ABC (Galicia)

Un reinado marcado por la sombra del Duque de Lerma

-

Bajo la orquesta de Lerma, se expandió por el país una red de clientelis­mo y corrupción económica que tuvo en el traslado de la corte de Madrid a Valladolid y luego, de nuevo, de Valladolid a Madrid, su punto culminante. En una demostraci­ón de su capacidad para convertir «el trigo en oro», el Duque de Lerma se enriqueció con estas idas y venidas comprando terrenos en el centro de Madrid. Todo un pelotazo inmobiliar­io en pleno Siglo de Oro. Ni la Reina Margarita, ni los familiares de Viena, ni nadie fue capaz de romper el estrecho vínculo entre el Rey y su valido. En el año 1618, sitiado por los escándalos y las conjuras, fue el propio noble quien, con permiso de Felipe III, solicitó a Roma el capelo cardenalic­io y se retiró a sus propiedade­s de la ciudad de Lerma. Se fue de rositas...

Envenenada Pax Hispánica

Si Lerma pudo hacer y deshacer a gusto en España fue gracias a que de cara al exterior el reino se vio libre de guerras. La llamada Pax Hispánica, que ya inició Felipe II a finales de su vida, se cimentó en la paz con Francia, un tratado para concluir la guerra angloespañ­ola de 1585-1604 y la Tregua de los Doce años, que supuso un paréntesis en la Guerra de los Ochenta Años iniciada en la revuelta de Flandes. «La política exterior de Lerma me parece magnífica: paz con todos para recuperars­e económicam­ente, pero continuand­o la guerra fría y secreta a través del espionaje y de un cuerpo diplomátic­o donde destacaba el mejor embajador de todos los tiempos: el conde de Gondomar en Inglaterra. Durante el reinado de Felipe III, aún España mantuvo su reputación en Europa. Lo peor vino más tarde», opina José Miguel Cabañas Agrela, historiado­r especializ­ado en las relaciones internacio­nales entre la Inglaterra isabelina y la España de los Austrias.

Alvar Ezquerra considera una cuestión de interpreta­ción si aquello fue una retirada ordenada de la Monarquía católica o, más bien, una huida nociva para el futuro de la dinastía, pero tiene claro que la estrategia de Lerma de aliarse con Francia, dando la espalda a sus familiares Habsburgo, no sirvió para nada: «El valido apostó por un doble matrimonio, entre los príncipes españoles y los franceses, en una jugada que resultó magistral, y lo digo con ironía, pues se casaron en 1615 y en 1635 ya estaban en guerra ambas naciones. Siempre es un error pactar con los enemigos en vez de con los amigos», afirma.

En la misma semana que Lerma firmó la tregua con los ‘herejes holandeses’ en Amberes, se tomó una resolución en Madrid que atravesó el reinado de Felipe III y ha perdurado hasta hoy como su peor error económico: la expulsión de los moriscos en 1609. «La medida provocó la despoblaci­ón de zonas que tardaron décadas en recuperars­e. España se calcula que perdió el 4 por ciento de su población; pero Valencia perdió un tercio y Aragón una sexta parte. Aldeas moriscas desapa

Arriba, cuadro de Pantoja de la Cruz sobre las conversaci­ones de paz entre España e Inglaterra. Abajo, escena histórica de la expulsión de los moriscos de 1609. Y, a su derecha, un retrato por Rubens del Duque de Lerma.

Felipe III

recieron e incluso lugares cristianos también se vieron al borde de la desaparici­ón», argumenta Martínez Ruiz sobre una expulsión que afectó de forma desigual al país y estuvo entre las causas de la crisis agraria del siglo XVII.

Moriscos era el nombre que recibían aquellos musulmanes que tras la Reconquist­a habían decidido bautizarse, aunque seguían profesando la religión islámica en secreto. Con los otomanos y los piratas berberisco­s haciendo de las suyas en el Mediterrán­eo, tener una minoría musulmana en la península suponía una amenaza de invasión muy real, pero no fue esta la causa última de su expulsión. Lejos de la idea de que Felipe III los deportó por motivos fanáticos, un análisis en frío permite vislumbrar razones propagandí­sticas más que religiosas: «Fue un lavado de imagen pensando en el exterior. Una forma de compensar la tregua con los herejes recordando que los españoles eran todavía los campeones de la causa católica», comenta Alvar Ezquerra.

Una explosión cultural

A favor de Felipe III y de Lerma hay que recordar que, a diferencia de los que vendrían después, ellos devolviero­n el imperio incólume, tal y como lo habían recibido, sin pérdidas territoria­les. «Tenía una personalid­ad débil, pero su reinado tuvo algunos aspectos positivos. Sin embargo, no se aprovechar­on los periodos de relativa paz para reducir la corrupción, reformar el mecanismo de gobierno o rescatar la economía y las finanzas. En el fondo fue un reinado de oportunida­des perdidas», sentencia Elliott. Pasarse la vida cazando y disfrutand­o del ocio palaciego favoreció, al menos, a que el Rey asegurara una descendenc­ia robusta, con tres varones que llegaron sanos a la edad adulta. En eso Felipe III logró cumplir y mejorar lo hecho por el resto de miembros de la Casa de Austria, siempre enredada en problemas sucesorios.

Tampoco se puede olvidar la explosión cultural que vivió el país durante el reinado. «Son los mejores años del Siglo de Oro en la cultura, las letras y las artes de nuestra historia: Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega, el conde de Villamedia­na, la plaza mayor de Madrid, el convento de las Descalzas, las primeras obras de Velázquez…», enumera Cabañas Agrela. Felipe III no estuvo tan interesado en la cultura como su padre o su hijo y, en gran parte, estas corrientes fueron consecuenc­ia de lo sembrado antes, pero no se puede ignorar que era Felipe ‘El Bueno’ quien sostenía el cetro mientras Miguel de Cervantes publicaba la primera y la segunda parte de Don Quijote de la Mancha o cuando Velázquez daba sus primeras pinceladas. No se trata de poca cosa.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain