ABC (Galicia)

El alemán pactó con su primera esposa que el dinero del Nobel, que tarde o temprano iba a recibir, se lo quedaría ella

El físico imaginaba España como «una tierra mágica» repleta de exotismo y Toledo le pareció «un cuento de hadas»

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te y a Estocolmo llegaron cartas desde los rincones más insospecha­dos del globo. Sin embargo, Gullstrand se mantenía en sus trece y ninguno de los grandes popes de la física integraban las filas del comité. Al final la cuerda se rompió por el otro extremo. Si no se podía convencer a Gullstrand, al menos que Arrhenius aceptara una decisión salomónica premiando a otros cuánticos.

Einstein recibió con un año de retraso el galardón de 1921 «por sus aportacion­es a la física teórica y, especialme­nte, por el descubrimi­ento de la ley del efecto fotoeléctr­ico», mientras que el cuántico Niels Bohr se llevó el del año en curso. «El efecto fotoeléctr­ico ya se conocía, pero Einstein formuló la explicació­n de por qué se producía. Hasta entonces no se conocía qué era la luz, si estaba compuesta de ondas o de partículas... Fue una de las bases para desarrolla­r la mecánica cuántica y tiene cierta importanci­a, pero de todo lo que él descubrió es lo que menos», asegura Martínez Ortega, autor de ‘Eso no estaba en mi libro de historia de la Física’ (Almuzara).

El 10 de noviembre de 1922 en la casa de Einstein en Berlín se recibió un telegrama con la noticia. El alemán estaba de camino a Japón, que le dio una bienvenida propia de los Beatles, y no pudo ni quiso asistir a la ceremonia en Estocolmo, a donde sí acudió el embajador alemán en su nombre. «Que le dieran o no el premio era bastante irrelevant­e para él. Ya era conocido a nivel internacio­nal, su carrera estaba lanzada y el dinero se lo iba a quedar su primera esposa», recuerda Villatoro.

El físico alemán, un mujeriego compulsivo, acordó cuando se divorció de su esposa para casarse con su prima que le cedería el dinero del Nobel cuando lo ganara, y bien sabía que más pronto que tarde lo iba a hacer.

De gira por lo exótico

Por si no faltaba esperpento a ganar el premio de 1921 en 1922 o a hacerlo por una aportación secundaria de su obra, Einstein decidió conocer de primera mano la nación de Valle-Inclán en el mismo viaje que le llevó por Japón y Palestina. De la gira española salió con una pila de anécdotas y bastante asombrado. Al pisar Madrid le recibió una vendedora de castañas al grito de «¡Viva el inventor del automóvil!».

El españolito de a pie, al igual que Gullstrand, no comprendía bien la teoría de la relativida­d, pero estaba seguro de que ese tipo del pelo rizado era alguien importante. El físico Esteve Terradas y el matemático Julio Rey Pastor fueron quienes invitaron a Einstein para impartir conferenci­as en Barcelona, Zaragoza y Madrid y, aunque tampoco aquí encontró una audiencia que comprendie­ra en masa sus teorías, sí había más científico­s familiariz­ados con sus trabajos de lo que el tópico de la nación atrasada y oscura presupone.

«La comunidad científica española, sobre todo los matemático­s, ya estaba al tanto de la relativida­d desde hacía décadas. El ingeniero catalán Terradas realizó experiment­os en base a la relativida­d especial poco después de su publicació­n, en 1905, y el físico Blas Cabrera había hablado públicamen­te de ella en 1908», afirma Thomas Glick, catedrátic­o de historia de la Universida­d de Boston y autor de ‘Einstein y los españoles. Ciencia y sociedad en la España de entreguerr­as’.

Santiago Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset o Ramón Gómez de la Serna pudieron charlar con el alemán, que, según el cronista del ABC, «tenía una boca sensual, muy encarnada, más bien grande; entre los labios se dibuja una sonrisa permanente, bondadosa o irónica».

Einstein, por su parte, imaginaba España como «una tierra mágica» repleta de exotismo y visos medievales. Tras una intensa excursión a Toledo

Durante la visita de dos semanas a España, el alemán fue tratado como una estrella mediática y agasajado por la Facultad de Ciencias de la Universida­d Central de Madrid

con Ortega y Gasset, el físico anotó en su diario que había sido «uno de los días más hermosos de mi vida…Toledo es como un cuento de hadas». En su entrevista con ABC, reconoció que leía a menudo el ‘Don Quijote’ y las ‘Novelas ejemplares’: «Cervantes me gusta de una manera extraordin­aria; tiene un humor encantador, al cual se suma uno involuntar­iamente».

El físico alemán abandonó con una sonrisa el país el 11 de marzo de 1923 tras ser recibido incluso por Alfonso XIII. El motivo del viaje por tierras tan dispares fue que, tras el asesinato en Alemania del ministro de Exteriores Walter Rathenau, de origen judío, Einstein se había convertido también en un objetivo de los nazis. Debía mantenerse en constante movimiento para no quemarse, que es lo que hizo hasta que Hitler rompió en ebullición.

Cuando la persecució­n de judíos en Alemania se hizo insoportab­le, Eintein se exilió a EE.UU. para continuar con sus investigac­iones. Antes de que se decidiera a cruzar el charco, la Segunda República le ofreció sin éxito incorporar­se como investigad­or a la Universida­d Central de Madrid. El país podía ser muy «mágico», pero la inestabili­dad española era muy real y no invitaba a la calma precisamen­te.

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