MATRIMONIO A LA FUERZA
La protagonista de ‘Éxtasis’ se casó por presiones familiares con el magnate de la industria austriaca de armamento. Se fugó a EE.UU., donde triunfó como actriz
ue la primera mujer que apareció desnuda en una película de cine y la primera que fingió un orgasmo en la gran pantalla. Hedy Lamarr tenía solamente 20 años cuando rodó ‘Éxtasis’ a las órdenes del director checoslovaco Gustav Machaty. El filme se proyectó en la Mostra de Venecia en agosto de 1934, provocando un escándalo monumental. El Vaticano anatemizó la película y Mussolini pidió una copia para verla.
Antes de convertirse en la gran estrella de Hollywood en los años 40, Hedy Lamarr se llamaba Hedwig Kiesler. Había nacido en el seno de una familia de la alta burguesía de Viena de origen judío. Su padre era banquero y su madre, pianista. Había empezado a estudiar ingeniería a los 16 años tras demostrar cualidades de superdotada, especialmente para las matemáticas y la física.
Era muy aficionada al teatro y había aprendido interpretación con Max Reinhardt. Era una desconocida cuando la eligieron para protagonizar ‘Éxtasis’, que llenó las salas de cine de Viena. Uno de los espectadores se llamaba Friedrich Mandl. Era el principal accionista y presidente de Hirtenberger, el mayor fabricante austriaco de armas. Militaba en la Heimwehr, la milicia de ultraderecha, y admiraba a Hitler y Mussolini, al que suministraba material militar. Mandl quedó fascinado por Lamarr hasta el punto de que empezó a enviar flores y
Fregalos a su casa. Al cabo de unas semanas, comenzaron su relación y poco después se casaron. Hedy no estaba enamorada pero su familia la presionó para dar el paso. Mandl era rico, atractivo y poderoso y los padres de la actriz creyeron que les protegería en un clima de creciente hostilidad hacia los judíos. Tras la boda lo primero que hizo Mandl fue gastarse varios millones de dólares en comprar todas las copias de la película que circulaban por Europa. No era un problema porque disponía de una de las tres mayores fortunas de su país.
Hedy se arrepintió muy pronto de la boda porque su esposo era celoso, posesivo y autoritario. Prohibió a su mujer salir de su mansión si no iba acompañada de sus criados de confianza. Y estaba forzada a acudir a todos los actos sociales y reuniones de negocios de su esposo, muchas veces con los dirigentes del fascismo austriaco. Lamarr detestaba esa ideología y tenía claras simpatías hacia los regímenes democráticos.
Mandl convirtió a su esposa en una posesión que deslumbraba por su belleza y elegancia en las fiestas vienesas. Todos le envidiaban. Pero la vida comenzó a ser insoportable para Hedy, que se refugiaba en sus estudios, la única actividad que su marido toleraba.
El matrimonio duró cuatro años y acabó de forma abrupta. Hedy decidió abandonarle para huir a París y luego a Londres. Hay dos versiones de la fuga. La primera, que saltó por la ventana trasera de un restaurante para meterse en un coche que le llevó a la frontera. La segunda, que tomó las ropas de su asistenta y se marchó para no volver.
Tras conseguir el divorcio, Hedy tomó el transatlántico Normandie en Inglaterra para viajar a Nueva York en 1938. Durante la travesía, estrechó su relación con Louis B. Mayer, el propietario de la Metro. Nada más llegar, firmó un contrato con la productora de Hollywood y se cambió de nombre por exigencia de Mayer, que quería que nadie supiera que había protagonizado ‘Éxtasis’. A los pocos meses, fue la estrella de su primera película americana: ‘Argel’ y fue un éxito. Pronto la Metro dispuso que rodara con directores como King Vidor o Cecil B. DeMille. A mediados de los 40, era el gran mito erótico americano.
Tras la derrota de los nazis, Mandl se instaló en Argentina. Pasados unos años, volvió a Viena donde murió en 1977. Hedy prosiguió su carrera hasta 1958. Se retiró a los 44 años. Contrajo cinco nuevos matrimonios y se convirtió en adicta a las pastillas para superar sus crisis nerviosas. Falleció en Florida en 2000 y sus cenizas fueron esparcidas por los bosques de Viena, como ella quería.
Hoy se la recuerda no sólo por su carrera cinematográfica sino también por sus aportaciones a la ciencia. En 1940, desarrolló un sistema de codificación de las ondas radioeléctricas en banda ancha, lo que impedía a la Armada alemana distorsionar la señal de los torpedos aliados. Fue la pionera de la actual tecnología wifi desarrollada dos décadas después con fines militares. Pero entonces la innovación fue rechazada por el Ejército americano, cuyos responsables no se creyeron que una actriz pudiera revolucionar las comunicaciones. Lamarr ha logrado algo que siempre soñó: ser más reconocida por sus trabajos científicos que por su belleza y sus dotes en la gran pantalla. Demasiado tarde. bservábamos a los guiris torrefactarse bajo el sol, hasta adquirir ese color bermellón del crustáceo, con la superioridad del nativo que cree conocer los misterios del astro rey porque sus rayos forman parte de nuestro patrimonio, de nuestro paisaje, de nuestra vida. Les mirábamos después anestesiarse a base de sangría peleona en esa carrera que emprendían hacia la tajada feroz y, de nuevo, despuntaban nuestros bríos así como de gran señor porque nos fastidiaba esa manera algo chabacana de matar el ocio.
Ellos eran los Roper, pero sin gracia, y nosotros los chicos finos dispuestos a perdonarles sus arrebatos parapetados tras un mohín de asquito. Venían a emborracharse, a desparramar sus mollas. Sólo ahora se evapora aquella tirria que nos producían porque las ciudades playeras son un desierto y todos los que nutrían sus faltriqueras gracias a lo que derramaban vacacionando boquean como peces fuera del agua. Ha bastado la noticia acerca del incremento de reservas por parte de los británicos para que el fulgor de la esperanza vitamine las morales devastadas. Les necesitamos. Necesitamos su presencia de brazos tatuados, sus pretensiones de chupar priva y desayunar una especie de loca fabada en el bufé libre. Hasta que no inventemos otra cosa (tranquilos, Errejón está en ello) sólo el maná del turismo aliviará parte del desastre. A mí también me gustaría que los guiris desplegasen ademanes elegantes como los de Paul Morand, o sabiduría como la de Robert Graves, o talento como el de Orson Welles, o bravuconería gallarda como la de Hemingway, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Los bolsillos de las hordas de forasteros barrigones y damas de cabellera como de maizal pocho irrigan los patios de muchos hogares. Que regresen pronto para danzar gozosos en los salones del hotel la melodía de aquellos pajaritos de María Jesús y su acordeón. Nunca más les contemplaremos con la displicencia del hidalgo arruinado.
OLamarr fue también científica y pionera de la actual tecnología wifi