Excusatio
El análisis de Pablo Casado, señalando las diferencias entre el escenario de 1996 y el de ahora, era objetivamente correcto pero sonó a descargo, a solicitud de prórroga
Detrás de Pablo Casado hay estos días mucho ruido. Se puede oír, o sentir más bien, si uno presta atención más allá de su cortés sonrisa, de su impecable educación o de su discurso de apariencia serena. Hay ruido y hay nervios, y como dos años en su puesto equivalen a un master en intrigas, es indudable que detecta a su alrededor, y sobre todo a su espalda, un bisbiseo de acechanzas y un silbido de dagas. Está como a examen, lo sabe, y saberlo le acaba pesando en una estrategia defensiva que apenas disimula bajo una expresión aplomada.
Había expectación en la Universidad Francisco de Vitoria, con Aznar de anfitrión en un aula de liderazgo donde no se sabía muy bien si el líder del PP iba a enseñar o a aprender, o a las dos cosas. El expresidente, que ya está de vuelta, hablaba entre líneas de proyecto y de ideas con el aniversario de su victoria como referente. Se le notaba como queriendo impulsar algo sin parecer entrometido ni pecar demasiado –difícil, en su caso– de autosuficiencia o de paternalismo. «Hay que marcar el camino, definir la estrategia y tomar las decisiones», dijo a modo de consejo. Y entonces Casado, tras declararse orgulloso del legado del partido para compensar las reticencias de los últimos días, prorrumpió en justificaciones, una
excusatio que no le había sido pedida, allí al menos. Hizo un discurso exculpatorio señalando las diferencias entre las circunstancias de 1996 y las de ahora, que ciertamente son bastantes y operan en su contra, y pareció pedir la paciencia de que disfrutaron sus antecesores, también Rajoy: siete años y dos derrotas. Sugirió que ambos los tenían más fácil porque González y Zapatero se habían desgastado mientras Sánchez acaba de llegar, y se quejó de la polarización y de la vacuidad de la política posmoderna, que desdeña los debates de fondo para centrarse en anécdotas, escándalos superficiales y globos sonda. El análisis era objetivamente correcto, pero sonó a descargo, a coartada, a solicitud de prórroga.
Isabel Estapé y Manuel Pizarro, pesos pesados de la economía ejecutiva, instaron al jefe de la oposición a asumir responsabilidades con determinación. «Que mande», pidió la primera, que también reprochó a Aznar el pacto con Pujol, excitando el amor propio del antiguo mandatario. «Para presumir hay que sufrir», advirtió el segundo. El historiador Álvarez Tardío destacó la capacidad emprendedora y resolutiva del aznarismo, su rebeldía ante el mito hegemónico de la izquierda. Fueron como exhortaciones, llamadas oblicuas o indirectas. Al salir, la gente del entorno de Aznar meneaba la cabeza con sensación patente de duda insatisfecha; como si le hubieran dejado tirar un penalti al aspirante, jugando en casa, y lo hubiese echado fuera.