Pablo López presenta su gira Mayday&Stay en un hangar del aeropuerto de Palma
«El cante de nuestros políticos es una rapsodia desafinada» ▶
de rayas’, de John Boyne, considera que «el debate que se ha formado es por la necesidad de cumplir con la corrección política. Es evidente que yo aspiro a identificarme al máximo con el autor o la obra, pero no necesito compartir ni sexo, ni raza, ni orientación sexual, ni estatura ni color de ojos». Para Rovira Ortega, lo que ha sucedido con Gorman «ha sido una polémica paralela al hecho de la traducción. El problema era encontrar un producto que encajara con lo que ellos manejaban. No se buscaba a un traductor, se buscaba un producto».
La calidad del trabajo
Por su parte, la traductora María Luisa Rodríguez Tapia, en cuyo currículum figuran obras de Joseph Stiglitz, Andrea Wulf o Timothy Snyder, sostiene que «para traducir hay que tener la capacidad de colocarte mentalmente en las circunstancias y la cabeza de la persona que ha escrito el texto y la capacidad de trasladarlo a las circunstancias y la cabeza de los futuros lectores. Pongamos que para traducir a James Baldwin haya que ser negro y homosexual. ¿Y los lectores? ¿También van a tener que serlo? Es el argumento llevado al ridículo, lo sé, pero ese es el problema. La solución es que todos tengamos las mismas oportunidades basadas en la calidad de nuestro trabajo, no como cuota».
Así las cosas, en Alemania han optado por un grupo de tres mujeres para la traducción del poema: Kubra Gumusay, escritora germana de ascendencia turca; la periodista de color Hadija Haruna-Oelker, y la traductora blanca Uda Strätling. Eso sí, Aylin LaMorey-Salzmann, de la editorial alemana, confesaba hace unos días al ‘New York Times’ que el traductor elegido «tenía que ser alguien de perfil similar al de Gorman». En Grecia, la editorial Psichogios está a la espera del visto bueno a su traductora, una ‘poeta emergente’ blanca, mientras que en Finlandia aún están negociando con Gorman y sus agentes. El rapero Timbuktu ha traducido los versos en Suecia y en Francia ha hecho lo propio la intérprete Marie-Pierra Kakoma, conocida como Lous and the Yakuza.
Y todo esto sin saber, al menos de primera mano, la postura de la protagonista, pues Amanda Gorman no ha abierto la boca al respecto hasta ahora públicamente.
Pablo López es un apasionado de los aviones que tenía miedo a volar. Cuenta que, cuando empezó a triunfar en la música, decidió perder su fobia con un viaje a Mallorca. Y ahora, ocho años después, ha escogido un hangar del aeropuerto de Palma para presentar su nueva ruta de conciertos. ¿Qué mejor lugar para gritar Mayday&Stay?
El cantautor malagueño arranca su gira este fin de semana en el Trui Teatre de la capital balear en un formato especial, de residencia, que le llevará tres días por Palma. Después continuará por Valencia, Barcelona, Murcia o Madrid, entre otras localidades en esta gira especial donde echará a volar su ‘unikornio’.
Hacía mucho tiempo que no preparaba ‘algo’. La pandemia lo frenó todo, aunque fue de los pocos artistas que retomó los conciertos en el verano de 2020. Pero esta gira es otra cosa: «No hemos dejado ni un detalle fuera, está mimada hasta el milímetro y hemos trabajado con una sensación de primerizos, que es hermosa», reconoce el artista.
López y su piano se funden en una silueta al fondo, en el hangar de Air Europa de Son Sant Joan. Están subidos a un escenario enmarcado en paredes de luces de neón. A pocos metros, hay tres operarios poniendo a punto un avión. No son dos escenarios tan diferentes. «A veces uno tiene que pararse, cambiar las piezas y volver a empezar», sostiene el artista.
Mayday&Stay podría ser un título incierto para una gira de conciertos. Pero no para Pablo López. Mayday es una llamada de auto auxilio, «de aprender a quererse para querer, de perdonarse para perdonar». Stay, la reafirmación de que aquí está él con más fuerza, pese a ese síndrome de Stendhal que le tiene ‘amargaíto’. A veces se dice: «¡Pablo, chiquillo, disfruta!». Es difícil explicar que llenaba pabellones y se iba llorando a casa. «Por eso tuve que meterle fuego al piano», bromea sobre la foto de su gira, donde aparece tocando su instrumento predilecto en llamas.
¿Para quién escribe Pablo López? «¿Para quién escriben las tripas de Pablo López?», responde él con otra pregunta. No escribe desde otra parte. «Eso provoca un efecto inmediato en la gente que lo escucha, que no está pensando en mí sino que está cantándola directamente», sostiene.
El cantante es sensible y catártico. Su lenguaje corporal, también. Toca unas notas de su piano impulsivamente y no para de mover la pierna, inquieto como si en cualquier momento le fuera a venir la inspiración. Cuenta que el confinamiento lo dejó seco. «De repente me encogí y me sentí un niño rodeado de libros, con un piano, un jardín y un gato en casa», recuerda. Él necesita «estar en el meollo, pisar el bar» para escribir las letras de sus canciones.
Hablando de canciones, ¿cuál es la más especial de este último álbum? Regatea pero acepta finalmente y dice: ‘Klpso’ (pronúnciese colapso). «Porque soy muy de golpetazos y estaba en casa de mi mánager y lo estaba escribiendo en un papel así –levanta y gira el brazo en horizontal– y, como me dan permiso para todo, y están locos, pues se quedó así. Luego la gente se queda loca para buscarle en sentido».
Once millones
Su álbum ‘Unikornio, once millones de versos después de ti’ es parte de esa introspección constante y una forma de distinguirse de los once millones de canciones de la SGAE y de «esos once millones de pararse a mirarse y cambiar las piezas y a volar otra vez», explica mirando el infinito.
¿Y cómo está el patio de la industria musical? Tuerce el gesto, pese a la mascarilla. «Siempre ha estado zafándose del cuchillo y la pandemia es uno más. La música es un funambulista», argumenta con toda la confianza puesta en ella. Saldrá, claro que saldrá.
Lo que no soporta es el cante de los políticos. No les reconoce ni estilo ni gracia. La única melodía que representan es una ópera o una rapsodia. «O más bien la parte de en medio de ‘Bohemian Rhapsody’ desafinada», sostiene entre carcajadas antes de volver a acariciar las teclas de su piano.