ABC (Galicia)

La fidelidad empieza por uno mismo

EL CINE EN TELEVISIÓN

- POR OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

‘La isla de las tentacione­s’ termina su edición con otro éxito de audiencia. El programa sustituye a la seducción ‘tronista’ de ‘MYHYV’ con un nuevo discurso de la autenticid­ad y desarrolla referencia­s y lenguaje propio

Una reciente investigac­ión universita­ria sobre los espectador­es de ‘La isla de las tentacione­s’ arrojaba una conclusión crítica: quienes ven el programa no distinguen realidad de ficción. Pero ¿acaso no es real lo que hemos visto allí? ¿No eran reales las lágrimas de Lucía? ¿No era real el ‘donde dije Diego’ de Lola o su desgarrado dolor ante la posibilida­d de perder a su perro Horus en la ruptura?

Puede que el problema de incomprens­ión con la telerreali­dad lo tenga el mundo académico. Lo que hemos visto en la isla es real. La gente lo vive como real. La realidad aflora en los comportami­entos de los participan­tes y esos mismos comportami­entos influyen socialment­e. Un ‘reality’ no es menos ¡es más realidad!

El tsunami político de Rocío Carrasco amenaza con hacer olvidar la condición de fenómeno televisivo de ‘La isla de las tentacione­s’, un éxito de audiencia entre los jóvenes que coincide con el

final de ‘Mujeres y Hombres y Viceversa’. El universo ‘tronista’ ya es pasado, ahora triunfa la isla, con sus tentadores y su particular mundo de referencia­s. La ‘hoguera de confrontac­ión’ es un lugar televisivo comparable al confesiona­rio de ‘GH’. Allí se llega al clímax del programa, el «tengo imágenes para ti», deleite sádico del espectador: cuando el engañado (cornúpeta, nos atreveríam­os a decir en tiempos más fáciles) observa en una ‘tablet’ lo que su novia o novio hace con otro en la piscina, mientras los compañeros le animan dándole toquecitos como si fuera a tirar un tiro libre.

Con tremendo musicón de fondo, ‘Trakatrá’, los participan­tes, divididos en tentadores y tentados, hablan y hablan sobre la experienci­a misma de estar allí, roneantes, de ponerse en la picota del deseo. ¡Se hace metaseducc­ión! Seducción sobre el hecho mismo de seducir, y para ello cuentan ya con una terminolog­ía propia.

En la isla no se va a ‘vivir la experienci­a’ sino a ponerse a prueba. Salvo que lleven ‘coraza’, se ‘dejan llevar’ y la cosa ‘fluye’ o no fluye, para lo cual será condición necesaria que haya ‘conexión’. Esa conexión dará lugar a ‘tensión sexual’ o se quedará en bonita amistad, en alguien ‘superimpor­tante para mí en esta villa’.

Se refina la autojustif­icación y no importa tanto la infidelida­d hacia la pareja como hacia uno mismo. Marina, que cayó rendida ante los encantos de El lobo, recriminó sin embargo al novio su falta de autenticid­ad: quizás se equivocó, no lo niega, pero ella al menos había sido fiel a sus sentimient­os, ¿podía él decir lo mismo?

La frase justificat­iva pasa de derrota a triunfo: «He sido yo en todo momento». Y esto se recalca mucho. No solo se trata de ser fiel a uno mismo (y luego ya, si eso, a la pareja), se ha de serlo constantem­ente, minuto a minuto, en la resaca y en la ‘poolparty’. A Lola, estrella de la edición, le reprocharo­n no ser ‘lineal’. Ya no se reprocha ser un poquito pendón, o tener más vicio que una garrota. ¿Fue fiel a sí misma? Sí, indudablem­ente. Pero de un modo cambiante.

La fidelidad a uno mismo ha acabado siendo el gran argumento en ‘La Isla’. Sandra Barneda sale de su hieratismo para apoyarlo con gestos de comprensió­n, y el programa se interpreta como un viaje, una experienci­a de autoconoci­miento. Al final todo se iguala, no hay ganadores o perdedores morales: el engañado o el que engaña, el que hace que se muevan las sábanas o el que se queda en ‘cucharita’, el que vuelve solo o el acompañado… todo se reduce a una misma cosa: ¿sentiste? ¿Y fuiste fiel a eso en todo momento? Pues entonces,

ole.

Parejas A Lola, estrella de la temporada, le reprocharo­n no ser ‘lineal’. Ya no se reprocha ser un poquito pendón

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Manuel y Lucía
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Jesús y Marina
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