«Tenía unas ganas locas de ir de marcha. No podía más», reconoció uno de los detenidos en Marsella
«Asistimos a una forma de rebelión de los jóvenes», asegura la antropóloga Emmanuelle Lallement
Las fiestas clandestinas, salvajes, las cenas ilegales, la producción de acontecimientos festivos fuera de la ley, durante el confinamiento, total o parcial, y el toque de queda de once o doce horas diarias, se han convertido en un problema de inmenso calado para la seguridad nacional en Francia. Durante una visita oficial a un barrio con muchos problemas multiculturales, Aubiers, en la periferia de Burdeos, novena ciudad del país, Gérald Darmanin, ministro del Interior, describió el panorama: «Esas fiestas y eventos se han convertido en el primero y gran problema de la lucha contra el no respeto del toque de queda y el incumplimiento de las más elementales normas de seguridad. Son una amenaza para la seguridad y la sanidad públicas, comenzando por la seguridad de los 100.000 gendarmes, policías y soldados que están movilizados para intentar que se cumpla el respeto a la ley».
Según las cifras oficiales, entre el 15 de enero y el 30 de marzo pasados, las fuerzas de seguridad del Estado han intervenido en más de 300 fiestas clandestinas, salvajes, imponiendo multas de 500 euros a varias decenas de millares de euros. Se trata de cifras políticamente interesadas. Un portavoz de Alliance Police Nationale (APN, sindicato policial mayoritario), que prefiere guardar el anonimato, comenta a ABC: «Darmanin quiere advertir pero no pretende alarmar. Las cifras reales son mucho más graves. En París, gendarmes y policías intervienen muchas veces, cada noche, durante un toque de queda que es violado de muchas formas, saltándose la legalidad, de manera descarada o de forma más discreta».
París apenas es una parte de un problema que se ha extendido por toda Francia. En Marsella, segunda ciudad del país, la celebración del carnaval local, el pasado 21 de marzo, se transformó en una fiesta salvaje, ilegal, no autorizada, con profusión de bailes, pasacalles, máscaras, jolgorio, sin otra mascarilla ni medida de protección sanitaria que los disfraces festivos.
El carnaval local de Marsella es una fiesta canónica del calendario festivo primaveral, celebrado en fechas aleatorias. Temiéndose lo peor, la Prefectura pública se apresuró a dar mucha publicidad a la prohibición oficial, insistiendo en que participar en la fiesta carnavalesca, en el corazón histórico de la ciudad, era una «peligrosa irresponsabilidad completa».
En vano. Más de 6.500 personas, esencialmente jóvenes, participaron en una gigantesca fiesta callejera, para admiración y consternación de la opinión pública. Ante la retransmisión en directo del jolgorio de la población en la más grande y popular de las avenidas de Marsella, la Canebière, el Ministerio del Interior dio la orden de intervenir y disolver la fiesta. Siguió una batalla menos festiva, con intercambio de proyectiles (piedras, maderas de bancos públicos) e incendio de contenedores de basura.
Intentando evitar el agravamiento del conflicto, las fuerzas del orden solo consumaron una docena de detenciones. Policía y justicia intervinieron expeditivamente. Varios acusados han sido condenados a penas de cárcel con remisión de pena. Laure (25 años), hizo el viaje de Niza a Marsella, para participar en la marcha carnavalesca, y comentó el acontecimiento de este modo: «Era estúpido e irresponsable por mi parte, pero bueno, qué quiere, me dejé llevar por la excitación». Victor (22 años), fue detenido por la Policía cuando pegaba fuego a contenedores de basura de un inmueble y respondió de este modo al fiscal Gaëlle Ortiz, que pidió y consiguió con extrema urgencia una pena de cárcel de tres meses, con remisión de pena: «Tenía unas ganas locas de ir de marcha. Ya no podía mas».