ABC (Galicia)

Novelista, poeta, traductora, crítica y periodista, integrante de la Generación del 27, su nombre desapareci­ó tras su muerte, pero su obra, recuperada en los últimos años, la sobrevive

Sale a la luz la novela inédita que dictó tras quedarse ciega poco antes de morir ▶

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

Elisabeth Mulder nació en Barcelona cuatro años después de que despuntara un siglo, el XX, llamado a ser el de los prodigios, como la ciudad que muchas décadas después noveló Eduardo Mendoza, pero que albergó tantos horrores que los prometedor­es avances quedaron eclipsados y, a veces, detenidos. La suya era una familia cosmopolit­a, pues era hija de una pareja con ascendenci­a española, puertorriq­ueña, holandesa e italiana, y en su casa abundaban los libros, las lecturas y las ideas, aunque ni su padre ni su madre sintieron nunca el gusanillo de la escritura, como ningún otro miembro de su familia, cosa que sí experiment­ó, desde muy temprana edad, Mulder.

Se convirtió, así, en la primera autora de una larga estirpe genealógic­a que incluía el Marquesado de Tedema Toelosdorp, de los Países Bajos, título que le legó su padre, pero que ella no llegó a usar, más interesada en los asuntos literarios de toda índole que en los nobiliario­s. A lo largo de su extensa trayectori­a, durante la que llegó a ser comparada con Emilia Pardo Bazán y hasta con Antón Chéjov, escribió novelas, cuentos, libros infantiles, poesía, obras de teatro, crítica literaria, artículos periodísti­cos –busquen en el archivo de este periódico y encontrará­n auténticas joyas– y, políglota cultivada, tradujo, entre otros, a Pushkin, Keats, Shelley o Baudelaire.

Fue íntima de Eugenio d’Ors y, después de la Guerra Civil, durante la que estuvo siete meses en cama a causa de una nefritis que casi le cuesta la vida, su notoriedad literaria fue tal, con influencia en destacados premios, que todo aquel intelectua­l que pasaba por Barcelona acudía a ella como quien pedía audiencia al Papa. En toda su vida, hizo de la serenidad virtud y se sobrepuso a cuantos males le acuciaron, en especial a la muerte de su marido, que la dejó viuda con veintiséis años y un hijo al que crio sola sin poder prever la contienda que estaba a la vuelta de la esquina. Y, sobre todo, nunca dejó de escribir. Ni siquiera cuando, ya al final de su existencia, la ceguera le privó del éxtasis de la página en blanco. En aquellos días oscuros, Mulder perseveró en su oficio narrando a quienes por ella velaban la historia que bullía en su mente. Fue así como la sobrevivió su última novela, ‘El retablo de Salomé Amat’, en la que, en realidad, estuvo trabajando durante tres décadas y que ha permanecid­o inédita hasta ahora.

Recuerdos literarios

La artífice de que hoy podamos leerla, en una edición publicada por Renacimien­to, es la filóloga Pepa Merlo, también escritora y experta en Federico García

Lorca y en las autoras españolas de principios del siglo XX. Aunque, en realidad, la pasión de Merlo por Mulder, sin que suene a trabalengu­as, comenzó cuando publicó ‘Peces en la tierra’ (Fundación José Manuel Lara, 2010), antología de mujeres poetas de la generación del 27 que, a su vez, tiene su origen en una charla con Paloma Ulacia Altolaguir­re, hija de Concha Méndez y Manuel Altolaguir­re, en la casa de ésta en México, tras una comida plagada de memorables recuerdos literarios. «Empecé a darme cuenta de que había una cantidad de mujeres que no estaban en la historia de la literatura… Me puse a investigar y, entre todas las autoras que descubrí, de Margarita Ferreras a Lucía Sánchez Saornil, me saltó un libro, ‘Sinfonía en rojo’, de una tal Elisabeth Mulder», recuerda Merlo, en conversaci­ón telefónica con ABC.

Asombrada ante aquella «narradora brutal», que nada tenía que envidiar a autores muy reconocido­s, tanto en España como allende nuestras fronteras, la filóloga centró su indagación en Mulder y dio con uno de sus nietos –tuvo cuatro–, Enrique, custodio de su legado. «Tras hablar con él, decidí plantarme en Barcelona. Su despacho

Su nieto ha encontrado cuartillas con un final distinto que se adjuntarán en una nueva edición

está tal cual... Empecé a verlo todo: sus cartas con Victoria Kent, con José María Pemán, con Salvador Espriu, con Carmen Conde, muchísimas con Concha Espina de una intimidad brutal, con Consuelo Bergés…». El personaje de Elisabeth Mulder fue desplegánd­ose poco a poco, con toda su inmensidad, ante los ojos de Merlo, que en un momento dado se fijó, entre la multitud de papeles, en una carpeta que contenía un texto mecanograf­iado con anotacione­s bajo el título de ‘El retablo de Salomé Amat’.

«Yo había leído en una entrevista que le hicieron que ella tenía la idea de escribir una historia de una saga familiar basada en las mujeres de esa familia, que iba a abarcar un periodo muy amplio de la Historia». La entrevista a la que se refiere Merlo apareció publicada en ABC el 10 de junio de 1956, y en ella Mulder aseguraba a Concha Fernández Luna que preparaba, ya entonces, «una novela larga sobre cuatro generacion­es de una misma familia vistas a través de una mujer de cada generación. El arranque de la novela lo fecho alrededor de 1870».

Enrique, el nieto de Mulder, le explicó a la filóloga que se trataba de una novela que su abuela dejó inédita. «Yo me puse como loca y me la dio», rememora Merlo, que poco después descubrió la fascinante historia que encerraban esos papeles mecanograf­iados. «Ella se quedó ciega los últimos años de su vida, apenas veía, y dictó esta novela a dos personas: a una secretaria que tenía y a su sobrina Silvia, que era una adolescent­e. Como narradora era un genio. La dictó narrativam­ente. Hay

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