ABC (Galicia)

PAZGUATO Y FINO

El PSOE que sale a defender a Villarino es el mismo que calló cuando Orozco fue decapitado en Lugo

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Con una política gallega instalada en el cloroformo —culebrón Meirás aparte— hasta que el PSdeG se abra en canal para su congreso regional, estamos pasando estas semanas con el deshoje de la margarita de la moción de censura en Orense,

sin duda necesaria para apartar a un tipo que nunca debió ser alcalde y que solo entiende la política como un mecanismo para aliviar financiera­mente a su televisión.

La moción tiene escasos visos de prosperar porque exige que dos viejos rivales, PP y PSOE, se pongan de acuerdo. La derecha parece dispuesta, pero impone duras condicione­s; la izquierda quiere que la jugada le salga gratis, bajo el argumento de que para eso ganó las elecciones municipale­s. Como si esa soflama no fuera aplicable para el PP en La Coruña, Lugo o Ferrol, y sin embargo ahí lo tienen en la oposición.

Por eso sorprendió la aparente decisión de Rafael Rodríguez Villarino de hacerse a un lado para permitir el entendimie­nto entre los dos grandes partidos. Ya estaba, parecía. El PSOE aceptaba la exigencia del PP de sacrificar a su candidato en beneficio de un gobierno de coalición. Pero había que leer la letra pequeña: se apartaba pero no dimitía como concejal. Es decir, trazas de añagaza para materializ­ar la moción y, al cuarto de hora, recolocars­e de alcalde. Lo que viene siendo hacer trampas. Si uno se aparta, simplement­e se va a su casa. Lo demás son cuentos.

Como Ferraz ordena que al PP hay que relacionar­lo con Vox como sea, Gonzalo Caballero se prestó raudo la semana pasada para vincular a Feijóo con Santiago Abascal por, a su juicio, introducir «tics antidemocr­áticos propios de Vox» al respaldar la salida de Villarino para llegar a un acuerdo. El relato, con la pompa habitual, venía a glosar la dignidad de un partido que no iba a sacrificar a su candidato.

Que la milonga quedaba estupenda para la galería si no procediera del mismo PSdeG que ejecutó en plaza pública a López Orozco en Lugo porque el BNG así se lo exigió, y entonces nadie dijo que los nacionalis­tas se emparentar­an con la ultraderec­ha ni ninguna estupidez similar. Orozco —este sí— se apartó y se fue, y no estuvo llorando por las esquinas porque entendía que importaba más al PSOE el gobierno local que su figura. A ver si algunos aprenden de sus mayores.

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