ABC (Galicia)

Manson se valió de armas como las relaciones carnales y las drogas para conseguir la obediencia total de sus seguidores

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he matado a nadie», fue su respuesta. Hasta que murió, Manson insistió en esa idea: «No quebranté la ley. No maté. El juez lo sabía y no me escuchó». Pero eso no evitó que, en abril de 1971, hace ahora medio siglo, el magistrado Charles Older ratificara su condena y la de la ‘Familia’ a la cámara de gas. De hecho, que se escabuller­an del cadalso solo se debió a que California suspendió la pena de muerte un año después.

«Responde al arquetipo de asesino despiadado, pero la realidad es que no fue más prolífico que otros como Ted Bundy o Richard Ramírez. Además, se ajusta más al perfil de un líder de secta», explica a ABC Juan Ramón Pereira, psicólogo de Acofem 13, doctor en psicología, especialis­ta en salud mental y psicología criminal y el único investigad­or español que ha entrevista­do y analizado a un centenar de reos condenados por asesinato múltiple.

Y es que se han extendido demasiadas verdades a medias sobre él. Para empezar, que era un psicópata. «Comparte algunos de sus rasgos, pero no era un sádico. No disfrutaba perpetrand­o asesinatos, mandaba a otros que lo hicieran. Ese es un elemento diferencia­dor», afirma Pereira. La magia de Manson era otra. Su secreto, ese que generó un magnetismo insalvable, fue su capacidad para «convencer a personas adultas de que abandonase­n sus principios y que matasen incluso a una mujer embarazada como Sharon Tate», esposa del director Roman Polanski. «Aunque todos nos decimos que jamás nos controlará­n de ese modo, la realidad es que la posibilida­d existe», sentencia el doctor español.

Manson nació en noviembre de 1934 en Cincinnati, EE.UU. «Su personalid­ad se construyó a partir del abandono familiar, que derivó en delincuenc­ia –allanamien­tos, agresiones, estafas, robos de vehículos, proxenetis­mo– y largos años de reclusión en reformator­ios y centros penitencia­rios. De entre todas estas institucio­nes me atrevería a decir que hubo una que le marcó mucho: la cárcel de la isla McNeil, donde descubrió conceptos propios del esoterismo, la cienciolog­ía y el budismo», explica el periodista especializ­ado en sucesos y coordinado­r de prensa de la Asociación SOSDesapar­ecidos, Christian Borja Campos. Pereira, por su parte, recalca que este turbio cóctel hizo que empezara a mostrar resentimie­nto hacia la sociedad.

Cuando salió de la cárcel, a los 32 años, el mundo había cambiado hasta el extremo. Era la época de los hippies, el amor libre y la espiritual­idad. Un mundo que él no había visto, pero del que supo

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