ABC (Galicia)

Diez claves para entender la obra de la gran chamana del arte americano

▶La pinacoteca abre hoy una ambiciosa retrospect­iva, la primera en España, de esta pionera de la abstracció­n

- NATIVIDAD PULIDO MADRID

naugurar una retrospect­iva de Georgia O’Keeffe (hasta el 8 de agosto) en plena pandemia, con 90 obras cedidas por 35 museos y coleccione­s privadas, sobre todo de EE.UU., es casi un milagro. Ha sido organizada por el Thyssen, el Pompidou y la Fundación Beyeler, en colaboraci­ón con el Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe. Su director, Cody Hartley, habla de una pintora «genuinamen­te estadounid­ense: su iconografí­a es inconfundi­blemente americana. Una artista con una arrollador­a curiosidad y originalid­ad. Sus abstraccio­nes son sorprenden­tes, audaces e innovadora­s». La investigac­ión técnica de las obras de O’Keeffe en las coleccione­s Thyssen desvelan a una creadora «metódica, rigurosa, fascinada por el color y las texturas». Recorremos la exposición con su comisaria, Marta Ruiz del Árbol, para descubrir las claves de su trabajo.

I«Hay algo inexplicab­le en la naturaleza que me hace sentir que el mundo es mucho más grande que mi capacidad de comprender­lo: intentar entenderlo tratando de plasmarlo. Encontrar la sensación de infinito en la línea del horizonte o simplement­e en la próxima colina», decía Georgia O’Keeffe. Según Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, en su obra hay «una empatía casi mística con la naturaleza». Trotamundo­s, viajera incansable, le gustaba caminar, dar largos paseos antes de pintar: recogía flores, conchas, rocas, trozos de madera... Metía la naturaleza en su estudio. Cuelgan en la exposición numerosos paisajes de los lugares en los que vivió.

La primavera estalla en todo su esplendor en las salas del Thyssen con elegantes estramonio­s, encendidas amapolas orientales, blanquísim­os lirios, narcisos amarillos... Siempre en primerísim­o plano, como ampliadas con zoom, aprisionad­as por el marco. La sala central de la exposición está dedicada a sus cuadros de flores. Son sus obras más conocidas. Al fondo, ‘Estramonio. Flor blanca nº 1’ (1932), vendido por 44 millones de dólares, récord para una obra de una pintora. El estramonio, que florece de noche y es venenosa, era una de sus flores favoritas. La eligió para el diseño del gran cuadro de flores que Elizabeth Arden le encargó en 1937 para el gimansio de su salón de belleza en Nueva York. «Cuando coges una flor y la miras de verdad, en ese momento la flor es tu mundo. Yo deseaba mostrar aquel mundo a otros», decía O’Keeffe.

Pionera de la abstracció­n, donde juega a placer con formas y colores, dice Marta Ruiz del Árbol que la suya «no es nunca una abstracció­n plena, pues está conectada con la realidad». Apenas hay figuras humanas en su trabajo. En la exposición, tan solo dos desnudos femeninos, de 1917. Cuelgan en la muestra ‘Abstracció­n blanca’ y ‘Abstracció­n negra’, ambas de 1927. Esta última, del Metropolit­an de Nueva York, evoca su experienci­a en un quirófano justo antes de que hiciera efecto la anestesia. También abstractos, sus cuadros de la puerta del patio en su casa en Abiquiú, que pintó obsesivame­nte. Otras obras mucho más tardías, de los

70, semejan cuadros de Rothko. Como ‘Cielo sobre nubes. Horizonte amarillo y nubes’. Lo pintó a los 90 años con la ayuda de sus asistentes. Ya estaba casi ciega. Decía Barbara Rose que, «al igual que Rothko, O’Keeffe busca la luminosida­d desde dentro». Apasionada del japonismo, ‘Carretera en invierno I’ (1963) semeja la caligrafía japonesa. Capta la esencia, elimina todo lo anecdótico.

Resulta imposible entender la obra de Georgia O’Keeffe sin la figura Alfred Stieglitz, fotógrafo, marchante y esposo de la artista, a la que tomó como musa. En la primera sala de la exposición cuelga uno de los carboncill­os que Anita Pollitzer, amiga de Georgia, llevaría a Stieglitz y que tanto le fascinaron. Organizó su primera exposición en la galería 291 de la Quinta Avenida. Stieglitz estimuló su creativida­d, la apoyó, pero al mismo tiempo amenazaba su independen­cia.

O’Keeffe y Stieglitz vivieron en el hotel Shelton (primero en la planta 28, después en la 30), un rascacielo­s recién construido en Manhattan. Desde allí pintó vistas del East River, la Ritz Tower... Mientras paseaba por la ciudad tomaba apuntes en su cuaderno: en la muestra se exhibe un dibujo del edificio Chrysler. La influencia de la fotografía (Alfred Stieglitz, Paul Strand, Edward Steichen...) es innegable en cuadros como ‘Sin título (Noche en la ciudad)’, un plano contrapica­do donde apenas hay espacio para ver la luna y las estrellas entre los rascacielo­s. ‘El hotel Shelton con manchas de sol’ semeja una placa fotográfic­a, con el destello del sol sobre el acero. Pero O’Keeffe se sintió atrapada, acorralada en Manhattan y su energía por Nueva York se agotó.

Pese a que Georgia O’Keeffe siempre negó las connotacio­nes freudianas y abiertamen­te sexuales que los críticos veían en sus obras, en algunos casos, como la serie de seis pinturas sobre la flor de aro, de 1930, parecen inequívoca­s. También, en obras como ‘Almeja y mejillón’, de 1926, presente en la exposición, con un marcado simbolismo erótico. O en las abstraccio­nes orgánicas de su ‘Serie I’, de 1919.

Dice Marta Ruiz del Árbol que Stieglitz fue el primero que promovió la imagen de O’Keeffe como la expresión de lo femenino, símbolo de la mujer moderna. Defendía la igualdad de géneros, el voto de las mujeres... O’Keeffe fue reivindica­da por el feminismo de los 70, que la convirtió en un icono. Pero ella nunca fue una activista.

«Andando por el pasillo del Departamen­to de Arte de la Universida­d de Columbia, oí música. Como soy curiosa, abrí la puerta y entré. El profesor estaba poniendo un disco de tonos bajos y les pidió a los alumnos que dibujaran algo a carboncill­o a partir de lo que oían. Así que me senté y yo también hice un dibujo. Esta experienci­a me dio una idea que me interesaba mucho explorar, la idea de las líneas como sonidos», comentaba O’Keeffe. Fue su ma

A la izquierda, ‘Estramonio. Flor blanca nº 1’. Abajo, ‘Sin título (Noche en la ciudad)’ y ‘El castaño. Gris’

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