Toque de difuntos en el PSdeG
E Npolítica, casi nada sucede de manera casual. Todo tiene un porqué, una razón, una intencionalidad. No crean en las decisiones espontáneas e inesperadas. Las más de las veces están, simplemente, ejecutando un guion previamente establecido. Algo así está pasando en las últimas semanas en el PSdeG. No es casual el ascenso —orgánico e institucional— de José Miñones. No es repentino que pase a ser un elegido por Ferraz para tener voz en el congreso federal del PSOE en otoño y que el Gobierno (o sea, Pedro Sánchez) lo unja como delegado en la Comunidad Autónoma. El trasfondo es sonoro: el PSOE ya toca a difuntos por Gonzalo Caballero, líder amortizado tras el fiasco de las pasadas autonómicas.
El repique fúnebre empezó de manera sorda, casi imperceptible para los instalados fuera de la parroquia (laica) socialista. Apenas trascendían voces críticas que se conjuraban para repetir el mantra de la «reflexión profunda» sobre el rumbo a adoptar en el partido tras ser zarandeado por el BNG en las urnas. El desnorte socialista en la campaña fue de órdago, principalmente por abrazarse a la gestión de un Gobierno muy cuestionado en los primeros meses de pandemia. Era la estrategia de Caballero: ser el primer sanchista para garantizarse la continuidad en caso de derrota. Pero ni siquiera Sánchez tolera a leales con tamaño nivel de fracaso.
El segundo error del sobrinísimo fue enemistarse con el partido adoptando decisiones orgánicas que molestaron enormemente, como los retoques en las listas electorales de las municipales o las autonómicas contra el criterio de las estructuras provinciales. El líder hizo uso de sus plenos poderes para situar a sus afines en puestos de salida, una injerencia que siempre se perdona en caso de victoria, pero que se pasa al cobro cuando toca derrota. Caballero pensó que bastaba una tregua con su tío Abel —y el entorno vigués que no lo soporta— para garantizarse la paz interna. Craso error.
El sainete de la dirección gallega del PSOE en el caso de Eva Martínez Acón, la secretaria local cesada como concejala en La Coruña por la alcaldesa Inés Rey, encendió las luces rojas. La beligerancia se hacía pública: acusaciones de impago de cuotas, filtraciones de sueldos de dirigentes, reproches en las redes sociales... Y el PSOE coruñés dijo basta. No entraría en batalla abierta, pero empezaría a cavar la trinchera desde la que ganar la guerra.
Ferraz no ha tenido solo interlocución con el socialismo coruñés. Abel Caballero, en su condición de presidente de la FEMP y peso pesado del partido, también se ha dejado oír. El alcalde de Vigo cree que el tiempo de su sobrino ha pasado. Él lo apoyó sin fisuras, así como todo su entorno, y le brindó en su ciudad el mejor resultado urbano del PSOE. Pero el crédito se terminó. No tiene tampoco excesivos amigos Gonzalo Caballero entre los restos del besteirismo de la provincia de Lugo. Su nómina de apoyos entre los cuadros dirigentes es débil.
Quizás por petición de Abel Caballero, puede que a modo de enseñanzas aprendidas de las peleas del pasado, Ferraz no quiere que la salida del actual secretario general del PSdeG se produzca de manera desordenada o con cajas destempladas. Prefiere que no haya un enfrentamiento, que entienda que su tiempo ha pasado y que debe ceder el testigo a otra persona, que todavía está por determinar. Primero hizo saber que la dirección gallega podría renovarse —o lo que es lo mismo, que Sánchez no está satisfecho con el actual líder—, luego señaló como ponente a Miñones y ayer lo nombró delegado del Gobierno, en una operación en la que Caballero estuvo a oscuras hasta el último minuto.
El toque de difuntos por Gonzalo Caballero ya sí se percibe claramente desde el exterior de la sede de O Pino. Es lento, acompasado, aunque por el momento no resulta ensordecedor. Caballero, públicamente, mantiene la ficción de que cuenta con el respaldo de Pedro Sánchez. No ha desvelado su intención respecto del congreso gallego, pero amaga con resistir, confiado en que las bases que lo eligieron vuelvan a plantar cara al aparato y le concedan una segunda oportunidad.
No parece que la dirección federal del PSOE vaya a interrumpir el son de sus campanas fúnebres. Incluso cabría pensar que quedan nuevas lecturas de este funeral político. Pero al final será el militante con su voto el que, en efecto, decida si Gonzalo Caballero está políticamente muerto o, por el contrario, mal enterrado por Ferraz.
Nuevo delegado del Gobierno
Apoyo Caballero, públicamente, mantiene la ficción de que Sánchez sigue apoyándole