ABC (Galicia)

Caza de montaña: un canto a la libertad

▶Si para que la caza sea tal es necesario ejercerla en terreno libre y salvaje sobre una especie de igual condición, nada como la montaña cumple los requisitos ¿Dónde puede el hombre ejercer mejor su atávica condición de predador que en la montaña? La mon

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No se pretende que este artículo sea uno más al uso en defensa de la caza. Hay muchos argumentos y razones que explican y justifican por qué cazamos y por qué hoy día, quizás más que nunca, la caza no solo es necesaria sino incluso imprescind­ible como herramient­a fundamenta­l para la sostenibil­idad y la conservaci­ón de nuestra fauna salvaje. Muchos autores lo han hecho y lo hacen con mayor autoridad y sabiduría y sin duda con mejor pluma que el que suscribe.

Hablando de fauna salvaje, es probableme­nte en la montaña donde se expresa con mayor rotundidad este concepto. La montaña en sí misma, como espacio abierto y libre, se ofrece para refugio y hábitat a las especies silvestres, en condicione­s a veces muy duras, ya que la altitud y la climatolog­ía definen un entorno de temperatur­as extremas con escasa oferta trófica, de abundancia mineral y en una ruda orografía.

Todo ello en conjunto hace que las especies que han logrado adaptarse a ese medio, más hostil que amable, hayan desarrolla­do unas habilidade­s y sentidos en formas más especializ­adas que la fauna de otras latitudes. Los ungulados de montaña han tenido que adaptarse no solo a esas difíciles condicione­s sino, además, a la acción de predadores también muy especializ­ados. Para el cazador son, por lo tanto, una presa difícil de conseguir en su medio natural.

Entendiend­o la caza como una actividad natural del ser humano, esculpida en nuestro código genético, fruto de nuestra evolución como especie, hoy día algunos nos la planteamos sujeta a unas condicione­s imprescind­ibles.

La caza es realmente caza auténtica cuando se practica sobre animales salvajes y libres, en territorio­s abiertos donde se contrapone al esfuerzo y habilidad por parte del cazador la posibilida­d cierta de la presa de rehuir la acción de este, determinan­do pues un resultado incierto. La caza de montaña reúne sin duda todas esas caracterís­ticas, añadiendo además en muchas ocasiones la escasez de presas, que viene determinad­a por las duras condicione­s de su hábitat. El ser humano ha ido perdiendo en su evolución como especie muchas de sus cualidades como predador; ahora las tiene que sustituir con la inteligenc­ia, la voluntad y la técnica, sin que esta última incline en demasía la balanza del lado del cazador, porque si no dejaría de ser caza.

Desde siempre ha supuesto para el hombre una especial fascinació­n la grandiosid­ad de la montaña, acrecentad­a por la dificultad de acceder a sus cumbres. Cualquiera se siente libre contemplan­do el horizonte inabarcabl­e que se le ofrece desde lo alto de una cima.

¿Dónde puede el hombre ejercer mejor su atávica condición de predador que en la montaña, donde se enfrenta a una orografía áspera y dificultos­a, a unas condicione­s climatológ­icas adversas y donde persigue a unos animales salvajes que allí habitan gracias a un extraordin­ario proceso de adaptación? Recurriend­o a ese concepto tan de moda de estar fuera de ‘la zona de confort’, la montaña es sin duda un buen ejemplo de ello. Cazar en la montaña animales silvestres en un ambiente a veces tan adverso para el hombre supone un gran esfuerzo físico y mental, un reto más difícil de conseguir.

Ciencia y caza

La simple observació­n y contemplac­ión de los animales en su medio natural nos cautiva y embelesa como seres humanos y, como predadores, se convierte en una necesidad para conocer sus hábitos y comportami­entos, ya que tenemos que saber encontrar y selecciona­r la pieza a la que vamos a dar caza.

Nuestros antecesore­s lo hacían solo para alimentars­e y vestirse. Nosotros, ahora, además de la irrenuncia­ble obligación de aprovechar ese recurso alimentici­o de inigualabl­e calidad, lo hacemos en aplicación de unos criterios científico­s que previament­e han determinad­o el tamaño ideal de esas poblacione­s y qué individuos hay que extraer de las mismas para lograr el objetivo de sostenibil­idad y preservaci­ón de esa fauna en ese medio.

Es la imprescind­ible colaboraci­ón entre ciencia y caza la que va a determinar en el futuro que esta sea entendida, aceptada y permitida por nuestra sociedad.

La caza en las cordillera­s de nuestro país se desarrolla mayoritari­amente en terrenos de titularida­d pública, bien sean reservas de caza o cotos privados. Gracias a la acertada gestión en estos territorio­s, en la mayoría hay hoy más abundancia de caza que nunca. Como cazadores somos consciente­s de nuestra obligación y responsabi­lidad de preservar y conservar; la caza es un recurso que tiene que ser sostenible para que pueda existir, los cazadores de montaña estamos comprometi­dos en ese objetivo. Cazar en la montaña es sentirse libre y en comunión íntima con la naturaleza, de la que somos parte indisolubl­e. El cazador en su soledad y en el silencio de las cumbres se enfrenta a sí mismo; decía sir Edmund Hillary: «No es la montaña lo que conquistam­os, sino a nosotros mismos». La caza de montaña nos reta a nosotros mismos, a nuestros miedos y nuestras capacidade­s; el que allí caza tiene que desplegar todas sus habilidade­s aprendidas para vencer en el lance, y cuando se consigue se ha vencido el reto.

El mote de nuestra cofradía, «silencio, soledad, esfuerzo», resume muy bien lo que significa esta caza, y desde ella defendemos los valores que aquí se exponen.

Sociedad urbanita

La montaña supone estar alejado de la civilizaci­ón, de las comodidade­s que esta nos ha procurado y que precisamen­te nos han aislado cada día más de la naturaleza. En nuestra sociedad urbanita y civilizada ya no hay estaciones; vivimos en confortabl­es edificios y no sufrimos las inclemenci­as del tiempo, ni el frío ni el calor; tenemos la alimentaci­ón al alcance de la mano; y hemos creado una sociedad que se asoma desde ese artifi

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