ABC (Galicia)

EN PRIMERA FILA

Es una gran ingenuidad pensar que Iglesias va a quedarse haciendo oposición a Ayuso durante cuatro años

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LA próxima promesa que Pablo Iglesias incumplirá ya tiene nombre y apellidos: «Si tengo que estar haciendo oposición, estaré». Este miércoles lo volvió a repetir. Es una supina ingenuidad creer que el mismo hombre que se aburrió de ser eurodiputa­do, de hacer oposición al Gobierno de la nación y de ser vicepresid­ente segundo del primer Ejecutivo de coalición de la democracia vaya a encontrar su sentido vital confrontan­do una vez a la semana con Isabel Díaz Ayuso desde un escaño autonómico durante los próximos cuatro años.

Iglesias lleva diciendo que está cansado de la política más o menos el mismo tiempo que lleva siendo dueño de su chalé. Su fuga a la candidatur­a madrileña con el pretexto de frenar a la ultraderec­ha –no sabemos por qué no podía combatirla desde el Gobierno y el Congreso– es el paso lateral antes de salir de la pista de baile. Si a estas alturas alguien se quiere dejar engañar, desde luego, es cosa suya.

Dos opciones se abren ante el líder podemita. La primera, salir la noche del 4 de mayo diciendo que el resultado obtenido es decepciona­nte y que asume su responsabi­lidad política no recogiendo la credencial. La renuncia por responsabi­lidad es muy difícil de cuestionar pero tiene el inconvenie­nte de que choca con el ego del exvicepres­idente. Por otro lado, contrastar­ía con sus inicios de mayo de 2014 cuando afirmaba, tras quedar cuarto en las elecciones europeas, recién salido de la nada, que aquel resultado no era «suficiente». La segunda opción que tiene Iglesias es aguantar un tiempo en la Asamblea madrileña, hasta tener el camino despejado hacia otros menesteres, y ceder su escaño para dejar paso a la siguiente generación de podemitas. Son dos vías pero la clave es siempre la misma: justificar la salida como un sacrosanto ejercicio de responsabi­lidad y renuncia.

¿A qué le gustaría dedicarse ahora al líder morado? A otras tareas bien pagadas, con pocos focos, sin gran carga de trabajo y sin tener que rendir cuentas sobre dónde vive o cuánto tiene. No piensen en una puerta giratoria hacia alguna empresa del Ibex-35. No puede ponerse la mano en el fuego por nada de lo que haya afirmado Iglesias, pero por mucho que él quisiera –y tampoco está en ese punto– ninguna le acogería en su seno.

Como cuenta hoy Javier Chicote en gran exclusiva en ABC, lo que más le tienta al exvicepres­idente es irse a liderar un proyecto televisivo de la mano de Jaume Roures. Tampoco le hace ascos a llevar un ‘think tank’ junto al exministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis. Lo que le importa es seguir influyendo sobre la opinión pública pero desde un sillón acomodado en un despacho. Y ya puestos dando conferenci­as –y cobrando por ellas– a lo largo y ancho de Europa. Después del 4-M veremos como termina ganándose el pan Iglesias. Lo que está claro es que no será sudando la camiseta haciendo oposición a Ayuso. Eso no hay quien se lo crea.

REPASEMOS la vida cotidiana de un ciudadano de cualquier comunidad. ¿De qué se ocupan principalm­ente los periódicos locales? Pues de las cosas que dice y hace el gobierno autonómico, su gran referente. ¿A quién promociona la televisión autonómica de turno de manera incansable y casi hasta lo risible? Pues al mandatario del gobierno autonómico. ¿De quién dependen los colegios y universida­des? Del gobierno autonómico. ¿Por qué en España los chavales estudian con más detalle a olvidados reyes menores del medievo antes que la trascenden­tal aventura del imperio español? Pues porque quien marca las pautas educativas es el gobierno autonómico. ¿Quién se encarga de los medios materiales de la Justicia? El gobierno autonómico. ¿De quién dependen la policía y las prisiones en País Vasco y Cataluña? Del gobierno autonómico ¿Quién se ocupa al completo de la sanidad en todas las comunidade­s? El gobierno autonómico. ¿Y quién ha asumido en la práctica el histórico reto sanitario de la pandemia? Pues evidenteme­nte los gobiernos autonómico­s, toda vez que Sánchez se dio de baja en julio y les empaquetó el fardo.

En España hemos organizado lo que de facto es un modelo federal, por lo que las regiones se ocupan casi al completo de todo lo medular del día a día. Se ha producido una cesión de poder desde el Ejecutivo central a las comunidade­s. Pero además ocurre otro tanto en sentido ascendente: el Gobierno central ha cedido competenci­as en favor de la UE. Las vacunas han supuesto un ejemplo de libro: por arriba, las ha comprado Europa; por abajo, las autonomías han organizado su aplicación. ¿Qué ha hecho Sánchez? Pues colocarles a las cajas unas pegatas de ‘Gobierno de España’ e intentar hacerse propaganda con un proceso donde en realidad no ha pintado casi nada.

El Gobierno conserva la Agencia Tributaria y los impuestos estatales, la Defensa, la caja común de la Seguridad Social (por ahora) y la política exterior. No es poco. Pero las atribucion­es reales de Sánchez, o de quien le suceda, son muy inferiores a las que en su día ostentaron los presidente­s Suárez, Calvo Sotelo o González. Al coincidir ese vaciamient­o de competenci­as con el presidente más narcisista que hemos tenido se está dando un proceso muy curioso (o muy lamentable): por momentos es como si en España contásemos con dos jefes de Estado. Véase lo sucedido con la pandemia: Sánchez sobrevuela el problema, da consejos y alocucione­s a la nación, ejerce tareas de representa­ción, nunca falla para las buenas fotos... pero nunca está en la gestión a pie de obra. Con su marketinia­na manera de gobernar, donde priman lo gestual, lo simbólico y la glorificac­ión constante de su yo, tiende a invadir el ámbito del Jefe del Estado para disimular su merma de poder real (cedido a las comunidade­s). Este fenómeno ayuda a entender disparates tan osados como que en una ley, que constituci­onalmente ha de ser «sancionada y promulgada» por el Rey, se haya atrevido a endilgarno­s un mitin anti-PP. Por momentos pareciese que tuviésemos dos reyes: Mi Persona I y Felipe VI. Ocioso que añada cuál me parece el bueno.

Por momentos Sánchez se comporta más como un monarca que como un gobernante

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