DOS HOMBRES, FAINÉ Y BRUFAU, Y UN DESTINO... ENVENENADO: VILLAREJO
Nadie conoce a nadie, salvo los que se conocen desde hace décadas. De mucho más que de ir de ‘swing en swing’ hasta el doble ‘bogey’ de Villarejo. A veces trae a cuenta tirar más de lo que une que de todo lo contrario, mientras otro calla esperando que el
QUÉ peligroso es repasar el presente con ojos de ayer. De hecho, muchos de los usos y costumbres no cuestionados no hace tanto parecen mentira en el presente. Como cuando antaño al llegar a casa, o de vuelta a la oficina, de cualquier día de ágape en restaurante había que orear la chaqueta porque el de la mesa de al lado se había fumado un par de puros encima de tu filete con ‘papas’. O lo que quisiera deglutir cada cual. A gusto del consumidor. Hoy, tan raro es imaginar a dos pesos pesados del Ibex 35 contratando a un comisario, como a un constructor en comandita con La Moncloa para forzar relevos en grandes empresas. Aunque una cosa es la imaginación y otra, veremos, la verdad verdadera. La que al final se constata en los tribunales. A través de la mirada –después, la decisión– de un juez.
El caso es que hoy parece que nadie conoce a nadie –«Ese señor del que usted me habla...», como diría aquel de Luis Bárcenas–, si bien algunos se conocen desde hace décadas. Y de mucho más que de compartir palos, bolas y ‘caddies’, de ‘swing’ en ‘swing’ por los campos de golf más selectos de la Tierra hasta haber llegado al doble ‘bogey’ de Villarejo. ¡Como para no saber que lo que ahora les separa y les enfrenta es un ‘tú la llevas’ en que han convertido la estrategia defensiva en la Audiencia Nacional!, mientras el excomisario calla y otorga, como la Medusa, capaz de convertir en piedra a todo aquel que la mire a la cara, aunque algunos le facilitan la labor saliendo ya de casa con la cara de granito.
Y es que a veces trae a cuenta tirar más de lo que nos une que de todo lo contrario. Isidro Fainé y Antonio Brufau –o Antonio Brufau e Isidro Fainé, que el orden de los factores no altere el producto– llegaron al ‘planeta Caixa’ con los 40 cumplidos y muchas ganas de comerse el mundo. El destino de uno parecía ligado al del otro desde incluso antes de coincidir en la entidad. Firmaron contrato en la caja catalana con solo cinco años de diferencia –Fainé, en 1982; Brufau, en 1987–, y compartían currículos similares: misma licenciatura (Económicas) y similar experiencia directiva, bastante elevada para su edad. Pero mientras Fainé ya había ocupado puestos de responsabilidad en el sector financiero (Bankunión y Banca Jover), Brufau provenía del mundo de la consultoría (Arthur Andersen). Una experiencia la de cada cual que al final decantaría su futuro en el seno del amplio ‘mundo Caixa’.
El ascenso fue meteórico para ambos, a sabiendas de que el grupo La Caixa era el mejor de los trampolines. El mismísimo pulmón del motor económico catalán. Y de salto en salto hasta el infinito y más allá... y de la mano del benefactor para ambos: José Vilarasau que, haciendo malabares a golpe de batuta para equilibrar el poder a cada quien, originó el germen del resto de otros desencuentros entre uno y otro directivo. Fueron el tándem perfecto –los dos eran directores generales y querían seguir siéndolo con la presidencia futura en mente– en el que se apoyó el entonces presidente de la caja para hacer crecer la entidad, su cartera de participadas y aumentar su influencia en España, en la Generalitat y en lo que se tercie.
