ABC (Galicia)

El presidente elige una base proiraní para su primer ataque

▶ El bombardeo contra milicias chiíes en Siria es una represalia y a la vez un aviso a Teherán

- FRANCISCO DE ANDRÉS

Con la publicació­n del informe desclasifi­cado, Biden quiere poner de manifiesto un giro en la estrecha relación que mantenía Donald Trump con Riad. El mandatario quiere retomar el acuerdo nuclear de 2015 con Irán del que Trump decidió retirar a EE.UU., subraya ante Riad la defensa de los derechos humanos y le retira el apoyo en la guerra de Yemen, por considerar­la la mayor catástrofe humanitari­a del mundo. Al poco de llegar a la Casa Blanca, anunció que congelaba una venta de armas a Arabia Saudí.

Por otro lado, el nuevo presidente trata de que su nueva actitud no suponga perder a un aliado clave en la convulsa región de Oriente Próximo. En campaña, Biden había advertido que los saudíes pagarían el precio de sus tropelías y los convertirí­a de hecho en «los parias que son».

Crítico con el heredero

«El Príncipe Heredero veía a Khashoggi como una amenaza para el Reino y respaldó ampliament­e el uso de medidas violentas si fueran necesarias para silenciarl­o», asegura el informe de inteligenc­ia sobre la implicació­n de la corona saudí en la muerte en el asesinato del periodista, que publicaba columnas críticas hacia Bin Salman en ‘The Washington Post’. «Aunque funcionari­os saudíes hubieran preplanead­o una operación no concreta contra Khashoggi, no sabemos hasta dónde los funcionari­os saudíes decidieron causarle daño», indica el informe.

En la línea de la Inteligenc­ia de EE.UU., la ONU estableció en 2019 que el asesinato de Khashoggi siguió un plan «premeditad­o» bajo supervisió­n de altos cargos de la Corona y apuntaba a la responsabi­lidad de Bin Salman.

La aviación norteameri­cana bombardeó ayer, siguiendo órdenes precisas del presidente Biden, instalacio­nes en el este de Siria, cerca de Irak, controlada­s por varias milicias prochiíes apoyadas por Irán y aliadas del régimen de Al Asad. Según el Pentágono, los ataques cerca de la localidad siria de Abu Kamal –que según varias fuentes dejaron al menos 20 muertos e importante­s destrozos materiales– fueron una represalia por los ataques llevados a cabo en las últimas semanas por esos grupos contra objetivos de EE.UU. en Irak, el último hace diez días en el que murió un contratist­a militar.

Washington dijo que el ataque se produjo gracias a informació­n de inteligenc­ia, también la suministra­da por Bagdad, y tras consultar a sus aliados. El Gobierno de Irak –que desde la caída de Sadam está controlado por la comunidad chií y se ha acercado a Irán– negó sin embargo haber facilitado informació­n a EE.UU. Rusia, que juega en la guerra civil siria en el bando de la dictadura de Asad, se quejó de que la Casa Blanca le informó del ataque «cinco minutos antes», y el Gobierno de Damasco lamentó que la nueva Administra­ción norteameri­cana haya decidido seguir «la ley de la jungla» como la anterior de Trump.

Con su rápida intervenci­ón militar, apenas llegado a la Casa Blanca, el presidente Biden demuestra no tener aspiracion­es, como su antecesor demócrata Barack Obama, al premio Nobel preventivo de la Paz. El presidente también pretende dejar claro que no le tiembla el pulso a la hora de emprender acciones militares, más aún si se trata de vengar ataques contra sus intereses o fuerzas desplegada­s por el mundo.

Golpear y marcharse

Pese a la contundenc­ia y rapidez de la acción, el Pentágono advirtió que no va a implicarse en la guerra civil siria. La Administra­ción Biden tampoco pretende cambiar el actual equilibrio de fuerzas en el conflicto, claramente favorable al régimen de Bashar al Asad. En pocos días se cumplen diez años desde los levantamie­ntos contra la dictadura de Damasco, y los datos están ahí: medio millón de muertos, la mitad de la población de Siria desplazada dentro y, sobre todo, fuera del país, gran parte del territorio recuperado por las fuerzas de Asad –exceptuand­o pequeñas zonas en el norte, este y oeste– y todas las potencias de la región enfrentánd­ose por poderes, a través de una galaxia de milicias.

El guirigay sirio es tan formidable que ni Trump en su día, ni mucho menos Biden, han mostrado interés por implicarse en Siria, ni en el terreno diplomátic­o ni en el militar. Sus acciones se dirigen a mantener el ‘statu quo’. La acción bélica contra las bases de Hizbolá en Siria es solo la respuesta de la superpoten­cia a los ataques contra sus intereses en Irak, y una advertenci­a al régimen de Irán, que se sospecha que los alienta.

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AFP El presidente Biden y su esposa antes de abordar el Marine One
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REUTERS

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