortinas». Siempre se lo agradecí.

Pasado un rato, me animó saber que Radio Nacional había recuperado su programaci­ón habitual. Más tarde, el mensaje del Rey me tranquiliz­ó aunque tuve mis dudas de que le obedeciera­n todos los mandos militares.

Las horas siguientes fueron de tensa espera. Retirados los tanques de Valencia, me eché en el sofá con una pistola en la mano, de la que no me separé en toda la noche porque no me fiaba ni de mi camisa. No dormí, pero descansé un par de horas.

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