INEPTITUD
Cada día que pasa tenemos más y mejor información sobre la eficacia de las vacunas. El ritmo de vacunación ha cogido tracción y el número de personas que se han vacunado permite sacar algunas conclusiones. Las principales, sin duda, son la eficacia y ausencia de efectos secundarios de las vacunas ya aprobadas. Es un hito extraordinario que en tan corto periodo de tiempo se hayan desarrollado cinco –de momento– remedios que funcionen tan bien. La realidad de la vacunas supone el punto final a esta pesadilla. El cuello de botella ahora mismo está en la producción pero hay pocas dudas que es algo que está en vías de solucionarse.
Además de las prácticas de los países que van por delante en la campaña de vacunación se desprenden conclusiones valiosas. Por un lado, ya tenemos suficiente información sobre la eficacia relativa de la primera dosis. Con estos números, los países que vamos por detrás deberíamos al menos plantearnos la posibilidad de tratar de avanzar más rápido e inmunizar aunque sea parcialmente al mayor número de personas posible. Ese debate en Europa ni está ni se le espera. Todo lo contrario. Al ser este el camino que ha adoptado el Reino Unido todo son suspicacias no sé como de bien fundadas. Se trata de tener éxito, no razón.
Algo parecido sucede con al vacuna de AstraZeneca. La polémica sobre los retrasos en las entregas se ha traducido en dudas sobre su eficacia. En la mayor parte de los países europeos no la recomiendan para los mayores de 55 años. Y esas suspicacias de forma más o menos intencionada se están trasladando a al conjunto de la población sin causas justificadas más allá del exceso de celo con cierto tufillo revanchista de algunos países europeos. Hoy con las vacunas ya administradas hay suficiente información sobre la vacuna británica que disipa cualquier tipo de duda. Ahora, la por así llamarla cortedad de miras europea, se está traduciendo en un porcentaje mucho menor de personas de los grupos de riesgo vacunadas. Entiendo que todos somos conscientes de lo que está en juego. Está siendo más perjudicial la sombra que se ha proyectado sobre las vacuna británica que los retrasos en las entregas.
El retraso en la aprobación por parte de la agencia del medicamento europea de la vacuna de Johnson & Johnson es otro síntoma de la ineptitud que está demostrando Europa, la Comisión Europea y desde luego cada uno de los países miembros. Cómo puede ser que se vaya a probar casi un mes después que en otros países desarrollados. No somos conscientes de la situación de emergencia en la que nos encontramos. Y no solo eso. Una vez que se apruebe todavía tendrán que pasar varias semanas para que la compañía farmacéutica empiece a mandar vacunas. ¿No se ha podido trabajar en paralelo para que al día siguiente de la aprobación tuviéramos las vacunas? El garantismo mal entendido en el que se ampara la Comisión no está a la altura de las circunstancias.
Alguien debería hacérselo mirar. Los gobiernos –unos más que otros, sin duda– echan balones fuera. Y Bruselas se refugia en unos procedimientos que no están diseñados para gestionar una crisis. A más de cuatro meses de comenzar el verano y ya advierten de que puede que no estemos a tiempo para lanzar el pasaporte de vacunación. Vaya.