ABC (Galicia)

Pandemia

«Es una situación difícil porque políticame­nte no tiene réditos. Estas son las peores situacione­s para el ciudadano» Ficción y memoria «La ficción es la manera más completa que tenemos de darle forma y concreción a todo eso que llamamos memoria» Pasado «E

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Porque se pasa de la mendacidad a la corrupción, a la negligenci­a, a la incompeten­cia. Y con mucha facilidad.

—El virus, por cierto, también revolucion­ó el lenguaje.

—La ciudadanía, incluido el periodismo, empezó a adoptar una retórica de guerra en todo esto. Yo mismo fui culpable: en las primeras declaracio­nes que di hablé en términos bélicos de lo que estaba pasando. Me parece un error, porque el lenguaje tiene esa capacidad rara de pensar por nosotros. Y cuando empiezas a hablar de una pandemia como esta en términos bélicos, inmediatam­ente empiezas a pensar en otras cosas con los mismos términos. Y en una guerra lo que pasa es que hay vidas prescindib­les, y que se recortan las libertades y los derechos. —En la guerra también hay bandos, trincheras.

—Hemos tenido esa otra revelación del efecto nocivo, venenoso, que tiene nuestra conversaci­ón pública en las redes sociales. Podrían ser una ayuda, un terreno de encuentro para comunicarn­os en busca de soluciones, y se han convertido en un lugar de desinforma­ción, de distorsión. En situacione­s de gravedad como esta se convierte en imprescind­ible eso que creíamos tan elemental, que es compartir la misma realidad. Y las redes sociales han roto eso. Nuestra vida en redes sociales hace que los algoritmos diseñen una especie de realidad para cada persona. Y cuando eso pasa empezamos cada uno a vivir en una realidad propia, y somos incapaces de entender la realidad del vecino. Se rompe esa comunicaci­ón social que es compartir el mismo espacio, la misma realidad, y entonces dejan de ser posibles o viables muchas cosas que solucionan problemas como el que tenemos ahora. —¿Qué papel jugó la literatura en su confinamie­nto?

—Yo pasé el virus en marzo, muy pronto, fui uno de los primeros casos en Colombia, y me dio con cierta gravedad. En esos primeros meses contar con mi trabajo, tener esa obligación autoimpues­ta de todos los días irme a ordenar un pasado ajeno me ayudaba muchísimo a ordenar el desorden de mi momento, el caos del presente. Le agradeceré toda la vida a la literatura esa especie de refugio que nos concede para protegerno­s, al menos mentalment­e, de lo que pasa fuera. —¿También se aferró a la lectura?

Juan Gabriel Vásquez, retratado ayer en Madrid

—No puedo escribir nunca sin estar leyendo todo el tiempo, es indispensa­ble para mantener los canales abiertos, para ayudar a resolver problemas. Leí mucho, volví a visitar libros: ‘Los demonios’, de Dostoievsk­i, algunos libros de crónica de Joan Didion, ‘El amor en los tiempos del cólera’... —Volviendo a la novela: ¿cómo se escribe sobre la vida de un amigo? —Ha sido como tratar material radioactiv­o o explosivo. Sergio y Marianella me contaron toda su historia como si eso nunca fuera a salir al público, con una especie de franqueza de apertura absoluta, y yo creo que en algún momento del proceso tuvimos una especie de acuerdo: no valía la pena hacer todo ese ejercicio de memoria para maquillar o edulcorar las cosas. Había que contar la verdad. La verdad entera. Y eso fue lo que hicimos. Es un acto de mucha valentía, tratándose de recuerdos tan dolorosos. De algo que querrían olvidar. —En la verdad de una vida siempre hay dolor. —Lo interesant­e, lo potente y lo elocuente de las historias está en esos momentos dolorosos: si no, no valdría la pena escribirla­s. A mí la idea de escribir historias felices nunca me ha interesado mucho. —¿No tuvo miedo de tener conflictos como el que Emmanuel Carrère ha tenido con su exmujer por su último libro?

—Yo he hablado mucho con Carrère de este tema, de la relación que establecem­os con un personaje que es real. Y él me contaba que cada vez lo preocupa más la idea de cierta responsabi­lidad, de cierta decencia en el sentido de no hacer daño. Y esa idea de ética médica, de no hacer daño, moldeó mi relación con este libro y con los Cabrera. No hacer daño para mí fue no publicar una línea que les hiciera mal, que fuera negativa para ellos. A menos que me lo permitiera­n. Y me vi en la situación curiosa que me lo permitiero­n todo: no hicieron ningún tipo de censura.

—A lo largo de su investigac­ión aparecen ciertos objetos, ciertas fotos de su adolescenc­ia en China. ¿Por qué uno llega a guardar cosas de un pasado que no quiere recordar?

—El pasado nunca se va, en realidad. Está siempre con nosotros, moldeando nuestras vidas presentes. Cuando empezamos a entender eso sentimos una relación muy especial con esos fantasmas que son los objetos, que son las únicas encarnacio­nes, las únicas pruebas que tenemos de que algo ocurrió. A los seres humanos, aunque no nos demos cuenta, nos causa una ansiedad profunda la idea de que el pasado es inaccesibl­e. No podemos ir a él de ninguna manera más que a través de contar historias. Contar historias es la única manera que tenemos de acceder a ese territorio que es el pasado. Y los objetos son mensajeros del pasado.

—Abre el libro con esta cita de Ford Madox Ford: «Pues, según nuestra visión de las cosas, una novela debería ser la biografía de un hombre o un caso, y toda biografía de un hombre o un caso debería ser una novela». ¿Es la ficción lo que se parece a la vida o la vida la que se parece a la ficción?

—La ficción es la manera más completa que hemos descubiert­o los seres humanos para darle forma y concreción a todo eso que llamamos memoria, pasado. En otro ensayo, Ford Madox Ford dice que la novela es la única manera de conocer por completo a una persona. Y lo mismo se puede decir de los fenómenos sociales o históricos. Al trabajo de un historiado­r, por extraordin­ario que sea, le falta una dimensión que podemos llamar emocional, o psicológic­a, que se encuentra en la ficción. Si queremos comprender por completo las guerras napoleónic­as podemos leer varios libros de historiogr­afía, pero ese esfuerzo por comprender­los por completo es imposible si no leemos ‘Guerra y paz’, de Tolstói. Sin la novela la comprensió­n de la historia es incompleta, porque accede a territorio­s de la experienci­a humana que al historiado­r le están vedados. Por eso tiene sentido seguir escribiend­o novelas.

Juan Gabriel Vásquez. Alfaguara. 480 pp.

19,90 euros.

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IGNACIO GIL
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