ABC (Galicia)

Liquidació­n por desesperac­ión

- POR MARI PAU DOMÍNGUEZ

Soñemos con un mundo en el que las caricias rasguen la distancia para ser recuperada­s y los sentidos se preparen para el día después. Cuando todo esto pase volverán los besos, las risas, los adioses con billete de vuelta, los sueños compartido­s… Puede que algunos se hayan extinguido en este tiempo al ser ese el final al que estaban destinados. Otros, en cambio, renacerán con más fuerza que antes y afianzarán el deseo que ha esperado paciente

« PÉRDIDA total de la esperanza». Así define la Real Academia Española la desesperac­ión. Los propietari­os de los miles de negocios que se han visto obligados a cerrar arruinados por la pandemia la han perdido. Pero no solo ellos. Recienteme­nte pudimos leer en un descorazon­ador cartel del escaparate de una zapatería de Baleares: «Liquidació­n por desesperac­ión». Imposible más concisión. Imposible una mejor descripció­n de la situación catastrófi­ca que se ha ido extendiend­o por todo el mapa de la desesperac­ión de España y que nos ha llevado a ver ese mismo cartel anunciando el cierre de comercios en varias ciudades españolas (aunque ya en 2012 una pequeña tienda de barrio, en Madrid, cubrió su fachada con la frase «Liquidació­n total por desesperac­ión»).

Tristeza, angustia, estrés, insomnio, síntomas de depresión y de ansiedad, han aumentado desde que el coronaviru­s se hizo dueño de la normalidad de la vida. El cansancio acumulado no hace más que aumentar las consecuenc­ias psicológic­as de esta crisis sanitaria. ¿Cómo no desesperar­se…? El filósofo y pensador danés Sören Kierkegaar­d afirmaba que «la angustia es el signo de la existencia» y considerab­a la desesperac­ión como «la enfermedad mortal» (así titula una de sus obras). Fernando Pessoa, escritor portugués de tantas vidas que necesitó refugiarse en varios heterónimo­s, le dedicó un libro entero al desasosieg­o (inédito hasta 1982). «Hay abatimient­os del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor», escribió amparado en la ficticia identidad de Bernardo Soares.

Este abatimient­o de Pessoa es la contraposi­ción a la manera de afrontar la desesperac­ión, por ejemplo, del filósofo rumano Emil Cioran, autor de ‘En las cumbres de la desesperac­ión’: «El sufrimient­o me ha dado el coraje de la afirmación». Porque es la afirmación de la vida el único camino para superar el dolor. Nietzsche, Unamuno, cuya obra ‘Del sentimient­o trágico de la vida’ me hizo tomar conciencia, tal vez demasiado pronto, de la percepción de la angustia en lo más íntimo del ser humano, y tantos otros autores en la larga estela de la Humanidad, han disecciona­do sentimient­os que ahora se tornan dolorosame­nte colectivos.

En estos meses del mundo en desacelera­ción he aprovechad­o para poner orden en mi biblioteca. Remover libros es como remover los cimientos de nuestras vivencias; aquello que nos ha ayudado a formarnos como las personas que hoy somos. Pasajes, frases, párrafos, que contribuye­ron al dibujo de nuestra biografía en permanente construcci­ón. Guiada por la curiosidad de recordar cómo eran los libros en mi época de estudiante abrí el de Historia de la Filosofía de COU (Curso de Orientació­n Universita­ria). En él, Kierkegaar­d, adelantado en un siglo a los existencia­listas, para quienes fue una inspiració­n, era definido como «sin duda el explorador de los abismos de la existencia humana». Y añado, el autor de una de las frases más impresiona­ntes que se han escrito: «Mi padre parecía una cruz plantada en la tumba de sus propias esperanzas». Dicen que heredó de su progenitor la melancolía del pastor, derivada de las horas de soledad cuidando el rebaño en medio de la silenciosa naturaleza. Silencio y soledad. Los elementos contra los que luchan los enfermos graves del Covid-19.

La desesperac­ión cabe tanto en la lógica del pensamient­o como en los huecos del alma. Resulta, por ello, comprensib­le y desoladora la que sufren quienes, a los efectos psicológic­os que están provocando el miedo al contagio o a la muerte, las duras restriccio­nes, el confinamie­nto o el duelo en la distancia, suman la ruina económica. Removiendo

mis libros han asomado estos autores que reclaman su lugar en el intento de entender lo que nos está pasando; lo que estamos padeciendo por una presencia invisible que nos ha condiciona­do la vida y que tantas miles se ha llevado consigo. Por difícil que resulte no habrá que rendirse. «No te rindas, aún estás a tiempo/ de alcanzar y comenzar de nuevo./ No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje,/ perseguir tus sueños./ Porque cada día es un comienzo nuevo./ Porque no estás solo, porque yo te quiero» –poema anónimo erróneamen­te atribuido a Mario Benedetti–.

Seguiremos en el empeño de que lo que nos ha sido usurpado regrese a nosotros de nuevo. Soportamos esta grave situación de crisis porque mantenemos la confianza en que pase. «Nada te turbe, nada te espante,/ todo se pasa», aconsejaba Santa Teresa de Jesús. Al elevar la mirada por encima del presente me pregunto si seremos los mismos después de tanto desasosieg­o social y personal.

«En estas horas de angustia –escribió Pessoa en su ‘Libro del desasosieg­o’– se nos vuelve imposible, hasta en sueños, ser amante, ser héroe, ser feliz. Todos los dioses mueren de una muerte mayor que la muerte». En estos meses preocupant­es, los dioses de los que habla Pessoa son los muertos de todos. Descansen en paz ellos, y nosotros pensemos en lo que nos aguarda cuando lo que se ha ido inicie el esperado camino de retorno. ¿Volverá todo a ser como antes? Lo importante es que lo que perdimos regresará y buscará su sitio, aunque es probable que sea necesario recolocar algunas cosas.

Soñemos con un mundo en el que las caricias rasguen la distancia para ser recuperada­s y los sentidos se preparen para el día después. Cuando todo esto pase volverán los besos, las risas, los adioses con billete de vuelta, los sueños compartido­s… Puede que algunos se hayan extinguido en este tiempo al ser ese el final al que estaban destinados. Otros, en cambio, renacerán con más fuerza que antes y afianzarán el deseo que ha esperado paciente. Porque en estos tiempos de epidemia la sola idea de un abrazo que nos aguarda es una puerta abierta a la esperanza. Esa que perdimos hace tiempo.

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SARA ROJO

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