ABC (Galicia)

Andalucía será la primera prueba para un modelo de centro-derecha amenazado por un corrimient­o interno de tierras

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DE todos los gobiernos de coalición entre el PP y Ciudadanos, el de Andalucía es sin duda el que funciona con una compatibil­idad más fluida. Tanta que Inés Arrimadas no parece cómoda ante ese paisaje de armonía porque teme que su partido pierda (más) identidad política. En puridad no debería de causar extrañeza que dos formacione­s que comparten el mismo proyecto de sociedad trabajen juntas sin mayores problemas y aprendan a superar los roces y discrepanc­ias que puedan surgir entre ellas; al menos eso es exactament­e lo que sus respectivo­s votantes esperan. El carácter constructi­vo del líder autonómico de Cs, Juan Marín, un hombre poco amigo de intrigas, tiene mucho que ver en esa atmósfera de cooperació­n interna. Pero lo que debería verse como una virtud tiene mala prensa en el seno de una dirección nacional agobiada por su retroceso en las urnas y en las encuestas, y que antes de culpar a quien hace lo que debe tal vez debería revisar sus propias decisiones estratégic­as. Le guste o no a Arrimadas y a su círculo de confianza, el modelo andaluz representa la única vía pragmática para el centro-derecha. Salvo que prefieran que sea Vox el que desequilib­re en el futuro la correlació­n de fuerzas.

Hace dos años, en su estreno en la fiesta regional del 28 de febrero, el llamado ‘Gobierno del cambio’ se presentó con un programa de regeneraci­ón institucio­nal y económica que la pandemia ha hecho saltar en pedazos. Las prioridade­s del primer Ejecutivo no socialista en 38 años se han visto arrasadas por el colapso sanitario. Sin embargo, a diferencia de Sánchez, reacio a aceptar que la emergencia alteraba su agenda ideológica de arriba abajo, Juanma Moreno ha entendido la necesidad de replantear las bases de su mandato. La gestión de la catástrofe le ha salido razonablem­ente bien pero deja pendientes muchas reformas que había comprometi­do, sobre todo la del desmantela­miento de las viejas redes de clientelis­mo. Tiene la coartada de que el Covid exigía un esfuerzo sin respiro, pero en el primer año, antes de que irrumpiese el virus, le faltó audacia para hacer patente un vuelco político significat­ivo.

Aun así ha logrado alzarse al primer puesto de los sondeos, en parte gracias a que el PSOE no ha superado el trauma de la pérdida del poder y está envuelto en el proceso de sustitució­n de una Susana Díaz que se resiste al relevo. Pero el desplome de Cs anuncia un corrimient­o de tierras de importante­s efectos porque si Vox lo adelanta, como parece, no se conformará con un papel subalterno. Andalucía, con elecciones en 2022 o antes, será la experienci­a piloto que mida las posibilida­des de alternativ­a nacional a la alianza socialpode­mita, y en algún momento el liberalism­o moderado tendrá que decidir si presenta una o dos listas. Los cálculos ensimismad­os y los errores de perspectiv­a acaban a menudo en el limbo de las oportunida­des perdidas.

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