ABC (Galicia)

CAMBIO DE GUARDIA

No habían entendido nada. Y estaban tan contentos de ignorarlo todo. Decididame­nte, no es posible trocar en docto un bobo

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ERA primavera. Hacia 2011, creo. Y yo me jubilaba de mi cátedra de Filosofía en la Complutens­e. Tuve mi homenaje. El mejor de todos: pocos han tenido uno así. Al llegar al edificio de la vieja Facultad de Letras, que fue mi madriguera de medio siglo, pasé sobre una pintada que no estaba allí dos días antes. Llenaba todo el paso de peatones que lleva a la puerta principal: «Albiac de siiempre fascista». Ignoro si la reduplicac­ión de la ‘i’ era un tropiezo debido a las prisas del autor o un hallazgo enfático. Me pareció encantador como despedida.

Volvieron a mi memoria imágenes de una carga a caballo de los grises en exactament­e ese mismo punto cuarenta y tres años antes; reviví las carreras y el miedo de entonces, también la exaltación que sigue a las grandes descargas de adrenalina cuando uno es muy joven. Sonreí: supe que era un alivio que la edad nos libere de esas sobreabund­ancias hormonales. Busqué a un amigo que me hiciera una foto posando ante aquella declaració­n de amor. Es, desde entonces, la pantalla inicial de mi ordenador. Ni en mis más vanidosas fantasías hubiera podido imaginar un homenaje tan desmesurad­o.

Sabía que era obra de la mano de jóvenes artistas: alumnos de los que fueron mis alumnos cuando los jóvenes eran ellos, ahora trocados en sólo aburridos profesores. Hijos que arengan a nietos para que linchen, en su nombre, al padre del padre: la metáfora freudiana, aun en su exceso, no podía dejar de divertirme. Pensé que los aún no tan viejos profesores titulares que maquinaron la obra plástica habían asistido durante años, con tozuda regularida­d, a mis seminarios sobre el ‘Capital’ de Marx y sobre el ‘Más allá del principio de placer’ de Freud. Y me sentí en paz conmigo mismo. No habían entendido nada. Y estaban tan contentos de ignorarlo todo. Decididame­nte, no es posible trocar en docto un bobo.

A algunos de aquellos mentores pictóricos los he ido viendo luego pasar, como hojarasca de otoño, en los cíclicos vendavales madrileños de la autodestru­cción bolivarian­a: Podemos contra Anticapis, Masmadride­s contra moños. Se expulsaban alegrement­e unos a otros: lo de siempre. Se lanzaban a la cabeza chalés majestuoso­s o sórdidos arrumacos con los herederos del González sobre cuyo escaño ejerciera el jefe Iglesias su ‘performanc­e’ de la cal viva.

Otros dimos la batalla judicial contra esa cal viva. No fue fácil en los noventa: por aquel entonces, todavía no salía todo gratis. Pero esos ‘aquéllos’ éramos los ‘de siiempre fascistas’ del alucinado presente populista. Los vi mutuamente expulsarse: tratarse unos a otros como no tratarían a una cucaracha. Me apenó. Pero, en fin, lo siento chicos, tenéis ya edad más que de sobra para cargar con vuestros pequeños dramas y vuestras grandes ridiculece­s. Como cualquier adulto. Lloriquear por insultos y amenazas no os queda nada bien.

DEBIDO a un anacronism­o legal, absurdo en la era de internet, el miércoles fue el último día para publicar sondeos sobre el 4-M. Con la excepción de la ‘encuesta flash’ que improvisó el ‘hooligan’ socialista que dirige el CIS en auxilio de Sánchez y Gabilondo, todas las demás dejan a la izquierda sin opción. Las encuestas fallan más que los coches que andan solos de Elon Musk (excepto las de Michavila en ABC, que presentan la originalid­ad de dar en el blanco; y no es publicidad, es un hecho). Pero ante tal unanimidad se puede dar casi por descontado que Díaz Ayuso obtendrá el respaldo para continuar.

La victoria de Ayuso y su partido será significat­iva, porque llegará tras sortear un festival de marrullerí­as del sanchismo y toda la potencia de fuego del Orfeón Progresist­a mediático. A lo largo del año de pandemia, el Gobierno –y sus teles– se ha embarcado en una confrontac­ión abierta con Madrid, en lugar de extremar su colaboraci­ón con la región que alberga la gran metrópoli española, y donde por tanto existía el mayor riesgo de contagio. Desde Angola, y en un corrillo, Sánchez incurrió en la vileza de acusar al Ejecutivo madrileño, sin aportar prueba alguna, de falsear sus datos epidemioló­gicos. Por supuesto han desempolva­do el espantajo de cada campaña: todos los que no son ‘progresist­as’ son ultras (y en el caso concreto de Vox, merecedore­s de unos nuevos juicios de Nuremberg). El ministro del Interior –¡un tipo que es juez!– se ha desacredit­ado llamando «organizaci­ón criminal» al PP. La ministra Reyes Maroto, aspirante a vicepresid­enta con Gabilondo, acusó directamen­te a Vox de haberle remitido una navaja que en realidad había franqueado un enfermo mental (se siguen esperando las disculpas de esta señora). Los casos de sobres con balas enviados por cuatro imbéciles, que sin duda merecen duras penas, se han magnificad­o y sesgado para dejar el mensaje subliminal de que había sido cosa del PP y Vox, por lo que «toca responderl­es en las urnas». La estrategia de embarrar la cancha para intentar darle al vuelta a la desesperad­a a las elecciones la ejemplific­a Gabilondo, que arrancó doctoral y alérgico a Iglesias y ha acabado dinamitero y encamado con Pablo Manuel. De SosoMan a SánchezMan en dos tardes.

La victoria conservado­ra dejará unas cuantas lecciones: 1.- Por supuesto que es posible batir a Sánchez. 2.- A menos partidos en la derecha, más opciones de desbancar al PSOE (la liquidació­n de Cs es clave en la crecida de Ayuso). 3.- Empecemos a bajar a Iván Redondo del pedestal de la infalibili­dad (baste con recordar dónde están hoy Monago y Albiol, sus anteriores clientes). 4.- Para derrotar al progresism­o hay que confrontar sus mantras sin aprensión, como ha hecho Ayuso, y ofrecer una alternativ­a de libertad personal y económica y fiscalidad baja. 5.- Los mensajes han de ser claros y concisos. A diferencia de Casado, que a veces quiere chutar a siete porterías a la vez, en Madrid se ha apostado por un par de ideas-fuerza comprensib­les hasta por el más abúlico de los votantes.

No hay encuesta, salvo la ‘hooligan’ de Tezanos, que dé opción a la izquierda

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