La ‘vakuna’ de AstraVallekas
LOS enfrentamientos de radicales de la izquierda con la Policía para impedir el mitin de Vox en el barrio madrileño de Vallecas demuestran que en la evolución de la precampaña electoral se ha producido un súbito cambio de eje. Una variación repentina en las estrategias. Lo que se había planteado como un pulso particular entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias ha virado ante la inconsistencia del ‘efecto sorpresa’ que pretendía rentabilizar el líder de Podemos. Ayuso ha ignorado el anzuelo y se mide realmente con quien siempre tuvo en mente, Pedro Sánchez. E Iglesias, cuyo impulso demoscópico parece a priori muy relativo, retorna a la criminalización de Vox como revulsivo para recuperar su ADN combativo. Le ha sentado mal convertirse en un icono del ‘stablishment-casta’ como vicepresidente.
Iglesias empieza a sospechar que su operación Madrid es fallida, y que aunque se produjese un triunfo de la izquierda en escaños, su influencia sobre el Gobierno de Ángel Gabilondo sería infinitamente menor que la ejercida sobre Sánchez en La Moncloa. Su obsesión por pervertir la realidad y prefabricar una derecha de apariencia fascista como único argumento de campaña, amenaza ahora con tener un recorrido corto para Podemos. Tampoco tiene visos de prosperar su propósito de inflamar la atmósfera mediática para condicionar al votante de derecha y unificarlo en torno a Ayuso, y que la fractura impida a Vox acceder al 5 por ciento que le garantizaría escaños. Pero en el empeño, Iglesias está modificando sobre la marcha su agenda, su lenguaje y su estrategia inicial.
Ha renunciado a La Moncloa en la creencia de que eso garantizará a la izquierda la reedición de la fórmula de coalición en Madrid. Y ha dado por hecho que concurrir a las urnas le presentará ante el PSOE como el recuperador de una comunidad simbólica que la izquierda no gobierna desde hace 26 años. Sin embargo, el efecto de su maniobra es dudoso. No es decisivo en ninguna encuesta, ni siquiera en la del CIS, y es la primera vez en ocho años que improvisa recurriendo a fórmulas movilizadoras que le dieron resultado en el pasado, pero que parecen agotadas. Todo es una incógnita para Iglesias. En Madrid reside la única expectativa de un reflotamiento del partido, porque la alternativa contraria apunta a ser la desintegración fáctica de Podemos.
Lo determinante será conocer en cuestión de días hasta qué punto le renta este viraje y no medirse con Ayuso, sino con Vox. Y aclarar en qué medida esta variación táctica para realimentar la agitación influye en la movilización del electorado de la izquierda, porque a priori, y con una participación superior al 74 por ciento, Gabilondo no tendría apenas opciones de gobernar.
Días atrás, Iglesias se encaró con unos «ultraderechistas» en Coslada. Así los definió. En Vallecas, en cambio, no hubo «ultraizquierdistas», sino «antifascistas». En ese manejo del lenguaje que mediáticamente se ha normalizado con un absurdo plus de corrección política y con una calculada redirección ideológica, nadie sostiene que el grupo de Coslada era de «anticomunistas». En esta trampa dialéctica Iglesias es un consagrado experto, y tiene lógica: en la creación de agravios y en la manipulación tóxica de la realidad se juega su futuro. Más allá de su discurso, Vox es un partido legítimo con el 12 por ciento de votos en Vallecas y con derecho a concurrir a mítines allá donde considere oportuno sin ser tildado de provocador.
La retórica del «antifascismo» empieza a fallar por incoherente. Si Arnaldo Otegui puede acudir a Cataluña a un mitin, y eso no es una provocación sino un ejercicio de legitimidad democrática, Abascal puede hacerlo en Vallecas sin que se imponga este ‘neonacionalismo de barrio’ que invoca la izquierda radical, apropiándose de territorios físicos con la coartada de un pretendido derecho ideológico, universal y excluyente a decidir quién entra en ellos y quién no. Los gritos de «Vallecas es Alsasua» y «a por ellos, como en Paracuellos» son el síntoma notorio de que Podemos agota sus recursos, y recurre a la desesperada a la convulsión para tensionar las urnas. La ‘vakuna’ de AstraVallekas también tiene un efecto secundario, el trombo en Podemos.
Si Otegui puede acudir a un mitin en Cataluña y eso no es una provocación, sino un acto de legitimidad democrática, Abascal puede hacerlo en Vallecas sin que este neonacionalismo de barrio excluyente imponga quién entra en él y quién no