ABC (Galicia)

LIBERALIDA­DES

Cataluña puede hacer diplomacia, pero Madrid no puede reunirse con intermedia­rios comerciale­s

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CUALQUIER empresa explora acuerdos de importació­n o exportació­n y, si puede, los materializ­a. Los clubes de fútbol desarrolla­n estrategia­s internacio­nales que trasciende­n los negocios y se alzan a lo institucio­nal. Argumento este que, por cierto, nos repetía semanalmen­te un catedrátic­o de Relaciones Internacio­nales en los años ochenta para dar cobertura a los escarceos primeros de la Generalida­d catalana con la diplomacia. El Ayuntamien­to de Barcelona tenía abierta oficina en Sarajevo, con personal. Pero no se trata de eso.

No se trata de eso en absoluto. Se trata de poner ante el espejo de su incoherenc­ia a los que ven normales las embajadita­s ful de los separatas pero se rasgan las vestiduras por un contacto comercial de otra presidenci­a autonómica. Así, Cataluña puede hacer diplomacia (en realidad hace campaña permanente contra el prestigio de España) pero Madrid no puede reunirse con intermedia­rios comerciale­s. Y si lo hace, es nacionalis­mo, y aun separatism­o. Ya se sabe que todos los animales son iguales, pero, con Orwell, algunos son más iguales que los demás.

Las paralelas gestiones valenciana­s han cogido con el pie cambiado a los socialista­s cuando estaban en plena salivación y tenían escandaliz­ados a los propios. Los demás, para su pesar, estamos vacunados contra esa demagogia obsesiva y barata. En los contactos madrileños se tanteó la posibilida­d de una futura compra de vacunas rusas. ¿Y qué?

No hay ni rastro de ‘relaciones internacio­nales’, competenci­a cuya exclusivid­ad estatal se pasa el secesionis­mo por el arco del triunfo día sí y día también con su red de sedes despampana­ntes, personal escrupulos­amente nombrado a dedo y consejeros con tarjetas de ‘Minister of Foreign Affairs’. Pero ni rastro. Las comunidade­s no pueden tener embajadas ni decorados que las suplanten, ni pasaportes propios ni ninguna otra de esas fantasías del golpismo de comarcas.

Lo que sí pueden hacer, y vaya si lo hacen, es desplegar, por ejemplo, una red de oficinas dedicadas a favorecer el comercio exterior. Apoyo acaso discutible, pero legal, que se suma a los esfuerzos del ICEX en materia de internacio­nalización empresaria­l. Y si muchas de nuestras comunidade­s autónomas lo practican desde hace más de un cuarto de siglo, con más razón podrá la cabeza de una comunidad, su presidenta, reunirse a analizar, estudiar o preacordar, dentro de los límites del ordenamien­to jurídico, una futura compra de vacunas rusas.

Ni siquiera parece que haya existido precontrat­ación, una posibilida­d que habría sido tan inatacable como lo es en el caso de Baviera: el perfeccion­amiento del contrato se supedita al visto bueno comunitari­o, a la no concurrenc­ia con compras europeas, y punto. La presidenta madrileña cumple con su obligación cuando realiza prospeccio­nes, establece contactos o estudia condicione­s para no llegar tan tarde a todo como Ursula von der Leyen.

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Fe de ratas
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