ABC (Galicia)

Jefe de Medicina Interna del Vall d’Hebrón

«Critican al Zendal porque no se les ocurrió a ellos»

- SALVADOR SOSTRES

—Cae el Estado de alarma.

—Puede caer tranquilo. —Podremos salir en paz.

—Pero hay que seguir teniendo cuidado con los contactos sobre todo en las horas más ociosas.

—Doctor, por el amor de Dios.

—Nos falta un mes para poder abrir la mano con el ocio.

—¿Qué nos falta?

—Que la mayoría de la gente de riesgo esté vacunada para que no se colapsen las UCI.

—¿Vamos bien con las vacunas? —Pronto se notará una mejora en el ritmo de vacunación. Sobre todo en los mayores de 50 años, que son los que están llenando las UCI.

—O Ayuso es una temeraria o la Generalita­t son unos cretinos.

—Yo lo que digo es que no hay ningún dato que soporte cerrar los restaurant­es de noche.

—Son unos cretinos.

—Prohibir las cenas no es una decisión con base científica.

—Los chinos.

—El malo chino es más propio de una película de James Bond que de la realidad. Las teorías conspirati­vas surgieron porque no nos creíamos lo que nos estaba pasando, ni éramos capaces de entenderlo.

—Los turistas, el verano.

—Europa se tendrá que poner de acuerdo para que los vacunados puedan viajar.

—¿Y los que todavía no lo estemos? —También, pero PCR mediante.

—El pasaporte de vacunación es discrimina­torio.

—No, pero es un salvocondu­cto.

—Es racista.

—Pues tampoco, pero los países ricos tenemos vacunas y los pobres, pues no. —Supremacis­mo blanco. —Realismo.

—Europa ha racaneado con las vacunas.

—No había más capacidad de fabricació­n y no tuvieron la valentía de explicarlo. Por eso pareció otra cosa.

—Los ingleses, los americanos. —Tienen sus propias vacunas. —Chile, Israel.

—Son países mucho más pequeños. —En Cataluña ha habido mucho médico estrella compitiend­o por ser consejero de Sanidad.

—Ha habido mucho experto y en este tema concreto sobre todo al principio no hay expertos.

—¿No sabemos nada?

—Nunca antes habíamos sabido tanto de un virus y la rapidez en el hallazgo de la vacuna ha sido extraordin­aria. —Pero.

—Hay misterios. ¿Por qué a Portugal le fue tan bien en la primera ola y ahora tan mal. ¿Por qué Francia y Alemania, con todo cerrado, están peor que nosotros?

—Algo bueno que hayamos aprendido.

—A crear vacunas rápido. A responder en equipo, del primer sanitario al último. En pocos días convertimo­s el Hospital Vall d’Hebrón en un ‘hospital Covid’. Con sólo 1.100 camas llegamos a tener 800 ingresados por coronaviru­s. —Illa.

—Le tocó en enero un ministerio sin competenci­as y en marzo le cayó la del pulpo. Sería injusto criticarle. No me atrevería.

—Se podía haber hecho mejor.

—No lo sé. Fuera de España no lo han hecho mejor.

—Ifema.

—Impresiona­nte. En Barcelona montamos algo parecido en la Fira. Yo contribuí. Pero nunca llegó la orden de abrirlo.

—Por una guerra política.

—Pero no con el Estado. Era una competenci­a autonómica.

—Sí, entre el CatSalut y el Institut Català de la Salut. Una guerra tribal, como siempre, incluso para hacer un hospital.

—Y se podría haber utilizado para ingresar a muchos mayores de las residencia­s.

—Isabel Zendal.

—Magnífica iniciativa.

—¿Por qué lo critican?

—Porque no se les ocurrió a ellos. Es así de triste.

—Volviendo a usted, ¿llamarse González en Cataluña le ha perjudicad­o?

—Lo que en verdad me ha perjudicad­o es no ser independen­tista, y utilizaron que no soy de aquí, pese a que llevo 50 años viviendo en Barcelona. —Pese a que ganó su plaza, el ‘establishm­ent’ catalán no le quería de jefe de medicina interna porque no es de los suyos.

—Yo soy médico, no un político. Ellos saben que soy de derechas y que me llamo González Fernández. Pero también es cierto que gente de aquí, entre ellos independen­tistas, me ayudaron muchísimo.

—De derechas y creyente.

—Pero hay cosas de la Ciencia que son difíciles de explicar desde la religión. —Aborto.

—El debate es forzado porque la sociedad nos ha pasado por encima. Y hay situacione­s en las que está muy claro. —Eutanasia.

—El problema es dónde pones el límite, y ciertos discursos que excitan las pasiones más bajas. Pero nadie quiere ver sufrir a sus personas queridas. —Compasión.

—Caridad cristiana.

—El Covid pasará y seguiremos teniendo el mismo problema central. —¿Cuál?

—Comer y engordar.

—Yo creo en el gordito feliz.

—Yo creo en una pastilla que nos permita disfrutar sin ponernos como vacas.

–Hay que mentalizar­se en que no cada día…

—...Doctor, lo hemos probado y no funciona. Falta un Viagra para poder comer con libertad.

—Sí, pero no pongas Viagra.

—Con lo bien que va.

L Etoro cadencioso, la piedra que se mueve, es siempre vanguardis­ta. Futuro. Porvenir. Un cristo en ese ay que nunca se termina. La gubia de la muerte. Un toro en la dehesa, mitad árbol de carne, mitad carne de roca, es sangre negra gorda, efigie natural que rompe la quietud del campo y del silencio, un frío monumento de miedo y soledad. Y luego, cuando el rito que mide su bravura le ofrece luz al túnel y el toro sale al centro del círculo del arte –la plaza es una gema de algún collar prehistóri­co–, su cuerpo es una talla de mármol y de fuego, piedad de Miguel Ángel, un movimiento puro cuajado sobre el aire. Pitón sobre pitón. Los ojos como estoques. La cara en el infierno. El toro que traspasa la tela del engaño llevado por su orgullo y embiste porque quiere guardar su encaste intacto, que va porque le duele el alma y la querencia, el que es capaz de dar un siglo en la muleta y huele las pisadas más hondas del torero, el toro que al pasar congela la cintura del hombre con que baila y logra coagular las ingles de su dueño, el que se funde en bronce con el hocico abajo y deja que el que sabe le imponga su compás en esa conjunción de paz y de peligro, el toro de verdad, el que le quita el miedo al humo del tendido y acepta la distancia, la estética y el ritmo, el que entra en el canasto y escucha en cada lance la nana de la brisa y flota por el ruedo borrando la tablilla –quinientos kilos pesan sus alas de libélula– y orbita como ingrávido, liviano e incorpóreo, es inmortal. Eterno.

La esencia de ese rito del hombre que amamanta las iras de la bestia y da su pecho al toro –la fuerza del amor del mito del pelícano que sangra por sus crías– a cambio de un pellizco, de un ole, de una lágrima, y clava sus andares en una pandereta, tobillo con tobillo como un esclavo antiguo que vive herropeado, y duda en la embestida, ¿el corazón o el tacto, la yema o la muñeca?...; la cálida caricia del hilo del percal que mece al toro etéreo como una leve pluma, hojilla izada al viento sin dar un banderazo, despacio, natural, delatan al inculto. ¿Quién puede estar delante de un lienzo de Velázquez y no sentir el trazo? Cuando un torero esculpe un sueño con un toro, instaura su museo, que habita en la memoria. Y sólo el ignorante repudia la belleza.

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INES BAUCELLS
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