«Bergoglio nunca soñó con ser Papa; soñaba con ser Perón»
Jorge Fernández Díaz Escritor y analista político ▶ Se publica en España ‘La traición’, la tercera entrega de la serie del agente Remil, que se vuelve a enfangar en el charco de la política argentina
Intrigas políticas del charco argentino que llegan hasta el Vaticano del Papa Bergoglio, una nueva resistencia peronista que glorifica los años setenta con un ardor guerrillero tan ingenuo como peligroso y tramas corruptas que implican alto espionaje o campañas mediáticas de desprestigio. Son los elementos que dan forma a ‘La traición’ (Destino, 2021), la tercera entrega de la exitosa saga policial protagonizada por el agente Remil, el espía creado por Jorge Fernández Díaz (Palermo, 1960). El periodista argentino y miembro de la Academia Argentina de las Letras ha encontrado en Remil la vía para contar a través de sus aventuras lo que como reportero supo, o intuyó, pero nunca pudo contar. —En la novela entra en juego la nostalgia revolucionaria de «una izquierda caviar», como se dice, «a la que le encanta jugar sin consecuencias». —Sin consecuencias para ellos, claro. Porque en otro momento sí se jugaron de verdad el pellejo: se arriesgaron al exilio o a la muerte. Hoy las consecuencias son para la democracia, que se degrada. En Argentina, en los años 80 un guerrillero tuvo la alucinación de que la revolución estaba cerca y tomó un cuartel con un grupo que pensaba que el pueblo los iba a llevar hasta la Casa Rosada. Fue un verdadero delirio. El peronismo de nueva generación ha resucitado esos viejos ideales, que son autoritarios, para hacer política. Los están glorificando y haciendo pedagogía desde los medios públicos, los colegios, las facultades… Pensé: ¿qué pasaría si uno de estos setentistas, hoy devenidos en referentes sociales, se toma en serio que hay una dictadura en el poder y ve posible la insurrección? Esta idea, que no es para nada disparatada, tiene que ver con el Papa Francisco.
—¿Por qué esas referencias a las ‘amistades peligrosas’ del Papa? —Es el asunto nuclear del libro. Bergoglio nunca soñó con ser Papa; soñaba con ser Perón. Siente por él una admiración tremenda desde siempre. Fue militante del peronismo y siendo Papa modificó toda la cúpula argentina para colocar obispos peronistas. Fue el ideólogo de que el peronismo se uniera y volviera al poder. El peronismo volvió en gran parte porque el Papa estuvo operando desde el Vaticano para que sucediera. Esto no se conoce en Europa pero es lo que ocurre en el patio de atrás de Bergoglio. El Papa recibe a toda clase de impresentables de Argentina. Imaginé qué podría pasar si el Papa recibiera a algún revolucionario que glorifica los años setenta, y qué pasaría si el Vaticano se diera cuenta de ello. Posiblemente contratarían un servicio de inteligencia paralelo para protegerlo. Es así como entra Remil, el personaje que nació en ‘El puñal’, siguió en ‘La herida’ y está aquí, en ‘La traición’.
—¿Qué posibilidades narrativas le da el personaje de Remil?
—Es un espía del tercer mundo. Él y los suyos hacen espionaje político. Arreglan los problemas sucios de los políticos o los aniquilan con escándalos. Es un combatiente de las Malvinas rescatado por un coronel de inteligencia en cuya agencia se dedican a todos estos chanchullos de la política argentina. El género del espionaje, con sus intrigas y luchas, me permite contar cosas que yo sé de la trastienda del poder. Soy periodista desde hace cuarenta años y sé que detrás del poder, cuando se caen las máscaras, queda una lucha carnívora. Esto que puede parecer excesivo en España es una realidad para cualquier ciudadano argentino. Argentina es un laboratorio exagerado de lo que podría ocurrir en España. Aunque España tiene todavía muchos anticuerpos porque está en Europa, por la tradición democrática desde los 70, también se ven algunas de las malformaciones del poder.
—Es como mirar por el ojo de la cerradura cómo se protege y se destruye a los poderosos. Muchas de las técnicas de destrucción de reputaciones se han llevado a cabo en Argentina. Yo hice un esfuerzo por bajar el tono de la novela, para darle verosimilitud. Al terminar se lo mandé a un profesor de inteligencia, a un abogado, y me garantizó que todo lo que cuento es posible. Cuando me dijo eso respiré tranquilo por primera vez. Si yo podía engañar a un profesor de la escuela de inteligencia, podía engañar con la ficción a los lectores.
—¿En qué se parece el periodismo a la novela policiaca?
—Siempre que el periodismo me puso la frontera, me dijo ‘por aquí no pasas’, yo crucé esa frontera con la ficción. Los periodistas solo podemos publicar lo que tenemos probado, pero nos dejamos por contar muchas cosas por el código que tenemos con los lectores. Sin embargo, la novela te permite cruzar esa línea y contar lo indecible del poder, lo que ni siquiera el periodismo puede alcanzar. La literatura de ficción vino en auxilio de mi trabajo como periodista. En este caso quise escribir una novela profundamente política, pero con una estructura de ‘thriller’, más corta e intensa que las anteriores. Leí ocho novelas de Simenon para estudiar la estructura que seguía en la serie de Maigret: cómo conseguía condensarlo todo con elipsis y pinceladas definitivas.
—¿Por qué la novela policiaca nos sigue cautivando?
—La novela policiaca nos gusta porque el ser humano sigue siendo un cazador: seguir huellas, avanzar por un territorio, alcanzar la presa… Eso sigue latiendo en nosotros. El policial lo sublima. Borges dijo en el 33 que nunca sería creíble un Sherlock Holmes argentino, ni un Comisario Montalbano. Efectivamente, nunca hubo una serie exitosa de novela negra. La clave de Remil es que es un detective, es un espía, es un guardaespaldas, pero sobre todo es un criminal de Estado. Y así tiene una verosimilitud muy grande para el lector argentino. Además, trato de que genere empatía, que den ganas de tomarse una cerveza con él. Es un desafío literario porque le ocurren cosas que yo he vivido. A él su padre le da por perdido, cosa que me sucedió a mí. Su madre y su padre se pelean a muerte, y yo eso lo he visto en la cocina de mi casa. Remil es un catalizador de cosas muy personales.
«Al agente Remil le ocurren cosas que yo he vivido. Es un catalizador de cosas muy personales»