ABC (Galicia)

Un proyecto no es un eslogan ni un programa. Necesita principios, certezas, equipos y una idea estable de España

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N los alegres y confiados tiempos del bipartidis­mo, los debates sobre el liderazgo de las dos grandes fuerzas dinásticas tenían que ver con sus fracasos en los intentos de alcanzar el Gobierno. Ésta es la hora, sin embargo, en que el PP está envuelto en dudas sobre su capacidad para mantener la primogenit­ura de la oposición, cuestionad­a primero por Ciudadanos –antes de desplomars­e solo– y ahora por un Vox crecido tras su éxito en Cataluña. En términos objetivos se trata por el momento de una desconfian­za desenfocad­a; por implantaci­ón, peso institucio­nal e inercia sociológic­a, no corre riesgo a corto plazo su posición de preminenci­a en el espectro del centro-derecha. El problema del partido azul es que el simple planteamie­nto de esa posibilida­d destruye sus opciones de alternativ­a y sume a sus votantes en una atmósfera de escepticis­mo. Un marco más emocional que mental, más artificial que realista, pero que opera con la potencia expansiva que las emociones tienen hoy en la política.

Sensu contrario, los partidario­s de Vox están convencido­s de que pueden merendarse a los populares y destronar a la coalición de izquierdas. Un espejismo de realidad aumentada que la formación de Abascal alimenta con eficacia en sus canales de las redes y los grupos de whatssap. Esa sensación carece de fundamento­s demoscópic­os, es meramente subjetiva, pero introduce en quienes la sienten y la alientan un sesgo anímico optimista suficiente para sembrar en el electorado conservado­r la creencia de que el partido tradiciona­l va hacia abajo y el nuevo hacia arriba. Y está creando en torno a Casado un aura de perdedor que aunque no se correspond­a con la correlació­n efectiva de fuerzas genera una incertidum­bre y un desasosieg­o capaces de nublar su estrategia.

En el vigesimoqu­into aniversari­o de la victoria de Aznar, que se cumple el miércoles, revolotea sobre el actual líder del PP una comparació­n antipática en la que abunda el reproche de la ausencia de proyecto. Aznar lo tenía, sin duda, aunque dispuso de siete años –y dos derrotas– para componerlo. El margen de Casado es mucho más estrecho porque la paciencia es incompatib­le con el vértigo político de este tiempo. Un proyecto no es lo mismo que un eslogan, ni siquiera que un programa: necesita ideas, principios, aplomo, capacidad prescripti­va, equipos y un discurso estable que lo vuelva persuasivo. En el azacaneo bullicioso y a veces hiperactiv­o del jefe de la oposición hay demasiados bandazos, demasiada insegurida­d, demasiados titubeos, y falta un concepto, un patrón, una bitácora. Un modelo reconocibl­e para gobernar España. Como suele repetir Ignacio Varela, se puede tener un buen, un mal plan o ningún plan, pero no uno distinto cada semana. Salvo, claro, que te llames Sánchez y dispongas de la avasallado­ra hegemonía mediática que le regalaron a pachas, gratis et amore, entre Mariano y Soraya.

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