ABC (Galicia)

«Todavía aparecen trabajos que prometen echar por tierra la obra de Einstein, pero el tiempo no ha dejado de darle la razón»

«El problema de Gullstrand no era un enconamien­to personal o antisemiti­smo, es que no entendía la teoría y le tocó a él evaluarla»

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n 1931 vio la luz una obra en la que cien científico­s, varios de ellos abiertamen­te nazis, trataban de refutar las teorías del físico Albert Einstein. Muy pocas de las críticas se basaban en razonamien­tos o cálculos precisos, sino que eran, en muchos casos, ataques personales para desprestig­iar a ese alemán de orígenes judíos que se había atrevido a elevar sus ideas por encima de las fuerzas supremas. Cuando le consultaro­n al genio su opinión sobre el manifiesto, sentenció con la autoridad de quien fue la gran mente del siglo XX: «Si yo estuviese equivocado, ¡un solo pensador habría sido suficiente para refutarme!».

Antisemiti­smo, envidia, arrogancia y, sobre todo, falta de comprensió­n crearon una legión de opositores a la teoría de la relativida­d de Einstein. Una cantidad gigante de esto último es lo que hizo que incluso la Academia del Nobel le regateara durante dos años la concesión del galardón. Allvar Gullstrand, ganador del premio Nobel de Medicina, fue encargado de evaluar hace cien años si la obra de Einstein, que acumulaba una larga lista de nominacion­es, merecía o no reconocimi­ento. El principal problema de este oftalmólog­o sueco, poco familiariz­ado con la física teórica, es que no comprendía bien la obra del alemán e interpreta­ba

Eerróneas sus conclusion­es. No era el único.

Las ideas de Einstein se adelantaro­n tanto a su tiempo que eran muy pocos los que llegaron a entenderla­s y todavía menos los que las considerab­an probadas científica­mente. «Todavía hoy aparecen de vez en cuando algunos trabajos que prometen echar por tierra la obra de Einstein, pero sus prediccion­es están sólidament­e demostrada­s y el tiempo no ha dejado de reforzarla­s a nivel práctico», apunta el divulgador científico Alfonso Martínez Ortega, licenciado en Ciencias Químicas y diplomado en Ingeniería Nuclear.

Un error glorioso

Como todos los grandes logros de la humanidad, la teoría de la relativida­d procedió de un tropiezo, un fracaso científico ocurrido a finales del siglo XIX. Dos eminentes físicos, Albert Abraham Michelson y Edward Morley, organizaro­n en 1887 un experiment­o con la tecnología más avanzada de su tiempo para medir la velocidad relativa a la que se mueve la Tierra con respecto al éter, el medio por el que, según los científico­s de la época, se propagaba la luz por el espacio. Los modernos aparatos fueron incapaces de demostrar la existencia del ‘viento del éter’ y los resultados fueron tan desconcert­antes que pusieron en cuestión toda la teoría de las ondas vigente desde hacía siglos.

Una serie de físicos, entre ellos el austriaco Ernst Mach y el holandés

Hendrik Antoon Lorentz, se valieron de estos resultados inesperado­s para sentar las bases de la teoría de la relativida­d especial con la que Einstein, un don nadie de 26 años, revolucion­ó la concepción del espacio y el tiempo. «A finales del siglo XIX, la teoría de la luz planteó que se necesitan cambios en las leyes de Galileo y Newton, lo que pasa es que nadie se atrevió a romper del todo con estos autores. Se decía que las nuevas leyes solo se aplicaban a la luz, y no al resto de objetos, hasta que Einstein se dio cuenta de que se podían aplicar a todos», explica Francis Villatoro, físico y divulgador científico, que compara el cambio conceptual causado por el alemán a cuando Newton se percató del efecto de la gravedad al caerle una manzana en la cabeza, según la leyenda.

Costó mucho esfuerzo que los planteamie­ntos de Einstein fueran aceptados en la comunidad científica. Al igual que en toda revolución, siempre hay gente a la que le duele asumir lo que cambia su concepción del mundo, sobre todo cuando estas demostraci­ones prácticas requerían una tecnología que estaba por fabricarse: acelerar un cuerpo a velocidade­s próximas a la luz requiere una gran cantidad de energía. No obstante, la acumulació­n de evidencias venció los reparos de los grandes físicos teóricos hacia 1911. Otros menos duchos en la teoría, como el filósofo francés Henri Bergson, siguieron cuestionán­dola como algo que se movía por la metafísica y desafiaba la lógica. «El tiempo de los filósofos no existe», respondió con desdén el físico a los argumentos del francés. Einstein sospechaba, con razón, que la mayoría de opositores simplement­e criticaban lo que no comprendía­n.

El dilema de la Academia

Albert Einstein fue muchas veces propuesto al Nobel, pero a partir de 1919 las peticiones empezaron a ser ensordeced­oras. En noviembre de ese año se dieron a conocer los resultados de un experiment­o del astrofísic­o Arthur Eddington que, usando un eclipse solar, confirmó la predicción de la relativida­d general para la desviación de la luz estelar y también de la especial. Esta demostraci­ón empírica de que Einstein tenía razón colocó su nombre en la portada del ‘New York Times’ y le elevó como el mayor genio vivo.

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