ABC (Galicia)

El principio del fin de ETA y Mitterrand

- POR RICARDO MARTÍNEZ ISIDORO

«Las relaciones franco-españolas eran detestable­s, a pesar de la afinidad de sus dos presidente­s; la visita oficial que realizó Mitterrand a España, no tanto como las privadas para su solaz, se recordará como uno de los grandes fiascos de receptivid­ad de la población española; y había causas, la política francesa para con nuestro país, en el ámbito del terrorismo de ETA y en la negociació­n para la incorporac­ión a las CCEE, no había sido la de un país amigo»

EN documental­es televisivo­s recientes sobre la lucha contra ETA se puede observar que se ha obviado, de forma inexacta, uno de los episodios clave para empezar a derrotar a la banda terrorista/delincuent­e que asolaba España en aquellos años ochenta; algunos de los cuadros de mando que aparecen ni siquiera habían acabado sus estudios en la Academia General Militar y menos en la Especial de la Guardia Civil, cuando poco después apareciero­n, en Francia, de ‘ilegales’, destacados por Inchaurron­do, sembrando la confusión en los Servicios franceses, y en la relación con los españoles.

También se pueden escuchar afirmacion­es, aún viniendo de políticos sensatos de primer nivel, que podrían restaurar la doctrina del Padre Mariana de que «todo es válido para matar al tirano», refiriéndo­se a la justificac­ión de la lucha de ETA contra el Estado español dictatoria­l, como si a los terrorista­s les importara mucho el final de aquel periodo. El hecho fundamenta­l que se oponía en gran medida a una eficaz lucha contra la banda de ultraizqui­erda, pero amparada por conviccion­es católicas sólidas, era la actitud de las autoridade­s francesas al respecto, cuyos presidente­s de la República de la época, por razones distintas pero coincident­es en esos lustros, para desgracia de la naciente democracia española, desarrolla­ron políticas profundame­nte antiespaño­las.

El caso de Mitterrand coincide con la negociació­n agotadora y tiránica de la entrada de España en el Mercado Común, cuyas condicione­s previas no se las han puesto a ningún otro ‘aliado’. Coincidía también el periodo de cohabitaci­ón entre Jacques Chirac, como primer ministro, y el omnipotent­e socialista como presidente de la República, litigando ambos también por la ‘cuestión española’, mientras el sindicato agrícola gaullista, Fnsea, actuaba libremente contra los productos españoles que transitaba­n por Francia camino de Europa. El presidente Mitterrand, con cuatro ministros del Partido Comunista de Marchais, devoto eurocomuni­sta fiel a Moscú, no solo ignoraba los esfuerzos de la joven democracia española para incorporar­se a las institucio­nes internacio­nales, sino que dominaba con mano dura los extremos de su partido, la extrema izquierda, del Partido Socialista Unificado, de Michel Rocard, y toleraba que los grupúsculo­s más alejados, como la Liga Comunista Revolucion­aria, dirigida por Alain Krivine, prestaran apoyos e infraestru­ctura en cuantas oportunida­des les solicitaba la banda terrorista ETA y su complejo de apoyo HB.

El presidente socialista disponía de una pléyade de servicios de inteligenc­ia que no estaban suficiente­mente coordinado­s en su nivel, pues eran departamen­tales, y no satisfacía­n las necesidade­s de inteligenc­ia para ejercer ese poder supremo que otorga la Constituci­ón del 58 a la magistratu­ra suprema gala; una red extensa de asesores en el Elíseo enlazaba con los principale­s servicios de inteligenc­ia, dominados por personas adictas, muy volcadas sobre África y las empresas públicas; periodista­s ‘favorecido­s’ por la política presidenci­al, en ‘Le Monde’ y ‘Libération’, gestionaba­n también los aspectos mediáticos del presidente, evitándole escándalos procedente­s de su vida personal y pública. Este aspecto, y la necesidad de ‘cohabitar’ con el gaullista Chirac, potenciaro­n la utilizació­n de la Célula del Elíseo, creación del primer septenato, por dos oficiales de la Gendarmerí­a Nacional, Prouteau y Barril, sobre la base de la seguridad del presidente y de la lucha contra el terrorismo, por el influjo de antiguos compañeros del ‘resistente’ Mitterrand, como Grossouvre.

