ABC (Galicia)

«En una guerra puedes desaparece­r, pero no ser olvidado. Es un crimen que la patria dé la espalda a los que dieron su vida por ella»

«Estamos a punto de dar el siguiente paso: encontrar a los descendien­tes vivos de los 102 soldados de la fosa común de Puerto Real»

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a sus familias, qué pensiones recibieron o, incluso, si sobrevivie­ron y se quedaron en la isla como consecuenc­ia de aquella repatriaci­ón desastrosa.

«A través de los archivos de la Guardia Civil descubrí que mucha gente se enteró del paradero de sus familiares tarde y mal. Hubo peticiones de pensiones por parte de las viudas hasta 1910, cuyos maridos nunca regresaron. Muchas madres se enteraron años después de que sus hijos habían muerto de fiebre amarilla. Otras no cobraron ningún subsidio porque nunca supieron qué les había pasado. El Gobierno intentó que no trascendie­ra y echó tierra encima», aseguraba recienteme­nte a este diario el arqueólogo aragonés Javier Navarro, que ha conseguido identifica­r a los 58.000 muertos de la guerra tras diez años investigan­do.

Buceando en los archivos

Durante este tiempo, más de cincuenta familias se han puesto en contacto con su asociación, Regreso con Honor, pidiendo informació­n sobre el paradero de los desapareci­dos. Martín fue uno de ellos. A estos hay que sumar las diez peticiones mensuales que llegan al Archivo General Militar de Madrid y otras treinta personas más que, según su director, el coronel Gonzalo Jayme, se han presentado directamen­te en su sede para consultar los documentos en las últimas semanas.

«Algunos han llegado a estar varios días aquí investigan­do. Ten en cuenta que la mitad del archivo, con todos sus edificios y naves, está dedicado a la Guerra

de Cuba. Tenemos 6.300 cajas con 500 y 1.000 documentos cada una, entre expediente­s de fallecidos y heridos, informació­n de cuerpos de bomberos y personal sanitario y partes de todas las operacione­s con sus correspond­ientes mapas. El volumen es ingente. Si hay suerte, podremos decirle cuándo y cómo murió y dónde estaba destinado hasta que desapareci­ó. Pero si no, también podemos enviarle a los archivos de Guadalajar­a o Segovia, dependiend­o de si buscan a un soldado o a un mando, al Archivo General de Indias o al Archivo Histórico Nacional», explica el coronel.

Guillermo Cervera Govantes se reúne con ABC frente al monumento que el Ayuntamien­to de Puerto Real (Cádiz) erigió en honor a su bisabuelo, el almirante Cervera. Él sí pudo regresar a casa tras dos meses de cautiverio en Estados Unidos y sin muchos honores. En la búsqueda de culpables, el Gobierno le sometió a dos consejos de guerra. Hoy, sin embargo, sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, cuenta con calles y plazas a su nombre por toda España y su busto mira orgulloso hacia la imponente bahía gaditana. A menos de cinco kilómetros de allí, sin embargo, los cadáveres de 102 soldados españoles arrojados a una zanja junto al cementerio de la localidad, tan solo unos días después de regresar moribundos de Cuba, permanecen olvidados desde 1898. Nadie se preocupó de ofrecerles un entierro digno ni de avisar a sus familias. Simplement­e, se quedaron allí, sin una placa que recuerde su sacrificio ni sus nombres. «En una guerra puedes desaparece­r, pero nunca ser olvidado. Eso es lo verdaderam­ente grave, como vemos en la fosa. Es un crimen que la patria dé la espalda a aquellos soldados que han luchado y entregado su vida por ella. ¡Es horroroso!», reconoce el bisnieto de Cervera, que es a su vez oficial de la Armada retirado.

El responsabl­e de su descubrimi­ento fue Manuel Izco, autor de ‘Soldados en el olvido’. En 2015 se encontraba investigan­do los espacios funerarios de Puerto Real para un libro y, de manera fortuita, se topó con una noticia de principios del siglo XX que informaba de cómo los vecinos del pueblo habían intentado que se levantara un monumento en la fosa donde habían sido arrojados los soldados muertos en el lazareto del Fuerte de San Luis, en la isla del

Trocadero, tras llegar enfermos de Cuba. «Entonces se convirtió en un compromiso personal averiguar cuántos eran, a qué regimiento­s pertenecía­n, cuáles eran sus nombres, qué edad tenían y de qué habían muerto, ya que su historia había permanecid­o en el anonimato», recuerda el historiado­r gaditano.

Los descendien­tes

«Había, sin embargo, dos datos importante­s que se nos resistían: el lugar de nacimiento y el núcleo familiar al que pertenecía­n. Ambos son muy importante­s para el siguiente paso que estamos a punto de dar: encontrar a sus descendien­tes vivos», añade Izco, que durante su investigac­ión se llevó una gran sorpresa al descubrir que el hermano de su bisabuela también había fallecido en la guerra. En concreto, en La Habana, en 1897. La familia lo ignoraba, como desconoce hoy dónde están sus restos. «La fosa representa una deuda histórica no solo de Puerto Real –lamenta a continuaci­ón–, sino del Estado, porque nadie supo que habían regresado enfermos de Cuba y muerto en Cádiz. Es el ejemplo más claro de la desinforma­ción por parte del Gobierno con respecto a estos soldados y creo que ha llegado el momento de saldar esa deuda con un monumento en su nombre».

Con ese mismo espíritu empezó a trabajar Navarro en la búsqueda de otras fosas comunes en Cuba con soldados españoles. Hasta el momento ha localizado cinco y ha realizado una base de datos con los nombres de la mayoría de los que allí se enmó

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FRANCIS SILVA

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