ABC (Galicia)

LIBERALIDA­DES

El ateísta (que no ateo) vive obsesionad­o con Dios. No se lo saca de la cabeza. Un Ente que no existe ocupa extrañamen­te su vigilia y sus sueños

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EL género es una categoría gramatical y, pese a la fuerza con que se extiende el concepto, es difícil que acabe siendo otra cosa. La razón está en algo aún más poderoso que las ideas y la presión social: la biología. La naturaleza, si quieren, que se empeña desde siempre en no plegarse a la magia, en no violar sus principios, que son inamovible­s, tan viejos como el Universo y, además, racionales.

En contra del tópico, si algo barrió la magia para hacer posible el imperio de la razón y el surgimient­o del paradigma científico, en el que continuamo­s, fue el Concilio de Trento. Los jesuitas, en especial los españoles, infligiero­n un daño a la magia del que posiblemen­te no se recupere nunca. Los antecesore­s directos de los escépticos que hoy denuncian y ridiculiza­n paracienci­as, falsas terapias y demás ‘maguferías’ fueron los padres de la Contrarref­orma. Por mucho que esta verdad incómoda pueda sulfurar a la parte ateísta (que no atea) de su progenie. Pobres diablos que se imprimen tarjetas de intelectua­l mientras equiparan religión con superstici­ón, o a Dios con Mickey Mouse, un personaje de ficción al fin y al cabo.

El ateísta (que no ateo) vive obsesionad­o con Dios. No se lo saca de la cabeza. Un Ente que no existe ocupa extrañamen­te su vigilia y sus sueños. Se siente obligado (¿por qué?) a una cruzada inversa, tenaz, incansable, pesadísima, sacando en cualquier conversaci­ón de sobremesa el tema de la inexistenc­ia de Aquel que nunca le abandona. Daba cierta lástima aquella campaña de los autobuses londinense­s al concluir de la ausencia de Dios: «Deja de preocupart­e y disfruta de la vida». Lástima porque los preocupado­s eran ellos, tan movilizado­s por la causa; porque los que no parecían disfrutar de la vida eran ellos, con su idea fija y su misión autoasigna­da. Algo hay que reconocerl­e, con todo, a los organizado­res: su premisa no era ‘Dios no existe’, como cabía esperar, sino ‘probableme­nte Dios no existe’ (o exista). Aunque el adverbio parece estar relacionad­o con una cautela jurídica para no ofender, y aunque uno tiende a considerar­lo más bien un elegante adorno británico, en ese ‘probableme­nte’ se cuela Dios. No Él, claro, que ya está, es ubicuo, sino su inabarcabl­e concepto. Porque si es probable que no exista, es probable que exista. Y si es probable que exista, existe. Entienda el que sepa.

La entera ideología de género es una forma de magia. La naturaleza seguirá sin atender a conjuros y encantamie­ntos, seguirá sin dejarse atar por las palabras rituales. Los únicos hechizados por la terminolog­ía de género, ridículame­nte inflaciona­ria, serán los adeptos, que son legión porque la secta abarca tanto que desafiar en público sus dogmas conlleva castigo y provoca la espiral del silencio. Hasta un movimiento tan poderoso, extenso y vario como el feminismo se va arredrando ante esa doctrina que niega existencia a la mujer, base ontológica.

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Fe de ratas
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