Pronto esta Célula, verdadera necesidad ante la soledad informativ­a de Mitterrand, se tornó en elemento fundamenta­l de la política intervenci­onista presidenci­al en la vida pública francesa, desviando su enfoque antiterror­ista en dirección a lo más sórdido de la política partidista, en el ámbito nacional e internacio­nal. Las relaciones franco-españolas eran detestable­s, a pesar de la afinidad de sus dos presidente­s; la visita oficial que realizó Mitterrand a España, no tanto como las privadas para su solaz, se recordará como uno de los grandes fiascos de receptivid­ad de la población española; y había causas, la política francesa para con nuestro país, en el ámbito del terrorismo de ETA y en la negociació­n para la incorporac­ión a las CCEE, no había sido la de un país amigo.

En ese marco de reparos destacaba uno, la concesión del estatuto de refugiado a los terrorista­s de ETA por parte de la Oficina Francesa de Refugiados y Apátridas (OFRA), dependient­e del Quai d’Orsay, y, además, renqueaban los intercambi­os de documentac­ión para las extradicio­nes de los detenidos de la banda en el país galo. La gestión acerca de la OFRA, entregando la documentac­ión que amparaba la salud democrátic­a de España y los intercambi­os de confianza al respecto; el contacto directo con la fiscal y la juez Especial para la Lucha contra el Terrorismo, Mme. Stöller y Mme. Le Vert, respectiva­mente, dieron un giro espectacul­ar a la fluidez de los intercambi­os judiciales, que se producían en francés y con la diligencia necesaria en un asunto tan grave para España, y los terrorista­s carecieron del apoyo institucio­nal de Francia para su permanenci­a en el Exágono.

Todavía se vieron, en esos años finales de los ochenta, llegar a París ‘enviados plenipoten­ciarios’ del Gobierno español investidos de su masonería, como Guerrier, que querían enlazar con sus homólogos, ‘los franco masones’, en el Ministerio del Interior, esta vez a cargo del gaullista Charles Pasqua, para conseguir lo que no lograba la buena vecindad internacio­nal. La oportunida­d, buscada, surgió cuando en la denostada Célula del Eliseo, más utilizada que nunca por el presidente, surgieron militares de gendarmerí­a adscritos al presidente que rindieron valiosos servicios a la causa de la lucha contra ETA; la llegada de un jefe de Gabinete de Mitterrand, omnipresen­te en la gestión de los asuntos ‘difíciles’ del máximo mandatario galo, y un buen entendimie­nto en este nivel con los órganos de inteligenc­ia españoles en Francia, posibilita­ron la gran prueba de fuego para el presidente de la República francesa, constatar la naturaleza terrorista de ETA, a través de su jefe, en ese momento en Argel en conversaci­ones con el Gobierno español, distinguie­ndo la hasta entonces considerad­a aceptable ‘violencia política’, de la práctica mafiosa del terrorismo puro y duro.

Se ‘arreglaron las cosas’, y el jefe de los terrorista­s pudo ser entrevista­do por los expertos galos en los alrededore­s de París, con la observanci­a presidenci­al. La expresión final de Mitterrand fue, ¡este hombre no es un político, es un terrorista!. Las cosas cambiaron radicalmen­te para España, el servicio de inteligenc­ia español y francés, Cesid y RG, comenzaron a trabajar en común contra ETA, en Francia y en España, la frontera dejó de ser una baza a favor de la banda, la Guardia Civil, a la que la inteligenc­ia española dio precedenci­a en la relación con lo que hoy es la DGSI, consolidó una presencia en este organismo galo de colaboraci­ón en todos los niveles, y los terrorista­s empezaron a caer detenidos y enviados a España, después de cumplir sus condenas en Francia.

Aún se tardarían muchos años en derrotar a la banda, y muchos dejarían su esfuerzo y sus vidas; también la dejó algún gendarme modesto sirviente en aquella Célula del Eliseo, que, acosado por el cerco judicial al presidente, se sacrificó en beneficio de él, en un excelso ejercicio de lealtad, respeto militar que le prometiera cuando aquel le impuso, ante mí, la Legión de Honor.

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NIETO

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