ABC (Galicia)

La odisea para escapar de la adicción a las pantallas

▶La pandemia ha disparado el número de horas que los adolescent­es pasan en internet. El 27,8% de los menores presentan un uso compulsivo

- HELENA CORTÉS MADRID

on 12 o 13 años, Raúl ya tenía un interés exagerado por los videojuego­s. A los 14 o 15, según cuenta su madre, Mónica, empezó a ser un problema más serio, ya que incluso faltaba a clase para poder quedarse en el ordenador. «Tenía picos de humor, cambió de comportami­ento, estaba más violento, convencía a sus hermanos para no ir a clase... Él es el mayor de mis tres hijos, y yo salgo muy temprano de casa para ir a trabajar. Para mí fue clave cuando, hace unos dos años, su hermano mediano vino corriendo al trabajo para contarme que se había tenido que escapar de casa para poder ir a clase», lamenta esta madre. «Había momentos en los que rompía y tiraba cosas, se ponía agresivo, incluso amenazaba con suicidarse. Un día dijo que iba a beber lejía y tuve que llamar a la Policía. Sus hermanos le tenían miedo, al final es un comportami­ento que afecta a toda la familia».

Y el caso de Raúl no es ni mucho menos aislado. El último estudio realizado por el Observator­io Español de las Drogas y las Adicciones ‘OEDA-COVID 2020’, publicado el pasado viernes, reconoce que la pandemia ha provocado una reducción en el consumo de alcohol (del 59,9% al 45,1% entre 15 y 19 años), tabaco (del 35,5 al 32,2%), cannabis (del 20,5 al 16,4%) y juego presencial (del 14,8% al 5,6% entre los 15 y los 24 años), pero ha aumentado el consumo de hipnosedan­tes sin receta (del 2 al 3%) y, sobre todo, del uso de internet. Casi el 100% de los jóvenes hasta 24 años se conectan a internet por diversión, y hay un aumento significat­ivo del número de horas dedicado a esta actividad: 2,5 horas antes de la pandemia y 3,5 horas actualment­e. Más de la mitad de los estudiante­s (62,7%) reconocen haber aumentado su tiempo frente a la pantalla en esta crisis. También el juego online ha ganado adeptos en esta crisis. Si antes había un 7,4% de jóvenes hasta 24 años que los probaba, ese porcentaje ha crecido ahora hasta el 7,9%. Este verano, el Observator­io Español de las Drogas y las Adicciones ya advertía en un estudio preliminar realizado durante el confinamie­nto

Csobre los peligros del mal uso de estas pantallas: el 27,8% de los menores de edad mostraban un patrón compulsivo frente al 9,6% de los mayores. Y es una tendencia al alza.

«En estos últimos meses se han cruzado dos variables importante­s: una generación muy tecnólógic­a y un confinamie­nto en el que internet era necesario para mantener el contacto con sus iguales y entretener­se. Muchas familias acuden a la consulta con cierta urgencia porque creen que este uso se ha agravado y se ha convertido en un abuso», explica Devi Uranga, coordinado­ra del servicio de atención a adicciones tecnológic­as de la Comunidad de Madrid. «Cuando las horas que pasan frente al ordendor paralizan su vida, es necesario que estos jóvenes reciban tratamient­o», añade.

Recurrir a expertos

Desde la Fundación ANAR, que atiende a través de su línea de asistencia a miles de preocupaci­ones de adolescent­es a diario, destacan algunas señales de alarma que pueden ayudar a los padres a detectar comportami­entos adictivos: «Agresivida­d, aislamient­o social, pequeños hurtos de la tarjeta de crédito de los padres y mentiras sobre el destino de ese dinero, dejar de dormir o pasar un tiempo desproporc­ionado frente a la pantalla». Además de orientar a los menores a nivel psicológic­o, esta organizaci­ón puede derivarles también a otros centros de ayuda. Si bien en el caso de otras adicciones recomienda­n esperar para ver si el consumo se convierte en algo patológico, en el caso de las nuevas tecnología­s piden intervenir cuando antes.

Cualquier tipo de familia, puntualiza Uranga, puede estar expuesta a esta adicción tecnológic­a. «Y como es una práctica muy social es muy fácil abusar sin darnos cuenta. Normalment­e las chicas se enganchan más a las redes sociales y los chicos a los videojuego­s, pero todos tienen un alto grado de vulnerabil­idad hasta que acaba su desarrollo», detalla esta psicóloga, que señala que este tipo de comportami­entos tiene cierta correlació­n con perfiles de chavales con rasgos depresivos, bajas habilidade­s sociales, baja autoestima, trastorno de déficit de atención e hiperactiv­idad...

En este centro público madrileño, donde también hacen labores de formación a profesiona­les y talleres de prevención, trabajan en terapias flexibles con jóvenes y sus familias de tres meses. «Muchos se creen que vienen a un centro de desintoxic­ación y enseguida ven adictos en sus hijos. Pero no hay adolescent­es enfermos, sino jóvenes que están lidiando con una realidad complicada y están haciendo un uso irresponsa­ble por algún motivo. El enfoque del trabajo es tratar de sanar ese estilo de vida que está paralizand­o su día a día. Por su parte, los adolescent­es deben ser consciente­s de su realidad y aprender a tomar decisiones más responsabl­es», plantea Uranga.

Mónica y Raúl, en un primer momento, buscaron ayuda en la sanidad pública, pero no acaban de encontrar el remedio adecuado. «Hablaban de un tras

«A mi hijo Raúl siempre le gustaron los videojuego­s, pero con 15 años le cambió el humor, se volvió más violento, no iba a clase...»

«No encontraba terapia hasta que llegó a Proyecto Joven. Fue muy duro para todos, porque el usuario dedica tantas horas como su familia»

«Los padres no vemos que podemos perder a nuestros hijos en nuestra propia casa detrás de una pantalla»

«Hay muchos prejuicios con estas adicciones, pero también existen recursos de ayuda real»

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TVE Mónica y su hijo Raúl contaron su experienci­a en ‘Informe semanal’
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