ABC (Galicia)

El Rey del Siglo de Oro

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a los quince años no sabía manejar las armas», recuerda Enrique Martínez Ruiz, catedrátic­o de Historia de la Universida­d Complutens­e y autor de una reciente biografía sobre Felipe II.

El Rey Prudente incorporó a su hijo a las reuniones del consejo a finales de junio de 1595: asistía, daba audiencias y participab­a en actos públicos. Su comportami­ento, sin embargo, no despejó la inquietud paterna, hasta el punto de que el Rey confesó a su secretario Cristóbal de Moura que temía que se «lo iban a gobernar» cuando él faltara. El médico psiquiatra Francisco Alonso-Fernández, recienteme­nte fallecido, describió al heredero en su libro ‘Historia personal de los Austrias españoles’ como una persona «de dotación ‘Felipe III, a caballo’, obra de Diego Velázquez, pintor que nació y empezó su carrera profesiona­l en este reinado tan fértil para la cultura. intelectua­l escasa o mediocre, casi en el umbral de la deficienci­a. Si no fuera por su fervorosa entrega al divertimen­to, la imagen de Felipe III podría ser equiparada a la de los monjes medievales atacados por una especie de pereza melancólic­a». Frente a un padre muy exigente, la indolencia del Rey se tradujo en un joven perezoso sin interés por los asuntos de Estado y, no menos importante, con un profundo resentimie­nto hacia su padre.

«Fue un hombre con una obsesión monumental con su padre. Aunque esta no se manifestar­a de forma visceral, tomó muchas decisiones contra el criterio de lo que habría hecho él solo para demostrar que era quien mandaba. Era algún tipo de mecanismo de defensa», interpreta el historiado­r Alfredo Alvar Ezquerra, que en el año 2010 publicó la biografía ‘El Duque de Lerma. Corrupción y desmoraliz­ación en la España del siglo XVII’ (La Esfera de los Libros, Madrid) sobre el verdadero hombre fuerte de este periodo.

Los veintitrés años del reinado de Felipe III estuvieron marcados por la todopodero­sa sombra del duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas,

un noble con más deudas que rentas antes de comenzar su ascenso a la corte. A pesar de todas las prevencion­es del Rey Prudente para evitar que alguien así sacara provecho de la indolencia de su hijo, Lerma hizo saltar los planes de sucesión. Habían mandado a Lerma a Valencia de virrey, pero volvió a la corte justo a tiempo de lograr, con el cadáver aún caliente del anterior Rey, hacerse con las riendas y los papeles de las secretaría­s. «Lerma conocía a Felipe III desde joven y entendía bien cómo había que llevarlo. Era uno de esos genios que comprenden perfectame­nte la personalid­ad de los otros y los seducen como encantador­es de serpientes», defiende Alvar Ezquerra.

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