Brufau no ganó ese pulso a Fainé –si bien uno de sus mayores méritos profesionales que marcaron su destino fue la formación de lo que hoy es Criteria– y, en 2004, tras haber presidido por encargo de la entidad una de sus participadas con más solera, Gas Natural (desde 1997) fue nombrado presidente de Repsol con la llegada de Zapatero al poder. La Caixa entonces, en ese predicamento que le caracteriza de aprovechar un inteligente ‘buenrollismo’ con uno y otro color del arco parlamentario español, aprovechó para colocar a uno de sus hombres de confianza en lugar de Alfonso Cortina, que había puesto en el punto de mira a la entonces más que boyante gasista. Pero la entidad de ahorros adivinó sus intenciones y tomó una acertada decisión estratégica: entrar en Repsol (en 1996), de la que llegó a tener el 13%.
Mientras, el elegido de Vilarasau para seguir en cabeza de carrera de la caja fue, con lógica, el más financiero. Fainé mantendría su dirección general desde 1999 hasta lograr finalmente la deseada presidencia en 2011, si bien metido en harina con Brufau en las tripas de la participada Repsol.
Los destinos de Fainé y Brufau siguieron discurriendo paralelos, para lo bueno y para lo malo. La llegada a lo más alto en las cúpulas de las empresas del grupo tenía reservadas turbulencias para ambos, aunque de distinta naturaleza. Cada cual en sus mercados, vigilantes el uno del otro, y no siempre con la misma visión estratégica. Al menos, eso sí, las tensiones se mitigaban rápido tras descolgar cualquiera de los dos el teléfono o disputando hoyos. Pero... apareció en escena el tercero en discordia: Luis del Rivero. Calma chicha para los restos.
El desembarco de Sacyr en la petrolera, en 2006, provocó una auténtica convulsión interna a lo largo de los años. El constructor compró un importante paquete accionarial que para algunos dejaba al trasluz su ambición de hacerse con el control –y la presidencia, ¿por qué no?– de Repsol. Una participación garantizada con las propias acciones de la petrolera, el verdadero quid de la cuestión. Y si bien su objetivo inicial era hacer caja, las turbulencias vividas por la compañía, en conflicto permanente en Argentina, y los vaivenes continuados de la acción, cada vez más a la baja junto a su capitalización, le hicieron entrar en bucle. Objetivo: desbancar a Brufau y gobernar a su antojo la compañía. Eso sí, con los planes claros sobre papel: venta o fraccionamiento en el horizonte. Sumaría su participación con la de otro de los accionistas, la petrolera estatal mexicana Pemex (4,8%, pero con intención de subir otro 5%) y tendría más peso que La Caixa en el consejo. La perfección.
Tanto Brufau como Fainé de verle como un posible aliado en distintos momentos, pasaron a verle en ‘cero coma’ como al lobo feroz casi al mismo tiempo. Y en lugar del ‘todos a una’ e intercambio de llamadas y palos de golf, se interpusieron el silencio por montera. Ya nadie conocía a nadie. El presidente de Repsol se sintió solo y asediado durante meses, entre 2011 y 2012, y aunque La Caixa jamás apoyó el proyecto de Del Rivero con Pemex, Fainé adoptó una posición demasiado fría en un conflicto demasiado, digamos, calentito. No defendió públicamente a los conquistadores, pero tampoco los criticó. Brufau aguantó todos los embistes y la petrolera siguió su camino sin Sacyr y sin Pemex, pero con La Caixa, aunque con la alianza herida de muerte. En septiembre de 2018, Caixabank dejaba de ser accionista de Repsol. Entre ambas compañías ya no quedaba prácticamente nada, salvo una relación, dicen los protagonistas, «cordial»... hasta que volvió a aparecer en escena Del Rivero y «ese señor», ¿les suena?, pero que nadie conoce. Tanto Brufau como Fainé saben que hoy día te juzgan por lo que parecen las cosas, y lo que parece hoy día un contrato con Villarejo es feo.
Uno y otro hablan y declaran y algunos esparcen el rumor a los cuatro vientos, mientras que el que debe y puede hablar calla esperando que los otros se maten a palos o caigan víctimas de una red invisible cuyo pescador aún no ha dado la cara. Es el problema de los sueños, y hasta de los sueños cumplidos. Ya lo dijo Calderón, «Los sueños, sueños son».