POSTALES
El corazón me pide seguir como hasta ahora. Pero me temo que el capitalismo imponga su ley de hierro que tanto miedo mete a nuestra izquierda
E Lprogreso tiene estas bromas: sin darnos cuenta nos hallamos en otra dimensión, con un helicóptero en Marte o una Superliga que arrasa todas las precedentes. ¡De fútbol nada menos, el más popular de los deportes! Nada de extraño que todos hayan puesto el grito en el cielo, desde las federaciones a los políticos, temerosos de perder tajada. Pero antes déjenme decir un par de cosas sobre el fútbol.
Aunque de una simplicidad absoluta, se trata de meter una pequeña pelota en una portería muy grande; resulta extraño que se marquen tan pocos goles e incluso que abunden los 0-0 después de noventa minutos de brega. O sea, que tan fácil no debe de ser. Puede deberse a que se juega con los pies, no las manos, como el baloncesto, con resultados que sobrepasan los cien puntos, pese a que la pelota es casi tan grande como el aro. O que la bola del golf termine metiéndose en el minúsculo agujero a cientos de metros tras unos pocos golpes. No, la popularidad del fútbol tiene que deberse a otros motivos, y tras muchas vueltas he llegado a la conclusión de que se debe a dos razones fundamentales: a que puede jugarse en cualquier campo con todo tipo de pelotas, incluidas las de trapo, y a que se juega no sólo con los pies, sino también con el corazón, lo que permite a los equipos de tercera imponerse a los de primera, o sea, ganar el pequeño al grande, algo que gusta al común de los mortales. Si se le añade que los clubes nacieron al cobijo de una ciudad o barrio, es decir, el factor ‘patria’ chica, tendrán su atractivo irresistible.
El fútbol, sin embargo, ha sido víctima de su éxito. Ya apenas hay jugadores locales en los equipos, al comprar los grandes clubes a cuantos destacan. Pero incluso así, no siempre ganan, por lo que han decidido crear una especie de aristocracia para competir entre ellos, más algún advenedizo. Con lo que se aseguran los ingresos que están perdiendo con los estadios vacíos por la pandemia. El resto del mundo futbolístico, que alcanza a los gobiernos, se ha alzado, amenazando a los jugadores de élite con no permitirles participar en ninguna competición. ¿Quién se impondrá? El corazón me pide seguir como hasta ahora. Pero me temo que el capitalismo imponga su ley de hierro que tanto miedo mete a nuestra izquierda y tengamos una Superliga con artistas del balón capaces de marcar con parábolas de cuarenta metros, y porteros capaces de pararlos. De ser así, por favor, que dejen de usar el nombre de una ciudad o un país y elijan otros mitológicos o de ciencia-ficción: ‘Agujero Negro’, ‘Boreal’ o ‘Alfa Centauro’, aunque dudo que generen las pasiones del Real Madrid o el Barcelona.