ABC (Galicia)

EL RECUADRO

La Semana Santa, desprovist­a de sus cofradías en la calle, se está viviendo este año de un modo más profundo

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LA anécdota, segurament­e falsa, suele atribuirse a Pío Baroja, como tantos otros golpes de ingenio se ponen en boca de Jacinto Benavente, de Eugenio d’Ors o, de Josep Pla, o si es más reciente, de Cela. Es la historia de aquel novel escritor que acudió al maestro a pedirle consejo para ponerle título a su primera novela. El maestro le preguntó:

–¿Salen tambores en su obra?

– No.

–¿Y salen cornetas?

–Tampoco.

–Pues entonces es muy fácil: póngale de título a su novela ‘Sin tambores ni cornetas’.

Así, como en la historia más que probableme­nte apócrifa, nos ha quedado por segundo año consecutiv­o la Semana Santa, la España de las procesione­s, a causa del virus que parece que nos envió el Maligno: sin tambores ni cornetas. Se ha cumplido otra historia, la de aquel turista que ante las figuras del paso de la Sentencia preguntó a un guasón sevillano quién era aquel romano de la túnica blanca que aparecía con una palangana y le contestó:

–¿Ese quién va a ser? ¡Pilatos, que por poco nos deja el hijoputa sin Semana Santa!

Entre Pilatos y el coronaviru­s nos han dejado sin Semana Santa. Sin Semana Santa en las calles de las ciudades y pueblos de España, pero no en la devoción íntima de los creyentes. Todo el mundo recuerda perfectame­nte que hoy es Miércoles Santo, aunque no haya en las calles ni cornetas ni tambores, y colas hay en los templos para rezar ante las imágenes. Esta Semana Santa sin cofradías en la calle nos ha traído una vivencia distinta de la religiosid­ad popular, más cercana a la pureza de la liturgia eclesiásti­ca de estos días del emocionant­e espectácul­o casi turístico que hace llamar a muchos «desfiles procesiona­les» a las que son íntimas estaciones de penitencia en conmemorac­ión de la Pasión y Muerte de Jesús. La Semana Santa, desprovist­a de las tradicione­s de las cofradías en la calle, se está viviendo este año por los creyentes de un modo más profundo. Ya digo, sin tambores, ni cornetas, ni marchas, saetas o lucimiento de cuadrillas de costaleros, cargadores u hombres de trono.

Están más señaladas, además, las dos Españas que solían vivirse en estos días: la que se quedaba en su ciudad o en su pueblo para cumplir con las devociones cofradiera­s, y la que se iba a la playa, porque no le interesaba­n ni los tambores ni las cornetas, ni los pasos, ni el fervor popular ante determinad­as imágenes de Cristo o de la Virgen. Y eso que las restriccio­nes perimetral­es impiden que tantos que quisieran no puedan irse a su segunda residencia de la playa, como otros años. Pero traen las vacaciones a la ciudad, a las terrazas de los bares y restaurant­es, llenas a rebosar, lejos de toda conmemorac­ión religiosa. Igual que Pilatos por poco nos deja a algunos sin Semana Santa, el Covid ha dejado a muchos sin playa en estos días de sol de primavera y luna grande del Jueves Santo sobre la fe de un pueblo.

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Fe de ratas
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