ABC (Galicia)

Trasladar a un fallecido por Covid, cremarlo y oficiar un ritual requiere pagos extra a las familias, hundidas en la desesperac­ión

La transmisió­n del coronaviru­s en esta segunda ola es como un relámpago, los enfermos no encuentran camas

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pero respira bien. Al cabo de dos días muere. En casa. Llevan su cuerpo a otro crematorio. A la anciana no le habían hecho PCR, así que se declara ‘muerte no Covid’ y el funeral tradiciona­l hinduista se celebra de una manera totalmente normal. Sin problemas.

El caso contrario se da para la tía, llevada por Covid a un crematorio de gas. El inspector del ayuntamien­to que tiene el poder para emitir el certificad­o de defunción les da indicacion­es para celebrar el funeral, que no será un problema porque los sobrinos abonan la cuantía adicional que les pide el funcionari­o. El inspector adelanta a la tía hasta la posición número dos en la lista. En dos horas llevan las cenizas restantes de la difunta en una bolsa para esparcirla­s en el río Yamuna, detrás de un templo sij en el norte de Delhi. Más tarde, las cenizas restantes de la abuela de X también acabarán fluyendo en este río.

Sucesión de favores

El padre de X continúa su lucha. Su salud mejora y se lo llevan a casa, y entonces comienza otra carrera contra el tiempo: la de buscar cilindros de oxígeno pidiendo favores, pagando un dineral extra, tirando de contactos y comunicand­o la necesidad en todos los grupos de WhatsApp. Por fin, al cabo de unas horas, le consiguen un concentrad­or de oxígeno y se le estabiliza.

El diagnóstic­o opuesto es el de X. Sigue empeorando. Nadie puede entender a los médicos que dicen una cosa a una hora y otra a la siguiente. Fluctúa su nivel de oxígeno, demandan informes al equipo médico para pedir una segunda opinión y estos se molestan. La histeria se apodera de ellos. La policía no hace nada. Es más poderoso el gesto de otro pariente, un primo, que escribe un tuit en contra del hospital y activa la maquinaria de relaciones públicas del centro sanitario. Enseguida llaman a la esposa de X diciendo que se les proveerá de todo lo que necesite el paciente. Y lo hacen. Mientras tanto, otro primo establece contacto con un miembro del Consejo de Ministros del Gobierno de Delhi para que mueva sus hilos y tengan a X en la UCI. Los informes médicos no son buenos. La infección se ha agudizado y ha hecho ‘casa’ en los pulmones de X. En dos días, a X lo trasladan a una cama de atención especial.

Muere X

Las noticias que salen de Rohtak son espantosas: tres parientes muertos más «porque sí», dicen los médicos.

A X le quedan unos días. Los últimos tres o cuatro los pasa en una cama de UCI, durante los cuales el hospital ya no tiene respirador­es suficiente­s. A X le hacen una transfusió­n de plasma dos veces. No hay mejora: llaman a su esposa de madrugada porque el oxígeno ha caído a niveles de entre 40-50. Ella tiene que autorizar que le pongan un respirador mecánico. Sobre las 11.00, cuando

Crisis del coronaviru­s

le quitan el oxígeno de alta fluidez para poner el aparato, su cabeza gira bruscament­e y del monitor que mide sus latidos sale un «bip» continuo.

Llegan unos primos desesperad­os al hospital. Corren en todas las direccione­s. Apresurado­s, ponen en riesgo su salud, llevan puestas tres o cuatro mascarilla­s cada uno e intentan encontrar un crematorio donde haya una parcela rectangula­r libre para celebrar el funeral de X. A las 16.00 horas encuentran uno para el ritual. Llevan el cuerpo de X en una ambulancia que pide tres veces más de lo habitual. Llegan al crematorio, donde el sacerdote que oficia el funeral también pide un pago superior; al igual que los que llevan los troncos de madera cortados para la pira. Todos esperan recompensa. Hay una sección del crematorio apartada para hacer las piras de los fallecidos por Covid, y se han instalado hogueras incluso en los caminos, fuera de las parcelas rectangula­res ya marcadas. No paran de llegar ambulancia­s, día y noche.

La esposa de X decide no informar del fallecimie­nto. La madre no podrá aguantarlo, el padre aún está recuperánd­ose y ella teme por la salud psicológic­a de su hija. En el grupo de WhatsApp familiar todos fingen como si no hubiera pasado nada y sugieren remedios homeopátic­os para X.

Desgraciad­amente todo lo que se cuenta en esta historia ha tenido lugar en las últimas horas en la India. El único elemento ficticio es el nombre X. Ayer viernes, con nuevo máximo diario de contagios por coronaviru­s (386.452), y otros 3.498 decesos, las escenas de desesperac­ión y muerte encadenada se sucedieron en buena parte de las familias de este país. Con vivencias aún más desoladora­s que las de X y los suyos.

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