Cooperantes y religiosos de España deciden quedarse en el país, a pesar de la recomendación de regreso del Ministerio de Exteriores después del agravamiento de la pandemia
El Gobierno indio permitió la celebración de una fiesta religiosa masiva debido a la aparente reducción del número de contagios
Cuando le preguntan si tiene intención de regresar a España, José Antonio Hoyos (Burgos, 1973), miembro de la Fundación Vicente Ferrer y profesor de idiomas de la ciudad india de Anantapur, contesta tajante: «No estamos de turismo. Somos cooperantes, trabajamos en un país extranjero para acometer ciertas dificultades. Para mí, volver ahora no sería un acto de coherencia profesional». Su reflexión no es muy distinta de la de otros españoles que viven en el país asiático y a los que el Ministerio de Exteriores aconsejó el 28 de abril tomar el camino de regreso, ante el aumento explosivo de casos de Covid-19.
«Mi trabajo está aquí, mi casa está aquí y tengo un compromiso, para lo bueno y para cuando las cosas no están bien», apostilla Aina Valldaura (Cervera, 1993), que también reside en Anantapur y trabaja en el Departamento de Comunicación de la Fundación Vicente Ferrer. «Creo que es el momento de estar aquí. Con la que está cayendo, lo que no puedes hacer es abandonar el barco ahora», explica Antonio Mesas (Granada, 1960), médico y fundador de la ONG Colores de Calculta, ciudad en la que reside y donde proporciona ayuda alimentaria a 700 familias. «No tengo previsto volver. Mi vida está aquí. En el fondo, no puedes solucionar nada, pero eres uno más con ellos, pasas la enfermedad y el confinamiento, y ayudas en lo que puedes, como hacen ellos contigo», añade el sacerdote Álex Díaz (Barcelona, 1982) desde la misma localidad. «Debo quedarme aquí, porque es donde hago falta», resume Jaume Sanllorente (Barcelona 1976), fundador de la ONG Sonrisas de Bombay, que ayuda a menores que corren el riesgo o intentan reponerse del arañazo de la trata. «Si te comprometes con un trabajo como este, es ahora cuando debes continuar», concluye Joana Pérez (Barcelona, 1972), empleada de Unicef y vecina de Nueva Delhi.
A pesar de la advertencia oficial, los trabajadores humanitarios y los religiosos españoles que viven en la India están demostrando un aplomo admirable. Como si se guiaran por las máximas del poema ‘Si...’ (1895) del escritor angloindio Rudyard Kipling, donde se aconseja mantener la entereza y el ánimo sereno aunque se pase por momentos difíciles, anteponen su compromiso a la circunstancia adversa.
«Por culpa de la pandemia –explica una fuente diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores–, la conectividad aérea entre España y la India se ha reducido con rapidez, por lo que se ha recomendado a los ciudadanos españoles que regresen lo antes posible. Se teme que las opciones de vuelta cada vez sean más escasas y caras». «En el caso de Brasil –añade–, esa situación no se ha llegado a producir, pues las conexiones aéreas se han mantenido en todo momento».
«Miles de personas están perdiendo la vida cada día en la India», lamenta Leena Menghaney, responsable de la campaña de medicamentos de Médicos Sin Fronteras en el sudeste Asiático y afincada en Nueva Delhi. En el estado de Delhi, de unos 30 millones de habitantes, más de un millón se ha contagiado y han muerto unas 18.000 personas. «Se suavizaron las restricciones y se celebraron festividades religiosas y actos públicos», apunta la cooperante.
La superstición
«La segunda ola también ha coincidido con las elecciones de Bengala Occidental. El primer ministro, Narendra Modi, celebró grandes mítines sin mascarilla ni medidas de seguridad», añade Mario López, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas. «En lugar de la ciencia, el Gobierno, religioso e hinduista, se ha apoyado en la superstición. Modi apareció rezando al dios Hánuman para pedirle que frenase la pandemia», recuerda el experto.
Los cooperantes españoles coinciden con los análisis de Menghaney y López. Las semanas previas al repentino incremento de casos, las medidas se habían relajado en la India, donde se propagaba una sensación de éxito y de página pasada con el Covid-19.
«Todo estaba normal, tal vez demasiado», recuerda Hoyos. «De 10.000 casos diarios, pasamos a más de 350.000. Durante estos meses, hubo manifestaciones por problemas agrícolas y festivales religiosos. Además, hablar de la India y distancia social es casi un oxímoron», explica el profesor. «Nadie se esperaba esto», coincide el sacerdote Díaz. «Desde enero, se hacía vida normal. Pocas personas llevábamos mascarilla por la calle. En las zonas rurales, no había», añade. «Ha habido un fallo de prevención. El Gobierno y los ciudadanos cantamos victoria demasiado pronto», resume Sanllorente.